Alexander Vórtice
Vorágine
El escritor -el que verdaderamente lo es y lo siente- comienza a escribir como mero acto de supervivencia, sin pretender fama ni dinero. El escritor pasa por la vida y, siendo consciente de "la jauría" que le rodea, ambiciona dejar constancia de todo lo que ve, de todo lo que siente, de todo lo que se descalabra -o se recompone- a su alrededor.
Es así como las letras van llegando: hacen acto de presencia y piden permanecer en el papel inmaculado gracias a los porrazos de las teclas o a la vibración que surge del contoneo de los dedos y el sutil giro de muñeca. El escritor requiere soledad y, en ocasiones, hasta pide borrón y cuenta nueva, para así poder respirar y, enseguida, continuar trazando sentires.
Una mala experiencia, un desamor, la ruindad del mundo en el que reside, la desfachatez de sentirse ser humano consecuente entre tanto inconsciente… esto es digno de ser dicho, escrito, expresado y recalcado, le pese a quién le pese.
Yo debo reconocer que a mí la escritura me salvó la vida… literalmente. Y leyendo y releyendo "Vorágine", la primera obra del autor pontevedrés José María Arceu, me atrevo a decir que también a él le ha ayudado a ir sobrellevando su existencia el rasguear este compendio de relatos y poemas que han terminado por ser una obra primeriza a la par que única.
"Vorágine" es un duelo de sombras, es rutina, fuerza vital, introspección y hasta una forma de sacar ese clavo que uno lleva embutido en el pecho y que no sabe muy bien quién lo ha puesto ahí a modo de tormento o de aviso para los navegantes del verso. En esta obra llena de turbulencias y cavilaciones podemos visualizar las sombras de grandes maestros de la literatura universal, como lo son Charles Bukowski o Charles Baudelaire; al tiempo que también nos topamos con los trazos tenues que mitificaron a los autores que constituyen la generación Beat.
Así pues, el lector que busque felicidad a raudales o prados verdes y bucólicos queda advertido desde ahora: este no es un tratado de frasecillas tiernas y bien sonantes que uno publica en Twitter para suministrar un pertinente "buenos días"; esta obra no supone un conjunto de esperanzas tibias y risueñas que se las llevará el viento o el paso de los minutos… Estamos ante un conjunto de relatos y poemas ponderados, navajeros, atestados de fuerza y carentes de dobleces o artificios.
Cabe decir que, personalmente, jamás he leído algo puramente feliz que valiese la pena: Del abismo surge la verdad que ha querido permanecer escondida, ambicionando el ser encontrada gracias a las noches en vela, las horas intensas con vasos de vodka en la mano trémula y los quebraderos de cabeza que nos confieren los problemas del diarios y ciertos individuos corrompidos que nos cercan con sus alargadas sombras de vampiros psíquicos.
Deduzco que José María no pretende ser un autor al uso y que rechaza el abuso de lo cotidiano. Considero que lo deja claro cuando subraya a modo de aguantable demencia en el relato número 14 de este libro:
"Solitario en un mar de caras anónimas, no encuentra su sitio por más que lo intenta. Desconocedor de estímulos, experto en tropiezos, truncador de objetivos; tiene miedo de dar otro paso y que sea en falso, como el resto. Sin ambición, deambula por un mundo que no comprende, un mundo carente de esencia valía e identidad".
O dicho a la manera de Jack Kerouac, pionero de la generación Beat y autor de la mítica novela "En el Camino":
"Yo sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas".
Qué así sea.