Milagros Domínguez García
Vendedores de muerte
Hace unos días charlaba con alguien de mi entorno más próximo sobre lo llamativo y preocupante de leer en la prensa varias noticias sobre pequeñas incautaciones de drogas a jóvenes "camellos".
Jóvenes que al comienzo de su vida emprenden lo que posiblemente será un camino oscuro y con altas probabilidades de acabar con problemas serios.
Recordé durante esa conversación aquellos no tan maravillosos años 80 donde muchas personas cercanas y conocidas cayeron en el agujero más profundo que se puede caer, el de la autodestrucción a través del consumo de estupefacientes y donde no se sabía en cómo acabaría la historia, aunque era previsible el final, al constatar día a día el deterioro físico y mental que sufrían.
Aquellos casi niños que sin saberlo se embarcaban sin retorno hacia la muerte, tenían que hacer de todo para conseguir el gramo de sufrimiento que paradójicamente les evitaba sufrir durante un corto espacio de tiempo.
Entre muchas cosas se dedicaban al menudeo a cambio de una dosis convirtiéndose también en "empleados" de una "empresa" de destrucción de vidas.
Hoy han cambiado las cosas, pero solo en apariencia. Los camellos ya no tienen esa imagen de almas en pena, van bien vestidos, aseados y, conducen coches que seguramente no podrían permitirse si se dedicasen a trabajar o a estudiar.
Esos chicos a pesar de tener la información que antes no poseíamos venden a sus amigos y conocidos el veneno que seguramente ellos no consumen, buscando vivir materialmente mejor.
Las drogas son sin duda alguna un cáncer para la sociedad y sobre todo para nuestros hijos que de una forma u otra pueden convertirse en víctimas, o bien por el consumo o porque ven en ese "mercado" una forma fácil de ganar dinero.
Gran error el que cometen, ya que no hay dinero fácil y todo tendrá una consecuencia. Y no es acabar en una celda de lo peor que les puede suceder ya que, cuando te adentras en determinados ámbitos, te arriesgas a degradarte más y más.
Como madre me ha preocupado siempre que mis hijos accedan al consumo de sustancias ya que es muy fácil caer en ellas porque, además, es fácil conseguirlas y hasta esa conversación no me había percatado de que también corren el riesgo de ser mercaderes y expendedores de sufrimiento, atraídos por el efímero brillo de unas monedas que más pronto que tarde perderán esa luz que desprenden apagando al tiempo sus vidas.
Al final de esta reflexión me doy cuenta de que el arma que tenemos a nuestro alcance para luchar contra estos males es la educación en valores ya que nadie nunca está libre de este mal.
También para mi es importante reconocer y agradecer a quienes con su trabajo procuran eliminar de la calle eso que tanto daña y corrompe a nuestros chicos porque con cada gramo que retiran mejoran la sociedad. Y no podemos olvidarnos de la labor informativa y formativa que llevan a cabo en centros escolares advirtiendo a los más pequeños de los daños que pueden sufrir. Sin lugar a duda su labor es indispensable para todos nosotros.