Manuel Pérez Lourido
Columnistas y demás ralea
Los columnistas de prensa son una raza muy falsa. Para empezar, son gente que se cree que tienen algo que decir. Y que el mundo no sería el mismo si no lo hacen. Se sienten llamados a escribir sobre tal o cual cosa. En realidad nadie los llama a nada. Probablemente el mundo estaría mejor si no sintiesen nada, pero no suelen arriesgarse para comprobarlo. Se entregan a su misión redentora con una vocación literaria que vaya usted a saber en que oscuros recovecos de su infancia se ha forjado. Aunque a lo peor ni se ha forjado, y anda por ahí la vocación, fraudulentamente fraguando todavía, ejercitándose de un modo diletante y corsario.
No hay nada peor que un columnista que no sabe por qué hace lo que hace, un escribidor "avant la lettre" que se persigue a si mismo en cada párrafo porque lo que está haciendo en realidad es indagar de dónde proviene la compulsión que lo propulsa y a dónde va a parar todo ese esfuerzo
retórico.
La primera y casi única obligación del columnista de prensa es presentarse ante sus lectores de un modo inteligible. Sin embargo, en no pocas ocasiones muda este compromiso para encerrarse en su torre de palillos, que el marfil anda muy caro, y suministrar muy pocas pistas sobre las intenciones que le condujeron a escribir tal o cual texto y de esta o aquella manera. No es que pretenda desafiar la inteligencia de nadie (les suele faltar inteligencia para ello) sino que es el mero capricho lo que le hace encriptar el mensaje y cegar los afluentes del entendimiento. Para ello, el columnista a menudo acude al despliegue inmoderado de recursos poéticos de un nivel inferior al segundo ciclo de primaria y desde los que pretende proyectarse como un vate inveterado. Nada importa que se le haya aconsejado miles de veces que sea claro y meridiano en la exposición, el columnista de prensa reincide en dar vueltas y vueltas en una inextricable maraña de proposiciones subordinadas que terminan por insubordinársele.
No es extraño que llegue al último párrafo del texto con la lengua fuera y la boca semiabierta, el ceño fruncido y la frente perlada de sudor. (Lo de "perlada de sudor" no me digan que no se las trae).
Y todo ¿para qué?. Vanitas vanitatis, la de suponer que lo que uno piensa o escribe puede resultar útil o necesario para la existencia del prójimo.