Valentín Tomé
Res publica: La sociedad voluntaria
En muchas otras columnas nos hemos ocupado aquí del "vaciado" que supone el neoliberalismo como ideología dominante. Vaciado, ¿de qué? Pues fundamentalmente de todo aquello que hacen de nuestro país un Estado social y democrático de Derecho como así preconiza nuestra Constitución. El Estado social mengua a pasos agigantados y la democracia resulta impotente ante ese avance hacia el abismo. Prueba fehaciente de ello son las privatizaciones o "externalizaciones" de empresas estratégicas y servicios públicos esenciales que se han llevado a cabo en las últimas décadas. El Estado y sus instituciones retroceden ante el avance imparable del Mercado, que con una voracidad insaciable engulle todo aquello de lo que se pueda extraer un rédito económico.
Si el terreno de lo común se hace cada vez más pequeño, y lo privado reina cada vez en más esferas, ¿quién se va a ocupar entonces de aquellas actividades de las que no se puede extraer un beneficio económico inmediato pero que sin embargo tampoco pueden ser abandonadas pues de alguna forma nuestro bienestar depende de su cuidado? Pues toda esa labor recaería sobre lo que en economía se conoce como Tercer Sector, es decir un sector económico que esté organizado en torno al principio de solidaridad y sin ánimo de lucro. Estaríamos hablando fundamentalmente, aunque no exclusivamente, de las ONGs y el voluntariado.
El conocido como Tejido Social Solidario levanta alabanzas en múltiples niveles de la realidad. Desde la Administración Pública (redes de información y fomento del voluntariado, subvenciones, años internacionales…), la empresa privada (creando valores añadidos y buena imagen de sus productos asociándolos a supuestos fines solidarios o sociales relativos a su venta), organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial (como respuesta a los retos que plantea la globalización económica generadora de desigualdades crecientes), la Izquierda política (al considerar la solidaridad como un principio fundamental de su ideario) y también incluso de la Derecha (la filantropía practicada por los ricos hacia los pobres es una actitud a fomentar, véase el ejemplo de Amancio Ortega). Sin embargo, esta sustitución del Estado y sus instituciones por el Tercer Sector no está exenta de problemáticas como veremos a continuación.
En primer lugar, destacaría el enorme peligro de confundir justicia social con caridad. «Es justicia y no caridad lo que necesita el mundo» decía la pensadora feminista Mary Wollstonecraft. La caridad es dar lo que nos sobra, mientras que justicia social es repartir justamente aquello que se tiene; y esto último solo lo puede llevar a cabo un poder coercitivo fruto de un compromiso social, es decir el Estado. Las donaciones son el fruto de la caridad, los impuestos el de la justicia social. Las primeras son arbitrarias y a capricho del donante, las segundas atienden a criterios de racionalidad, distribución de la riqueza y poder democrático. Las ONGs o los filántropos o el voluntariado no pueden ocuparse de resolver temas de naturaleza estructural como la desigualdad o la pobreza, de la misma manera que las instituciones caritativas patrocinadas por los señores feudales en el medievo no resolvían el problema de los privilegios estamentales. Eso no es óbice para que en aspectos puntuales de la realidad puedan realizar intervenciones que ayuden a mitigar el dolor o el sufrimiento humano pero no a costa de suplantar al Estado y a los derechos sociales que este debe garantizar a la ciudadanía.
Otro de los grandes problemas, que con el paso de los años no ha hecho otra cosa sino aumentar, es la parcelación artificiosa de la realidad. Cada vez se crean más asociaciones de voluntarios u ONGs dedicadas únicamente a un aspecto muy concreto de la realidad y totalmente desconectadas las unas de las otras. Así, por ejemplo, en materia de salud existen tantas asociaciones, fundaciones, organizaciones sin ánimo de lucro como enfermedades, aunque muchas veces la naturaleza de estas responda a un tipo más general que las engloba a todas (el caso del cáncer y todos sus subtipos, cada uno con su asociación, es bastante ilustrativo de esto mismo). En la búsqueda de recursos que financien sus organizaciones todas se lanzan a un intento desenfrenado por acaparar la atención del gran público sobre su campo concreto de actuación con diferentes campañas de marketing entrando en una dinámica que nada tiene que envidiar a la que se produce de manera natural en el mercado privado de bienes y servicios. Mientras, a la que se ocupa de los ancianos le resulta indiferente el problema de la deuda externa, a la que trabaja con toxicómanos le es ajeno todo lo relacionado con el 0.7%, la que se preocupa por el bienestar de una comunidad africana no quiere saber nada de la pobreza que asola su municipio... Sin embargo, en la aldea global, deberíamos universalizar valores solidarios desde los excluidos de aquí y allá, náufragos todos de un mismo barco que ha fondeado en las aguas del pensamiento único neoliberal y que amenaza a todos por igual.
