Valentín Tomé
Res publica: Meritocracia y Superliga
En su monumental obra El Capital en el siglo XXI, el economista francés Thomas Piketty, apoyado en multitud de series históricas de datos estadísticos, dejaba constancia, sin posibles ambigüedades, que la desigualdad económica había sido un componente fundamental de cualquier sociedad desde el capitalismo pero, que además, desde los años 70 del siglo pasado, con el triunfo del neoliberalismo como corriente económica e ideológica dominante, hasta la actualidad, esta había aumentado progresivamente. Ya en otra obra posterior, Capital e ideología, intenta dar una respuesta desde el punto de vista socioeconómico a esta tendencia, y señala, sin ambages, "el gran relato liberal se armó desde el Siglo XIX con la idea de las famosas «meritocracia» y su más moderna versión: «la igualdad de oportunidades». Ese relato es falso".
De hecho, lo que demuestra fehacientemente en su libro, es que, en las últimas décadas, nos encontramos ante un capitalismo patrimonial, es decir un capitalismo rentista, donde la herencia adquiere una importancia decisiva en la concentración de la riqueza, de tal manera que la riqueza que se hereda siempre posee más valor que la que un individuo puede acumular en su vida. Bajo estas condiciones, hablar de meritocracia no puede ser más que una broma ya que los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia solo grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales, así como, y esto en mi opinión es fundamental, redes de influencia que le permitan adaptarse de manera óptima al ecosistema económico dominante.
Por otra parte, el factor cultural vuelve a ser decisivo en la valoración de la meritocracia. Es socialmente aceptado, gracias a los mecanismos ideológico-discursivos del poder, que las personas con éxito económico crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores. Además, por otra parte, también se piensa que los que se han quedado atrás son responsables de su situación.
Tomemos por ejemplo (ya que viene a colación con el caso que nos interesa, pero podíamos haber elegido a casi cualquier otro milmillonario de este país) el caso de Florentino Pérez, ese ser superior como lo definió Emilio Butragueño. El cultivo de las relaciones personales hasta límites inimaginables, la dedicación completa a ese amiguismo tan hispano, siempre en connivencia con el poder político y bordeando el tráfico de influencias (no hay gran caso de corrupción en este país donde su nombre no aparezca en el sumario), han hecho de este ingeniero de Caminos uno de los personajes más poderosos y ricos del reino de España. Persigue a los concejales de Urbanismo, adula a los ministros y a los presidentes, presiona a los periodistas. No delega. Desde el palco del Real Madrid, transformado en el santuario de las influencias, Florentino Pérez oficia de sumo sacerdote. El conseguidor, como así se le conoce en el mundo de los negocios, también trabaja los domingos.
Como suele ser habitual en nuestro capitalismo ibérico, su éxito económico parte de su proximidad al otro poder, el político. En 1980 fue director general de Infraestructura del Transporte del Ministerio de Transportes, Turismo y Comunicaciones. Subsecretario-Presidente del Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRIDA) del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación; y de ahí ya no se despegó de la cosa pública: director del Departamento de Promoción del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) del Ministerio de Industria y Energía, además de miembro del comité de dirección del Instituto de Estudios de Transportes y Comunicaciones, del Consejo de Administración del Canal de Isabel II, del Consejo del Instituto de Crédito Oficial (ICO) y de la Comisión Permanente del Consejo de Dirección del ICONA (Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza), del Pleno del Consejo Superior de Deportes, director general y consejero de Asociación Española de la Carretera, miembro del consejo directivo de la Asociación Nacional de Ingeniero de Caminos, del Consejo de Representantes del Instituto de Ingenieros Civiles de España… y entre medias de todo eso fueron creciendo sus propios negocios privados: Construcciones Padrós S.A., Societe Auxiliaire D`Enterprises (SAE), OCP Construcciones S.A., Cobra S.A…. y ACS. Sí como cantaba Astrud, hay un hombre en España que lo hace todo, ese sin duda es Florentino Pérez.
