Valentín Tomé
Res publica: Una ley de hierro de la historia contemporánea
A lo largo de la historia de la Ciencia, ésta siempre ha intentado agrupar todo el conocimiento sobre la Naturaleza en forma de Leyes, es decir, a grosso modo, lo que podría definirse como una descripción de una relación fija entre ciertos datos fenoménicos. Así, la Física, la Química o la Biología están llenas de Leyes que tratan de hacer inteligible la realidad que nos rodea.
Si bien en el campo de las Ciencias naturales este tipo de regularidades se hallan con relativa facilidad cada vez que uno procede al estudio de un determinado fenómeno, en el amplio y complejo terreno de la Historia humana es casi una quimera. El materialismo histórico, abusando hasta el límite del pensamiento de Marx y tomando prestado el pensamiento dialéctico de Hegel, creyó encontrar una serie no ya de regularidades sino incluso de procesos deterministas que harían que la humanidad fuese pasando como un espectador más por una serie de etapas históricas, caracterizadas fundamentalmente por sus modelos de producción, que desembocarían irremediablemente y felizmente en el comunismo. Sobra decir que por mucho que leamos la obra de Marx no encontraremos por ningún lado ese férreo determinismo histórico. Más bien, el sabio de Tréveris a lo que más se dedicó en el campo de lo político fue a fomentar el sentimiento de clase entre los proletarios para fortalecerlos en su enfrentamiento con la clase burguesa con el fin de arrancar determinadas conquistas en materia de derechos sociales, y no a esperar con los brazos cruzados la llegada de la Arcadia feliz; conocedor como era del carácter contingente y coyuntural del devenir histórico.
¿Significa esto entonces que en el campo de la Historia domina una contingencia pura y es imposible extraer regularidades? Echemos un vistazo al contexto político actual a ver si esto puede aportarnos alguna pista. Es evidente para todo el mundo que nos encontramos frente a un periodo de alta crispación política. El Gobierno debe hacer frente cada día a múltiples frentes abiertos mientras el país, a su vez, se halla inmerso en una situación de emergencia sanitaria provocada por una pandemia que afecta a todo el planeta. Los ataques desde la oposición, los principales medios de comunicación, las élites económicas… son una constante diaria y pudiera parecer que nos encontramos al borde del colapso de nuestras instituciones democráticas. ¿Hay algo en esta forma de proceder que nos retrotraiga a situaciones pretéritas de la Historia?
Veamos algunos hechos históricos contemporáneos:
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En España el 18 de julio de 1936 se perpetró un Golpe de Estado militar contra un régimen democrático que ocasionó cientos de miles de muertos instaurando una dictadura totalitaria que duró cuarenta años.
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En Argentina, entre 1976 y 1983, la dictadura militar produce 30,000 muertos y desaparecidos.
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En Chile, entre 1973 y 1988, Pinochet hace desaparecer al menos a 3197 personas y tortura a más de 35.000.
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En El Salvador, entre 1980 y 1991, la guerra civil ocasiona 75.000 muertos y desaparecidos.
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En Paraguay, al régimen del general Strossner entre 1954 y 1989, se le imputan alrededor de 11 mil desaparecidos y asesinados, además de centenares de presos políticos y exilios forzados.
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Entre 1980 y el año 2000 el balance en Perú es de 70.000 muertos y 4.000 desaparecidos bajo el mando del general Luis Cisneros Vizquerra, presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.
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En Guatemala, entre 1960 y 1996 se registran 50.000 desaparecidos y 200.000 muertos.
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En Uruguay, entre Junio de 1973 a Febrero de 1985, uno de cada cinco ciudadanos pasó por las cárcel; uno de cada diez fue torturado; una quinta parte de la poblacion se vio obligada a emigrar, cientos desaparecieron; otros fueron asesinados.
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En Haití, bajo la dinastía de los Duvalier entre 1957 y 1986, son asesinadas más de 200.000 personas, a las que hay que añadir las miles de víctimas del golpe de Estado de Raoul Cedras contra Aristide.
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En Nicaragua, la dictadura de los Somoza produce al menos 50.000 muertos, a los que hay que sumar otras 38.000 víctimas mortales como consecuencia de la guerra de baja intensidad sostenida en la década de los 80, con el apoyo y financiamiento estadounidense, contra el gobierno democrático sandinista.
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Colombia registra el único caso conocido de un verdadero y sistemático «genocidio» político ejecutado contra una fuerza legal, la Unión Patriótica, 5.000 de cuyos miembros -diputados, senadores, afiliados- fueron asesinados en 10 años.
Detengámonos aquí aunque podríamos enunciar hechos similares acontecidos más allá de nuestro país y de Latinoamérica. Además de la horripilante cifra de cadáveres, lo que todos ellos tienen en común es que son consecuencia de una reacción frente a un hecho democrático: la victoria previa en las urnas de alguna fuerza que pudiera llamarse a sí misma de izquierdas sin sonrojarse. Hemos encontrado entonces al parecer una regularidad histórica: cada vez que en el siglo XX, al menos en España o en América latina (aunque ya hemos comentado anteriormente que al lector interesado no le resultará difícil encontrar ejemplos similares en otros lugares del mundo), la izquierda ganaba las elecciones se producía al poco tiempo una reacción por parte de las élites que daba el traste con sus aspiraciones de transformación social matando, de paso, a una parte importante de su población (normalmente entre aquellos que se habían “equivocado” al votar).
¿Se limita esta regularidad histórica únicamente al siglo XX? Los recientes hechos acontecidos en Venezuela (golpe de Estado contra Chávez en el 2002 que, como caso insólito, terminó frustrándose por el apoyo del Ejército a la legalidad democrática) u Honduras (contra el presidente electo Manuel Zelaya en el 2009), así como lo acontecido hace apenas unos meses en Bolivia, parecen apuntar a que este patrón histórico se encuentra lejos de desaparecer. ¿Quiere esto decir entonces que en la España actual podría darse un hecho similar como el acontecido en 1936 cuando gran parte de la población española se “equivocó” al votar al Frente Popular? Ciertamente no lo creo, pero eso no significa que no existan multitud de otros medios menos sangrientos y expeditivos para doblegar la voluntad popular. Les daré una pista, estudien lo ocurrido en Grecia tras la victoria electoral de Syriza, sin necesidad de que nadie pegase un solo tiro, las principales promesas de su programa electoral rápidamente se convirtieron, por cuestiones ajenas a la voluntad de su presidente electo, en papel mojado. Pero de todo ello hablaremos, quizás, en otra columna.