Por último, y no menos importante, se da la paradoja de que en muchas ocasiones es una persona que se encuentra largo tiempo desempleada quién realiza esta labor de voluntariado, la cual correspondería en la mayoría de los casos a la Administración y sus instituciones, creando, así, ese servicio público hasta ese momento inexistente, y generando los puestos de trabajo necesarios para llevar a cabo esa función. Así, por ejemplo, es habitual que muchos municipios de nuestro país no cuenten con una perrera municipal y sean ciudadanos anónimos quienes se organizan de manera altruista en torno a una asociación dedicada al cuidado de los animales abandonados, siendo esta actividad sin embargo un servicio público que por ley deben suministrar los Ayuntamientos.
En resumen, no debemos olvidar nunca cual es la verdadera y última razón de ser de una Administración: garantizar el bienestar (al menos la vida digna) de todos sus ciudadanos. Y es por ello, nuestro deber como ciudadanos ser críticos y exigentes con nuestras instituciones democráticas para que estas sean fieles a este objetivo.
En ese gran laboratorio neoliberal europeo como es la capital de nuestro Reino, todo lo que anteriormente hemos teorizado se plasmó en el campo de lo empírico durante la nevada caída al paso de Filomena. Varios días después de la misma, las calles principales de la urbe aún no habían sido despejadas, decenas de barrios seguían permaneciendo incomunicados mientras los trabajadores se hacinaban en el metro para poder desplazarse en plena pandemia, miles de toneladas de basura se amontonaban en las aceras sin recoger, cientos de árboles caídos sobre vehículos privados y colapsando las vías públicas seguían sin ser retirados… Una nevada que había sido anunciada previamente por los servicios estatales de meteorología desde hacía semanas y frente a la cual, sin embargo, la administración madrileña fue incapaz de ofrecer algún plan público para intentar paliar sus efectos. ¿La razón? Una Administración en la que los servicios públicos han ido menguando año tras año en favor de un Mercado totalizador que todo lo regula no tenía nada que ofrecer; sólo le quedaba una opción, de la que hemos hablado en estas líneas, hacer un llamamiento al Tercer Sector. Así, sin pudor alguno, tanto la presidenta de la Comunidad como el Alcalde de la capital realizaban en redes llamamientos desesperados a la ciudadanía para que hicieran de voluntarios en las labores de retirada de la nieve (ya antes un grupo de ciudadanos se había ofrecido para trasladar en sus vehículos todoterreno a sanitarios y enfermos ante el colapso de las carreteras). No resultaba nada extraño, ya previamente habían pedido voluntarios para hacer de rastreadores o para que ayudaran a transformar IFEMA en un hospital de campaña. De eso se trataba, de apelar a la solidaridad en lo público, cada vez más menguante, para que lo privado pudiese seguir campando a sus anchas. No deja de resultar curioso como el neoliberalismo se las ha ingeniado para exaltar los valores del altruismo y del esfuerzo colectivo para tratar de resolver los problemas del común, mientras el resto del tiempo predica el individualismo y el desprecio por lo público.
Como guinda a toda esta iconografía neoliberal, los medios nos mostraban a un líder de la oposición como voluntario, armado con una pala, ayudando a retirar la nieve. Tras el populismo demagógico de la imagen, se escondía un profundo nihilismo: "Ya no queda nadie a quien recurrir, estás solo, de ti, y solo de ti, depende tu supervivencia.", parecía decirnos tras su hercúleo trabajo.