Evaristo P. Estévez Vila
Guardia Civil vs Medallistas
Ayer leí un bonito artículo de opinión en el Diario El Mundo firmado por Joaquín Verdegay en el que narraba el incidente ocurrido el 19 de abril de 1970 en el Gran Premio de España de Formula 1 cuando se disputaban en el Circuito del Jarama de Madrid, ahora denominado RACE. Ese día, y en la primera vuelta de la competición, el piloto Jacky Ickx fue impactado por el vehículo de Jackie Oliver, comenzando a arder el vehículo de Ickx y todo su combustible por la pista. En el momento emergieron dos personas, un Oficial de la prueba y un Guardia Civil que se echó literalmente a la pista a sacar de entre las llamas al piloto. Y lo consiguieron. Cuando todo pasó, Ickx se interesó expresamente en agradecer al Guardia la labor realizada jugándose su vida, pero la respuesta del agente que rehusó verse incluso con el propio Ickx fue clara: "Dígale al Sr. Ickx que no hace falta saber mi nombre, que a usted le ha salvado la Guardia Civil".
En el año 1983, ETA había matado a 44 personas de las que 8 eran Guardia Civiles. Ese año, el 26 de agosto y como consecuencia de violentas tormentas, la Ría de Bilbao, en plena Semana Grande, se vio arrasada por una riada de lodo que provocó el fallecimiento de 34 personas y la desaparición de 5 más. De los 34 fallecidos 4 eran Guardia Civiles, y si no fuera por la decidida e inmediata actuación de todos los agentes de la Guardia Civil disponibles la catástrofe habría sido todavía mucho peor, el hecho fue recogido simbólicamente por Antonio Mingote en su viñeta diaria del medio. No habían pasado ni dos meses, y el 13 de octubre de 1983, al día siguiente de la Patrona, el Guardia Civil Angel Flores Jiménez, desarmado y sin uniforme, fue asesinado en Rentería cuando se dirigía a su casa para comer. Todavía hoy recordamos la viñeta de la Portada del diario ABC del 14 de octubre de 1983 en la copiando la viñeta de Agosto del genial Antonio Mingote que dibujaba a un Guardia Civil portando a sus espaldas a un vecino vasco con motivo de las inundaciones de Bilbao, titulaba: "Han matado a este Guardia Civil".
Ayer, mientras leía el primer artículo y recordaba el segundo, comenzaron a saltarme alarmas en la pantalla al respecto de unas declaraciones del General José Santiago, Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil. Pese a mi aislamiento deliberado y personal de toda "información" que provenga de las innumerables, interminables y por supuesto excesivas comparecencias de Moncloa, no tuve más remedio que conectar y escuchar con detenimiento sus palabras, con el mismo detenimiento que le he dedicado anteriormente a los dos episodios anteriores. El General Santiago, dijo lo que dijo, o mejor dicho, leyó lo que leyó (pues en dos ocasiones justo previamente a expresarse en esos términos bajó la vista repasando el guión), y lo que dijo es "…en el terreno de la lucha contra las «fake news», dijo, se trabaja en dos direcciones, «por un lado evitar el estrés social que producen estos bulos, y por otro, minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno». «Todos estos bulos –añadió el general– los tratamos de desmentir por nuestras redes sociales». Lo que ha sido considerado por el Gobierno como un "lapsus del General al contestar".
Ciertamente la situación de la Guardia Civil, al igual que del Cuerpo Nacional de Policía en el tiempo que nos ha tocado vivir exige de unas dosis de pragmatismo, eficacia y profesionalidad difíciles de superar. Mucho aplomo hay que tener para haber sido ninguneado y deliberadamente excluido en la solución de los problemas en los últimos años en España y arrimar el hombro como si nada hubiera pasado en una situación como la actual, mientras quienes dan órdenes se codean y sobreviven de aquellos que hasta hace poco te apuntaban con el dedo o con una pistola, que lo mismo vale, o de otros que según para qué, te quieren dentro o fuera de lo que consideran "su" país. Difícil encomienda.
Pero convendrán conmigo que entre la Guardia Civil anónima, y que hace gala de su enseña y la Policía de Palacio media un abismo. Los primeros son un monumento al servicio público anónimo y abnegado, los segundos, una pieza más de esta España corrompida y que ha dejado a un
lado la decencia para adentrarse en la carrera por colgarse una medalla a cualquier precio. El General es fiel representante de un Cuerpo que pretende medir su eficacia en medallas y galardones aunque sea a costa de sus subordinados, de una Policía de Palacio que se aleja a pasos agigantados de aquella otra que dibujé al inicio de mi columna. Es labor del Gobierno, también, elegir qué Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado quieren, y creo que ya lo sabemos.