Manuel Pérez Lourido
Guap@s con mascarilla
Desde que Platón formuló aquello del mito de la caverna, sabemos que vivimos en un mundo de apariencias. Y aunque esto no es algo que hayamos inventado ultimamente, ultimamente se ha intensificado su importancia.
¿Se acuerdan de cuando teníamos cara? Pues resulta que a algunos nos va mejor sin ella. Hay gente que resulta más atractiva con mascarilla, y que seguramente está pensando en seguir usándola cuando estemos libres de pandemias.
Es algo demostrado científicamente: nuestro cerebro nos engaña para que el prójimo nos resulte más interesante con la mascarilla puesta. Según la psicología, nuestra mente rellena los huecos que percibe, sean figuras incompletas o rostros humanos, porque necesita que tenga un sentido lo que la vista nos ofrece. Esto hace que cuando no existe suficiente información como para completar una imagen para que se ajuste a la realidad, nuestra mente se inventa los datos que faltan. Y se los inventa de forma siempre favorable para el sujeto en cuestión, de modo que aunque tenga una nariz de cerdito y dientes de conejo, nos imaginaremos una nariz y unos dientes perfectos. A este fenómeno se le llama “completado amodal” y se basa en nuestros recuerdos de esos rasgos en rostros que hemos visto anteriormente. Todo esto hace que en ocasiones tengamos ganas de salir huyendo cuando una persona se retira la mascarilla delante de nuestros ojos.
No es extraño que sintamos deseos de emprender la huida ante una persona que se ha quitado la mascarilla y cuyo rostro contemplamos por primera vez. Es más, es lo que deberíamos hacer: escapar corriendo mientras gritamos que nos hemos dejado una sartén en el fuego.
Con la profusión de las mascarillas hemos entrado en el reino de las patas de gallo. Yo no había visto jamás tantas como en lo que va de año. Bueno, seguro que las había visto, pero no me había fijado en ellas. Y en cuanto a la expresividad de las caras: ha quedado reducida a lo que pueda dar de sí una mirada, un levantamiento de cejas o un fruncimiento de ceño. Pero seguramente lo más lamentable es que han desaparecido las sonrisas de la faz de la tierra. No podría ser de otro modo, dadas las terribes circunstancias que afrontamos, pero es que resulta literalmente imposible poner a mal tiempo buena cara. Nuestro rostro es ahora un trozo de tela, celulosa o polipropileno y nosotros nos ocultamos detrás, aguardando el día en que podamos salir a la calle sin taparnos la cara.