Alexander Vórtice
Una década sin Juan Vidal
"Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere".
Elbert Hubbard
Fue a esa edad: llegó Juan Vidal y me rescató, porque yo soy de esos a los que hay que salvar cuando se queda mirando muy fijamente el abismo cotidiano.
Juan sin artificios, con pipa en mano y pelo exacerbado por motivos de resistencia. Pensador y poeta de una época en transición. Bohemio en estado de éxtasis y frenético luchador ante las injusticias comunes que son las que más se nos cuelan bajo la almohada y/o en los recovecos del alma.
Amigo que paseaba por A Verdura en busca de un no sé qué, que qué sé yo. Infatigable en sus palabras excelsas, hombre común que se sabía eterno, individuo perpetuo que se sentía pequeño, aunque enseguida se comparaba para renacer, cual acto de supervivencia, ya que en las otras personas está la mejor comparación, la mejor crítica posible, o simplemente la soledad compartida -es en nuestros prójimos donde procuramos la perfección, pese a que en nosotros sólo procuremos lo que mejor nos convenga-.
Pienso en Juan y rememoro los sentimientos de una época que ya no volverá por mucho que la debata en mi foro interno o en las esquinas harapientas de los años que aún están por venir. Pontevedra perdió hace una década a Juan, así como el amante pierde su pasión a causa de un amago de iniquidad que bien pudiéramos llamarlo vida, o simplemente denominarlo paso del tiempo que, sin excusas, nos llevará hacia la tumba y el supuesto descanso eterno.
Juan Vidal Fraga aseguraba que los adultos debiéramos volver a la escuela, regresar al aula, ya que un sinfín de asignaturas todavía se encontraban pendientes para muchos de nosotros, entre ellas, la de mostrarnos un poco más humanos, más empáticos con las personas que nos rodean a diario.
Pese a todo, Juan revive de vez en cuando de manera sutil, sin emblemas, con una sonrisa pícara que anhela un mundo más equitativo donde el desconsuelo no sea más que una mala anécdota para narrar en días de lluvia y cierzo.
Yo hoy me ocupo de nombrarlo y de escribirlo, de parafrasearlo o de pensarlo, porque de alguna manera tenemos que homenajear al amigo caído, y qué mejor forma que adulándole cuando ya no está, cuando su respiración ha pasado de largo y sólo quedan las efemérides o la espina dorsal que sostenía una amistad de años.
Juan sin sutilezas, filósofo del S. XX que resolvió no doblegarse ante el escarnio del S. XXI. Ensayista y abogado ilustre que se buscaba a sí mismo entre tantos egos mal nacidos. Hombre difícil, sagaz, observador, puramente humano… Aún hay noches en las que me cuesta dormir a causa del frenético daño que me produce el haber perdido a un buen amigo, a un camarada de letras y copas de licores descocados.
Ahí es cuando llega él, entre las sombras, con su humazo envolvente con sabor a picadura deshilachada, para decirme algo evidente para aquellos que en vida lo conocimos:
"Creéis que me estoy chupando el dedo, pero sólo estoy pasando página".