Manuel Pérez Lourido
Zombis
He salido a la calle y he visto escenas de una película de zombies. La ciudad estaba semidesierta, envuelta en un ocio fantasmal que solo interrumpían unos pocos establecimientos abiertos. Ante los supermercados y farmacias se podían ver filas de personas en silencio, separadas por una distancia exagerada. La mayoría llevaban guantes de latex y algunos portaban una mascarilla. Sus ojos lo escrutaban todo, empapados en una melancolía no exenta de determinación. También llevaban guantes y mascarillas la mayoría de las escasas personas con las que me cruzaba, que disimuladamente ejecutaban una maniobra que llevase su trayectoria un poco más lejos de la mía. Nadie hablaba, los conocidos se saludaban con un gesto de la mano. Parecía que estábamos muertos en vida, había una total economía de gestos y de acciones y la seriedad presidía cada movimiento.
Otra circunstancia que me llamó la atención es que la mayoría de los viandantes portaban bolsas o mochilas a la espalda. Como si estuviesen realizando una complicada misión que exigía de avituallamiento o instrumental específico. En conjunto, la apariencia era como si la realidad hubiese sido anestesiada con gotas de tristeza que hubiesen sido vertidas por unos aspersores en altura.
Un porcentaje bastante elevado de los viandantes se hacía acompañar por canes, y por primera vez en mucho tiempo no había ninguno que los dejase deambular sin la correa. Algo, sin embargo, me resultaba paradójico de las situaciones con canes. Al contrario que de costumbre, estos parecían aburridos mientras a sus dueños les asistía una energía desacostumbrada. Los chuchos parecían haber perdido el interés en ser paseados, pero sus dueños se diría que estaban poseídos por el irrefrenable deseo de hacerlo. También observé a alguna persona sentada en un banco, con el cuerpo encogido y la mirada perdida en la pantalla de un teléfono móvil, tecleando de vez en cuando a través de la profilaxis que cubría sus manos.
Pasaban algunos coches con el conductor como único ocupante y siempre con una expresión reconcentrada, como si el manejo de su auto fuese entonces el asunto más importante del universo. Muy lejos aquellas esporádicas y bochornosas escenas de los autos con ventanillas bajadas y música (sic) vergonzosa o vergonzante apatrullando la ciudad. Esas escenas que te hacen detestar la condición humana y recordar la ley de Lynch.
La culpa es mía por ponerme a recordar mis pesadillas.