Manuel Pérez Lourido
Siento, luego existo
Vamos a analizar cierta información en mal estado que nos transmite el cine. Concretamente el cine norteamericano. Más concretamente las películas bobas y sensibleras que produce el cine norteamericano. Nos referimos a la tesis, ampliamente divulgada a través de ellas, de que debemos seguir los dictados de nuestro corazón. Por encima de lo que la lógica o la razón nos recomienden, por encima de lo que el sentido común nos aconseje: estamos perdidos si no seguimos a nuestro corazón. Es decir, en la esfera dominada por nuestros sentimientos y emociones hallaremos más sabiduría que en todo el circuito neuronal que sustenta nuestra capacidad intelectiva.
Pues bien, semejante pedazo de estupidez ha de convertirse en santo y seña ante cualquier decisión importante en la vida de los seres humanos. Sea la elección de pareja, un puesto de trabajo (recuerden, son pelis hechas en el extranjero), una vivienda, un coche, un disfraz para carnavales... el patrón para una correcta decisión viene de la mano de una serie de pulsiones sobre las que no tenemos control alguno. Siento, luego existo. A la sabiduría por el sentimiento. Lo que siento es lo que soy. Sentido y sensibilidad. Frénenme que me desboco... Procedamos a inquirir:
Si uno ha de escuchar a su corazón y resulta que tiene un soplo ahí, en el corazón... ¿quiere eso decir que dispone de información privilegiada?.
Las revistas del corazón... ¿debemos considerarlas tratados científicos?.
Decía Nicola di Bari, de modo muy políticamente incorrecto, que el corazón es un gitano. Y además lo decía cantando. Cuaquiera le pregunta a cualquier genuino representante de la etnia gitana qué piensa de esa comparación. En todo caso, que vaya a reclamar a Bari.
Cierto refrán, y un refrán es por antonomasia un píldora de sabiduría, dice que "el corazón tiene razones que la razón no entiende". Falso: el corazón tiene aurículas y ventrículos, venas y válvulas, músculos y fibras, pero no razones, señores míos.
En realidad, las películas norteamericanas que hemos empezado denostando, porque somos mucho de denostar, no hacen sino recoger una extendida corriente de opinión que atribuyen a la esfera emocional humana una serie de superpoderes que luego no llevan a ninguna parte.
Podemos confiar en nuestro sentido o en nuestra sensibilidad, para concluir que preferimos esta o aquella opción, pero no para establecer cuál es la que nos conviene. Podría poner un millón de ejemplos, pero no voy a hacerlo por falta de espacio.
En las tesituras más banales de nuestra existencia, cuando lo que esté en juego sea playa o montaña, churrasco de cerdo o de ternera, Real Madrid o Barsa, dejémonos guiar por el corazón: el batacazo será leve, si se da el caso. Pero en aquello en lo que vamos a hipotecar la psique o la hacienda durante unos añitos más nos vale que pongamos a funcionar precisamente lo que nos diferencia de los animales irracionales, si no queremos hacer el burro.