Kabalcanty
Montones de chatarra (Parte 6ª)
Hicieron el camino de vuelta sumidos en la oscuridad más absoluta, sólo los faros del Land Rover iluminaban escuetos la carreterucha. Mirara adonde se mirara, la negrura era un entorno macizo sin fisuras. Tom, la cabeza hundida sobre su barbilla, sesteaba aliviando whisky y escepticismo. Roncaba zumbando madejas desde sus atascados alveolos. Vicky tuvo que apartarlo un par de veces cuando se le cayó sobre el hombro.
— A este borracho le importa una mierda que nos peguemos una hostia.
Dijo buscando la complicidad de Mat en el retrovisor.
Llegaron a las casas prefabricadas violando el silencio de la nocturnidad. Se veían lucecitas titilantes en algunas casas y música lejana de alguna radio o televisión amortiguada por voces sigilosas que les observaban desconfiadas desde las esquinas de las ventanas.
Metieron al médico en el camastro de su clínica.
— Cenemos algo en mi casa -dijo la mujer resolutiva a la vez que cerraba la puerta de la casa- Mañana tenemos que resolver lo del vertedero, Mat. No podemos dejarlo parado ni un minuto más.
El hombre asintió con vaguedad, anclado en otros pensamientos.
La casa de Vicky era tan sobria como la clínica de Tom. Una mesa deslavazada, un par de sillas, un mueble anticuado repleto de papelotes, un aparato de televisión de grandes dimensiones, que contrastaba con lo destartalado de su alrededor, y tres puertas entornadas.
— Vaya, menuda tele te gastas, Vic.
Dijo Mat, pasando un dedo por el marco de la pantalla.
La mujer entró en una habitación contigua para, sentada sobre una cama deshecha, desprenderse de las botas.
— Ponte cómodo, tío -le dijo, señalando una de las sillas- Hay un "frigo" pequeño en la cocina, pilla algo para zampar y coge un par de birras.
La cocina era un habitáculo minúsculo lleno de cacharros sucios y un frigorífico cerrado con un par de bisagras de goma de los antiguos capós de los coches. Se quitó la gorra de sarga y abrió el grifo sobre el fregadero para lavarse las manos y la cara. El hilillo de agua turbia le llegó también para mojarse el cabello y atusarse los rizos con los dedos. Del frigorífico cogió lo que había de alimento: una lata grande de paté de cerdo y una cuña de queso amarillenta en los bordes. Enganchó también dos latas de cerveza para llevarlo todo a la mesa.
Sentado, escuchó correr el agua en lo que parecía ser el aseo (una puerta torcida repintada a medias en la que colgaba una toalla estampada en lo alto) y sintió que su vejiga daba toques de alarma.
— ¿Vas a tardar mucho, Vic? Me meo del todo. -gritó tras dar un sorbo a la lata.
La mujer salió con un vestido ligero y el cabello mojado, suelto, libre del pañuelo.
Mat corrió esquivando a la mujer.
— Si tanto te apretaba podías haber meao en la calle, so gilí.
Comieron a la luz de una bombilla pelada moteada con mosquitos fósiles. Untaban el paté en trozos de queso engulléndolos con apetito.
— ¿De dónde sacáis para pagar todo esto? -preguntó Mat, fijándose en el bamboleo libre de los senos de ella bajo el tela fina del vestido.
— Damos participaciones de las explotaciones de los vertederos -contestó sin dejar de masticar- En el asentamiento 119 están los abastos de esta zona que lo controlan bandas que, supuestamente, están al servicio del Gobierno. Cambiamos vales de participación por alimentos o cosas que nos hagan falta. Tienen de todo y admiten los vales sin rechistar. Aunque, si te digo la verdad, últimamente están empezando a mosquearse. El Gobierno prometió para este año la venida de los tráileres para recoger y pagar lo reciclado, y estamos llegando al fin del año y nanai de nanai. Todos deseaban pegarse a la explotación de los vertederos porque el Gobierno prometió el oro y el moro del negocio, pero estamos esperando demasiado para pillar la pasta. La cosa puede explotar y todos jodidos ¿Lo entiendes?
Mat observaba los labios de la mujer asintiendo sin escuchar. Veía el canalillo al filo del escote, percibiendo un perfume que le hacía removerse en la silla, y sentía desentumecerse su miembro adormilado. Cuando la mujer se levantó para traer otras latas, vislumbró su culo insertado en el vestido. Otro apetito irrefrenable le iba ganando y se hacía demasiado patente.
Vicky abrió las dos latas de cerveza sonriéndole de par en par.
— Podemos follar, si quieres -le espetó alzando la lata en una dedicatoria- Los polvos hay que cogerlos al vuelo hoy en día, tío. Es parte del juego de esta puta mierda de vida.
El hombre se sintió turbado. Bajó los ojos unos instantes y se acomodó en la silla de manera torpe.
La mujer dio un trago largo. Luego se levantó para desprenderse con naturalidad del vestido y le miró condescendiente.
— Vamos, capullo, pareces nuevo -le dijo desnuda, haciendo un además de impaciencia.
A la mañana siguiente a Mat le despertó el olor a café recién hecho. Vicky, ya vestida con el peto vaquero y el pañuelo anudado en la cabeza, andaba inmersa en una llamada telefónica. El hombre, vestido con unos calzoncillos, la saludó desde la puerta del cuarto subiendo la mano.
— No hay Dios que pueda comunicar -dijo contrariada sacudiendo la cabeza- Las líneas andan fatal y a estas horas de la mañana peor. ¡Joder!
Mat trató de sonreír con cierta complicidad.
— Es que yo…. Quería decirte que lo de anoche fue…..
La mujer dejó el móvil sobre la mesa de manera brusca.
— Oye, Mat, quiero que quede clarita una cosa: lo de anoche pasó y no significa nada. N-a-d-a ¿Vale? Dos personas follan y al día siguiente vuelven a los temas que mueven sus vidas. ¿Ok? Así que refréscate y sal afuera a buscar dos tíos para trabajar en el vertedero. Tú reemplazarás a Ed, o sea irás conmigo en el Rover.
El hombre quedó descentrado. Se quedó con la boca entreabierta para decir algo, pero calló apretando las mandíbulas. Tomó aire aferrándose al marco de la puerta y contestó sin encararla.
— Vale, lo que tú digas, Vic. ¿Qué hago? ¿Me pongo a vocear ahí afuera para buscar esos dos hombres?
Ironizó.
— Exacto, eso es lo que debes hacer.
Dijo ella. Después siguió intentando comunicar.