Pedro De Lorenzo y Macías
Chicho raposo y sus travesuras
Fotografía: © Padres Mercedarios. Claustro de las Procesiones.
Hay personas que piensan que los jóvenes que estudian en Conventos son especiales. ¡Vaga imaginación! Fuimos jóvenes normales, inquietos y con sueños de futuro. Nuestras disputas, travesuras, son hechos que nos recuerda nuestra convivencia. ¡No hablemos de fútbol, ni de arte, ni de las bellezas de cada pueblo! Era un gran motivo de ejercer las dotes dialécticas.
Nos reunimos el domingo 12, de este mes, cerca de 200 personas. Una Xuntanza de las cinco órdenes terciarias de Galicia: Ferrol, Sarria, Conxo, Verín, Poio. Nos invitaron a exalumnos mercedarios.
Nos encontramos los buenos elementos de entonces. Sobresale Chicho Raposo. Toma la palabra y nos traslada al año 1966.
Este es el Claustro de las Procesiones. En este ángulo está enterrado Antonio Rey Soto. Una gran losa, labrada por el grupo de canteros mercedario, lo recuerda.
"¡Era novicio! El Padre Jerónimo consiguió que tocase el órgano y aprendiese música. ¡No pongáis esa cara de guapos! El no sabía música, pero tenía buen tacto. Siempre me pillaba haciendo alguna trastada: Chico, a reflexionar al Coro. Un año entero reflexionando. Había un armonio e inicié mis pinitos musicales. Le tomé cariño, logré dominarlo, dejando estupefacto a todos los de la comunidad".
En el mes de febrero del 1966 murió Antonio Rey Soto en Madrid. Había dejado en testamento que lo enterrasen en el Claustro de las Procesiones, al lado de la puerta que accede a la iglesia.
Estábamos todos en el coro, se inicia el "réquiem". En gregoriano. El féretro llevaba un crucifijo bellísimo, reluciente, con destellos de santidad. ¡No sé lo que ocurrió! Me encontré al lado de la fosa que habían cavado. Convencí a uno y me quedé en el sitio. Llega el féretro y lo depositan en el nicho. Iniciamos a cubrirlo con tierra.
Mi compañero sudaba, más de miedo que del esfuerzo. Le convencí que yo haría solo el trabajo. Dejé una marca, señalando la bendita cruz; alisé bien el nicho. La lápida la colocarían al día siguiente; estaba sin finalizar.
En el silencio nocturno, con una linterna pequeña, sigilosamente, llegué a la tumba. Salvé el crucifijo, lo envolví en un trapo y alisé de nuevo la tierra.
¡Ya en la habitación! Lo limpié con esmero. Pasé unas horas, lo dejé como una patena. Lo envolví en una blanca camisola y lo dejé, bien escondido en el armario.
¡Suena la campana! ¡Hala, llega la faena! Fui a ayudar a colocar la losa. La dejaron bien asentada. ¿Os cachondeáis? ¡Pues sigue en el mismo lugar, ahí, en el claustro!
¡Finalizada la comida, fui a mi habitación! Con suma devolución, destapé el crucifijo. ¡Horror, lleno de tierra! Lo limpié hasta la noche y florecía.. Ya pensaba el lugar en dónde ubicarlo: en el torreón de los filósofos.
¡No dormí bien de noche! Ya amanecía y fui a comprobar cómo estaba: lleno de tierra. Se apoderó de mi un gran pánico, lo cogí, y como alma en pena, entre velozmente en la iglesia, y al primer confesor le entregué el crucifijo sin mediar palabra. No me acuerdo qué Padre era.
- ¿No exageras un poco, Chicho? Anda, vamos a observar los mosaicos que realizamos en la capilla de la hospedería.
Los mosaicos romanos de la hospedería están en la capilla y en el comedor. Nos reunimos en la capilla. El Padre Arsenio fue explicando a más de 200 personas cómo se elaboraban tan grandiosa obra. Él fue uno de los artífices, ayudado por varios presentes.
El mosaico de la Virgen de la Merced mide más de 6 metros de altura y un ancho de casi dos metros.
Fotografiado por Julián Fernández.
¡Ya era costumbre! La discusión surge. Cada uno señala el recóndito que elaboró. Nuestro Padre Arsenio se reía y dejó a todos con sus recuerdos. ¡Fue una estancia agradable, confortable!
¡Feliz caminar!