No hallará el lector mayor mérito en su persona que, además de la capacidad intelectual similar a la de cualquier otro estudiante de ingeniería, la de estar siempre próximo a las estructuras del poder político económico (pues todo era uno) heredadas de la dictadura.
Pues bien, como todos ustedes saben, este ser superior cerca de la medianoche del pasado domingo remite un comunicado informando de la creación de la Superliga, una competición semicerrada, con 15 equipos fijos y cinco que rotarían en función de sus méritos deportivos, en la que se repartirían un pastel multimillonario, con ingresos para cada equipo superiores a los 350 millones de euros al año, sin tampoco aportar muchos más datos. El banco JP Morgan avalaría el proyecto. Pero no se concretaba nada más.
Sin entrar en mayores consideraciones (el futbol de élite como negocio, sus oligopolios organizativos, su arraigo popular…) que cualquier lector puede encontrar en cientos de artículos periodísticos dedicados al tema, quisiera centrarme aquí en la parte que nos concierne. Si el mundo del fútbol funcionase exactamente igual que el resto de los negocios (aunque no deja de ser un negocio más, pero con sus particulares características) sería realmente sencillo crear una Superliga, de hecho es lo que conocemos en nuestra vida cotidiana como multinacionales, que operan como gigantescos oligopolios dominando los principales mercados. Todo nuestro mercado de bienes y servicios es en realidad una Superliga. Obsérvese, por ejemplo, lo ocurrido en nuestro sector bancario. En la actualidad existe en nuestro país una Superliga de la gran banca formada por cinco entidades que se reparten prácticamente todo el mercado.
El problema reside entonces en que la tendencia natural del capitalismo hacia la acumulación y concentración de capital se ve aquí imposibilitada. El Real Madrid no puede realizar una OPA sobre el Estrella Roja de Belgrado pues, aunque este fuese en realidad una sociedad anónima, esto en realidad sería un negocio ruinoso para el Real (entre otras cosas los aficionados del Estrella no se iban a convertir en madridistas por orden de Florentino).
Entonces, ¿cómo poder realizar ese modelo de concentración que se quite de en medio a los rivales molestos que además son un impedimento para la acumulación de riqueza? Pues por decreto, creando mi propia Liga cerrada con los quince clubes, que en palabras de Florentino, generan valor. Es decir que el conseguidor no ha hecho otra cosa que exportar al mundo del fútbol lo que ocurre todos los días en el mundo de los negocios. La meritocracia no está ni se la espera. Como ha ocurrido habitualmente en la historia de la economía capitalista, una vez aupado a la élite, y esto como hemos visto se puede lograr de muy diferentes maneras que nada tienen que ver con el mérito o la capacidad, se tira la escalera al suelo para que nadie pueda realmente siquiera amenazar la supremacía alcanzada.
En unas declaraciones realizadas en un programa de televisión, Florentino dio un baño de realidad a los futboleros sobre el funcionamiento de la meritocracia en nuestro sistema económico: "La meritocracia no puede existir para 50. También tendrá derecho el Nápoles, la Roma... Si no es un año, será el siguiente. Pero lo que da dinero son los 15 fijos que juegan entre ellos todas las semanas, es el mayor espectáculo". Tampoco le habrá pasado desapercibido al aficionado al fútbol que entre esos quince equipos que forman la élite según el ingeniero de caminos ni Arsenal, ni Tottenham, ni Manchester City, ni Atlético de Madrid, ni Paris Saint Germain han ganado jamás una Copa de Europa o una Liga de Campeones.
Y así, en este Universo donde nada es eterno, esos quince elegidos serían los máximos representantes del capitalismo patrimonial futbolístico donde sean cuales sean sus resultados futuros heredarán hasta el enfriamiento final de la materia los privilegios de haber sido los señalados por el dedo de un ser superior.