Milagros Domínguez García
¿Qué está pasando?
Hace ya algún tiempo que no me decido a expresar ningún pensamiento ni reflexión quizá porque miro a mi alrededor y no hallo en nada ningún estímulo que me produzca el deseo de pronunciarme. Posiblemente deba escribir sobre ello, sobre la inapetencia que suscita lo que me rodea, y quién sabe, puede que en mis palabras alguien se sienta reflejado y no sea yo un bicho raro que se cuestiona a veces estar equivocado porque siente que nada contra corriente.
Las noticias, los sucesos, la política, la sociedad en general me hacen sentir perdida, y creo que la pandemia que actualmente sufrimos no es la culpable, sino el detonante, el tonto útil que la vida usa para mostrarnos lo que somos en realidad, el que ha dejado a la vista lo que se encontraba debajo de todo el brillo que adornaba nuestras excelsas vidas.
Un mundo de mentira, violencia e hipocresía, donde el que más grita pretende tener la razón e imponer su orden, su criterio, y su mezquindad al fin y al cabo. Un mundo mediático donde lo importante queda relegado por lo urgente, donde lo que hoy es prioridad mañana queda postergado a un plano difuso donde apenas se aprecia que haya existido y se olvida.
Ha perdido sentido la integridad, los valores se calculan en euros, la dignidad se mide según el grado de indignación olvidando que es un derecho fundamental del ser humano.
Nos dejamos embaucar de forma irreflexiva por aquellos que intentan convencernos de que esto o lo otro es lo más conveniente sin percatamos de que lo conveniente no necesita ser inculcado, dejamos de apreciar la verdad como un bien necesario y escuchamos a quienes mienten más que hablan sin ver en la mentira una decisión malintencionada tomada libremente por quien la vierte y la entendemos y justificamos como un error, como un despiste, como algo irrisorio.
Es una historia de buenos y malos donde nadie quiere el papel de malvado para si, pero a la fuerza necesita de ese personaje para tensar la cuerda, el feminismo va en detrimento del feminismo, el machismo y la violencia se camufla en el lodo al que parece que hemos descendido todos para pelearnos intentando lograr vencer, los políticos dejaron la discusión para decretar la crispación, escuchamos para responder y respondemos para disculparnos, hablamos para imponernos en lugar de conciliarnos.
Nos convencieron que la elegancia es clasista y no apreciamos la elegante figura de quien se esculpe día a día esforzándose con su trabajo, ya casi se desprecia la educación que no empuña la palabra como daga, la insolencia se confunde con ordinariez, la rebeldía arde y su humo negro distorsiona el mensaje, el buenismo es el escudo a la verdad y damos por bueno al más despiadado, la cultura es el disfraz del inculto que pretende sentar cátedra, la opinión se tacha de disidencia, el insulto se ha apropiado de la libertad de expresión, el miedo vuelve a ser el argumento que amedrenta, los uniformes son sinónimo de represión, la ineptitud es un máster, la ignorancia es más atrevida que nunca, la crítica dejó de construir.
Y mientras tanto sucede, yo siento que nada tiene sentido, me cuesta confiar y construir algo que no sea una muralla donde refugiarme a la espera de que la tempestad pase amparada en la esperanza y la ilusión de que suceda, o por lo menos, tener un espacio donde sentirme segura y poder sentir que en ese pequeño mundo soy feliz, dejando que crean que vivo en la ignorancia de no saber que hay al otro lado, pero sabiéndolo todo, y cuidando lo que para mí no ha dejado de ser valioso; la integridad, los valores, la verdad, la dignidad, e iniciar así una desescalada gradual de esa pobredumbre que intoxicó en los últimos tiempos mi vida.