Kabalcanty
Llegó septiembre
"Mañana de septiembre todavía puedes hacerme sentir de esa manera….", canta Neil Diamond en su canción "September morn". Aunque no es de mis artistas preferidos, me gusta cómo suena este tema en la voz de Diamond. Lo que no me llega ya es su mensaje: a mí por muchos septiembres que haya ya no siento como cuando tenía veinte o treinta años menos. Creo que estoy más corrompido, menos receptivo, muy escéptico con casi todo.
Llega el fin de las vacaciones para la mayoría y, como se suele hacer a principios de año también, comienzan las buenas intenciones para el curso siguiente. Nos llenamos de propósitos, de ambiciones incumplidas, y esperamos que con la nueva andadura todo nos sea más favorable. Nos proponemos hacer más y mejor y tratar que el optimismo nos recubra de ilusiones plausibles. Les doy mi más sincera enhorabuena a quiénes tengan la voluntad necesaria para llevar a buen puerto sus objetivos.
Yo, la verdad, es que vivo tan al día que mis planes van desde la mañana a la noche o, como mucho, para el día siguiente. Mi capacidad para plantearme algo a largo o medio plazo ha mermado tanto que prácticamente no existe. Me conformo, por ejemplo, con saber que dentro de una hora habré concluido este escrito para el periódico y que el martes que viene ya vendrá si llega. No es aconsejable mi postura, por supuesto, pero la prefiero a decir sandeces que no cumpliré, postureos en boga que escucho a diestro y a siniestro. Sueños que son manada y que dicen poco y mal de quién los pregona para "realizarse" en la nueva etapa del año.
Objetivo nacional y prioritario: tener un presidente para gobernar España. Ya hemos visto cómo los propósitos de los partidos con opción a gobernar se han hecho añicos en poco tiempo. Que si me das y yo te ofrezco, que si yo quiero y tú me impones, que si dijiste y yo no dije, que si patatín y que si patatán. El caso es que, después de meses que los españoles elegimos opciones políticas en las urnas, seguimos como antes de las elecciones. Y además una seria amenaza: repetir elecciones con la clara posibilidad de que los resultados sean similares. Todo, todo lo han dejado para septiembre.
Mirando detenidamente todo esto de los propósitos loables y las buenas intenciones para comenzar de nuevo, los políticos no son tan diferentes al resto de los mortales que ocupamos este país llamado España. Asisto a la comunidad de vecinos de mi casa y, tras discutir y amenazarse el vecino del primero con el del quinto, no llegamos a conclusión alguna. Se pacta dejarlo para otra junta y mientras tanto que todo siga de mal como hasta la fecha. Hablo con mi hermana para intentar vender la casa que ocupó nuestro difunto padre y me responde que no es su problema que yo ande con problemas económicos, que ella no tiene prisa ninguna. Voy al supermercado y se me cuela una señora. "Hay que estar más espabilado porque el que no corre vuela", me dice poniendo su bolsa en la cinta deslizable de cajas. Busco un trabajo y me cuentan que soy viejo y obsoleto y además insolidario puesto "lo ideal es que su trabajo lo realice una persona joven, más preparada y con el futuro por delante". Mientras trato de no recordar los cientos de miles de jóvenes que realizan trabajos de mierda con mierdas de salarios o parados pensando en qué consistía el futuro que les contamos de pequeños. Trato de que el psicólogo me escuche y me atiza un montón de fármacos que me dejan todo el día alelado.
¿Esto lo puede cambiar algún presidente de gobierno? Creo que no. Porque mi experiencia me dicta que si tenemos malos gobiernos, ineptos a la hora de ponerse de acuerdo, insensibles a lo que les rodea, no es más que la resultante de lo poco cívicos que somos el resto de los ciudadanos. Nos importa bien poco lo que le pasa al vecino siempre y cuando nos hallemos en superioridad sea de la índole que sea. Nos relacionamos cada vez más escasamente y cuando lo hacemos es para mostrar al otro que somos más importantes que él.
Lo cierto es que me he cansado de echar las culpas de todo a los políticos por la sencilla razón que vivo, veo y oigo. No puedo culparles a ellos de lo que nosotros mismos, en nuestra pequeña vida cotidiana, hacemos mal adrede, únicamente pensando en nuestro propio beneficio. Nuestros propósitos no suelen ser más que excusas para apoyarnos en la chepa de los demás y mirarles desde una altura de consideración social.
Anteayer domingo paseé el primer día de septiembre. La gente lucía sus pieles bronceadas o subía y bajaba maletas de sus coches. Nadie reparaba en nadie y todos parecían ufanos. La felicidad más rastrera consiste en aparentarla ya que de este modo somos realmente dichosos. Ahora con las insoportables legiones de fotos, distribuidas insistentemente por redes sociales, todo se hace más sencillo para dicho cometido. Es más importante que vean y comenten mis fotos gilipollas que el viaje en sí. Si hago una instantánea de un monumento, paisaje o lugar singular es imprescindible que ocupe un lugar mi rostro o mi cuerpo entero para dejar constancia que estuve allí, allí precisamente en el sitio donde el otro no está y, muy posiblemente, deseara hacerlo encarecidamente.
No, no será este septiembre diferente, ni en los buenos propósitos, ni en los buenos gobiernos, porque este no es un mes tan diferente entre unos y otros. Rezaré a un futuro presidente, verdaderamente iconoclasta (si es que no le matan antes), para que todo cambie algún día sin olvidarme de poner una devota vela para que esta sociedad, lerda y hueca, lo merezca.