Marisa Lozano Fuego
Adagio de otoño
Me sugiere un amigo al que tengo estima que mi artículo de este Lunes puede versar sobre el Otoño. Recojo el guante, es una de mis estaciones favoritas. Curiosamente, por su simbolismo, siempre me agradó romantizar la meteorología. Supongo que el Otoño, El Invierno, cualquiera de estas estaciones paradójicamente cálidas (porque el frío invita a buscar el calor de otras manos, de un abrigo o una chimenea) todas ellas tienen su folklore compartido .Y su tinte sentimental a infancia o a melancolía. Otoños de castañas asadas en la Plaza de la Herrería, helándose la punta de los dedos y calentándonos en el ansiado cucurucho de papel. Castañas de familia, de amigos, una para ti, dos para él, la tercera para el abuelo, las últimas para el vecino. Tarde de films antiguos y Nescafé. Cuando tener un techo se vuelve privilegio y no precisamos buscar fuera lo que ya poseemos dentro. Otoño en las hojas amarillentas, en las cabezas nevadas. Curso académico iniciado, réquiem por el verano (sinceramente, el calor me molesta para discurrir prosas nuevas, aunque el agua salada y dulce reconozco atempera bastante la rabia roja del estío). Siempre me ha gustado el Otoño, el Invierno, su colorido. Llevaba uniformes azules , blusas blancas, mi otoño de colegio. Caían las gotas y las hojas suave, dulcemente, sin agitarse.
Es curioso el simbolismo atribuido al Otoño: en ocasiones muerte, dolor por el período vacacional. Siempre me ha gustado reformular los símbolos. Eso hacía la llamada hermenéutica. Los árboles se desnudan para nacer, Otoño nacimiento, despojarse de una coraza para nacer a una corteza nueva, en carne viva, sí, pero que se fortalecerá con el tiempo.
Otoño extraño este, ciertamente rocambolesco, pero no tan extraño en sus orígenes. Cambio, crisis, tambaleo del equilibrio constante y temor a lo que vendrá. Un nuevo curso, menos posibles, tal vez pérdida del paisaje. Temor por el empleo y los ingresos, sí, es cierto, como cada Otoño, la cuesta del cole siempre estremece, pero este año hay más dolor. ¿Otoño de culpas y guerras? Tal vez Otoño refexivo, el que nos invita a segar las hojas que ya no poseen vida, o que no han sido funcionales, para dejar que florezcan distintas. No vemos el color del cielo, pero ahí sigue estando, lo hemos teñido ya de furia y llanto, toca teñirlo de prudencia , cooperación y solidaridad. Otoño exento de esperanza? Tal vez como un recién nacido, estación denostada por su asociación con símbolos negativos, porque la publicad no lo ha vendido así. Como tantas otras cosas, en ciertos sectores el Otoño no se lleva. Como el romanticismo o la piedad, como la monogamia o la familia, como la poesía del Siglo de Oro o dar un abrazo a tu padre. Sí, somos modernos, elegimos estaciones crepusculares, de esas chillonas, que nos hagan parecer más modernos, más agresivos. U otros las eligen por nosotros.
Por eso el Otoño nos pone tristes y la gente no confiesa su amor, por eso los hombres no lloran, o les instan a no hacerlo en público. Porque nos han dicho que no se lleva, como mi flequillo ochentero o aquellas bandas sonoras tan cursis que criticaban en el cole. “¿Aún te gusta salir con tu mamá?” “-Pues si”… luego eran ellas las que se acercaban, tímidamente a la cafertría, o a la puerta de casa, para ser invitadas a un chocolate o a una conversación. “-¿Ah, pero tú crees en…? Pues yo sí….”-Vaya, qué antigua, eso nos existe”. Sin embargo, todos esperamos ansiosas la visita de los Reyes Magos y dejábamos los zapatos debajo del árbol para esperar la mágica visita. Todas dejamos nuestra primer incisivo de leche en una almohada esperando que la magia de un roedor nos trajera nuestro primer duro. Para gastarlo en maicitos.
¿Dónde se nos ha quedado el Otoño?
Ese Otoño de fe y esperanza en tiempos pretéritos donde todo funcionaba mejor, donde parece que no era necesario ser modernos ni demostrar ira, donde la libertad no era impuesta y los valores eran…los de siempre, como el cine de culto, los zapatos de ante, la tortilla de patatas, el te quiero.La lealtad.
Este Otoño que no se lleva , que vino cargado de duelo, a mi me conmueve y transforma. Me recuerda que muchas veces los valores intemporales, como en Arquitectura y Literatura, permanecen. Las estaciones siguen siendo cuatro, y doce los meses del año, la familia (creada, o de origen) sigue siendo un núcleo antropológico y afectivo protector…la lealtad sigue sumando por mucho que la demagogia quiera restar.
Y la praxis se muestra a lo largo de las estaciones, los años y los hechos. Sí, mi Otoño.
Volverás a activar mis venas con esa ternura de lo pasado, y todas las nuestras en el deseo de recuperar lo que no hemos perdido, a pesar de la tempestad: a nosotros, nuestra unidad y democracia, la salud de nuestros mayores y esos abrazos que se dan no con las manos, sino con la mente. Finalmente, por mucho que pretendan denostarlo, el Otoño nunca pasa de moda. Y nuestra fortaleza, tampoco. Seguiremos fregando el suelo con gel con olor a limón y cocinado tortillas que se pegan, seguiremos adorando a nuestros mayores por mucho que regañemos por el abismo generacional…seguiremos apagando la tele y encendiendo la sonrisa toda vez que nos haga falta recordar que algunas estaciones y algunos tonos suaves, moderados, discretos, jamás pasan ni pasarán de moda.