Martiño Riera Rodríguez
Educar en tiempos revueltos
Volvamos á escola con sentidiño, un eslogan pegadizo, cercano; como dirían mis alumnos, un eslogan que mola. Sin embargo, el lema utilizado por la Consellería de Educación para subirnos el ánimo en la vuelta a las aulas es todo un homenaje a la hipocresía.
Estamos volviendo a las aulas, efectivamente, pero con poco sentido, pocos recursos y mucha incertidumbre. Una vuelta caótica, improvisada, con protocolos y normativas que rezuman un absoluto desconocimiento de la realidad educativa. Una vuelta que, sobre todo, está siendo desigual.
Me explico. En Galicia, estamos viendo un número importante de centros educativos que han conseguido transformar su funcionamiento y estructura de forma drástica: reduciendo el número de alumnos por aula, habilitando nuevos espacios para la docencia (consecuencia de lo anterior), consiguiendo más profesorado… Han logrado, gracias especialmente al trabajo de sus equipos directivos, que, a pesar de la incompetencia de las Administraciones Estatal y Autonómica, el inicio de curso en sus centros haya sido razonablemente seguro. Por el contrario, muchos otros centros, por razones diversas, apenas han hecho cambios; sobre todo en uno de los elementos más cruciales en este momento: el número de alumnos por aula. Así, se están viendo cursos de Educación Primaria e incluso de Educación Infantil que se mantienen con 25 niños por aula, compartiendo en muchos casos pupitre y por supuesto sin respetar la distancia de seguridad. ¿Recuerdan cuando Pedro Sánchez afirmó aquello de “los niños y niñas estarán más seguros en los centros educativos que en otros muchos entornos en los que han estado durante el período estival”? Permítanme que lo ponga en duda, puesto que 25 niños de 5, 6, 7 años en un aula convencional y en plena pandemia están de todo menos seguros, al igual que su profesorado, que también somos de Dios.
Ante este panorama, a uno no dejan de asaltarle dudas e interrogantes. ¿Cómo es posible que la Inspección Educativa permita semejante desigualdad, que un colegio cuente con una media de 15/16 alumnos por aula y otro tenga 25? ¿Acaso solamente actúan cuando las familias y los claustros de profesores salen a la calle y les exigen que cumplan con su deber y garanticen una educación de calidad? ¿Es por lo tanto el pataleo condición sine qua non para que los que mandan se pongan manos a la obra?
La falta de celo por parte de las instituciones educativas en un momento como este debilita uno de los pilares básicos de la escuela pública: el principio de equidad. Este principio, que muchos consideramos sagrado, implica ofrecer una educación que garantice al alumno la igualdad de oportunidades, independientemente de su condición social, económica, religiosa…
Si seguimos sin respetar la escuela pública como se merece, quizás tengamos que empezar a hacernos aquella pregunta que Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca, se hacía en uno de sus artículos más conocidos y controvertidos: ¿es pública la escuela pública?