Valentín Tomé
Res publica: La inutilidad de la filosofía
En su libro El fin del trabajo, el economista estadounidense Jeremy Rifkin defendía que la aplicación de nuevos procesos productivos produciría, ahora ya en todo el planeta, un desempleo estructural irresoluble. Esta situación es consecuencia de una sobreproducción constante globalizada, la cual tiende a agravarse con la aplicación de alta reingenierización, la robótica, la informática o el control prácticamente horizontal de las estructuras -con apenas directivos altos y sin puestos intermedios-. En definitiva, mostraba que la automatización de los procesos productivos nos está conduciendo aceleradamente a un mundo donde el trabajo es y será un recurso escaso.
Pero como suele ser habitual entre muchos de los intelectuales que se dedican a tratar cuestiones relacionadas con la economía, Rifkin confunde dos conceptos que distan mucho de ser sinónimos: trabajo y empleo. De lo que nos habla en su libro es de la imposibilidad en el futuro de disponer de un empleo, es decir, de trabajar (para otro o para sí mismo) en una actividad productiva o de servicios que disponga de un valor de uso o de cambio, es decir, que resulte "útil" para un mundo como el nuestro, es decir, para una economía de Mercado. Pero ello nada tiene que ver con la falta de trabajo. De hecho, podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que este acompañará, en sobradas dosis, al ser humano durante todo su periplo vital como especie.
Piénsese por ejemplo en la cantidad enorme de yacimientos arqueológicos que aún están por descubrir o por investigar, o en todos aquellos que por culpa de una precipitada y siempre limitadamente financiada campaña de excavación se encuentran lejos de ser expuestos en todo su valor. En todo ese patrimonio artístico de nuestro país que se encuentra sometido a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores, a la espera de lograr su consolidación o restauración, antes de que se produzca el fatal golpe que lo elimine de la Historia. En todos esos espacios naturales que necesitan urgentemente de acciones de conservación como manejo de especies, manejo de ecosistemas, conservación del patrimonio geológico, conservación del paisaje o conservación de usos antrópicos, contribuyendo así, entre otras cosas, a detener la desaparición de especies que se encuentran en la lista roja de amenazadas.
Dentro del campo puramente científico, el trabajo por realizar es inmenso. Apenas sabemos nada de casi nada. La frase de Isaac Newton: «Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano» sigue estando plenamente vigente; y lo estará sin duda alguna hasta el final de nuestros días como especie. Los misterios, los retos son enormes, y exigirán grandes dosis de esfuerzo intelectual y experimental conjunto para intentar siquiera aproximarse a la verdad. Son tantas las cosas, y sus relaciones a estudiar, las que pueblan o han poblado nuestro Universo que son innumerables los proyectos de investigación que pueden plantearse.
En el terreno de las Artes y las Humanidades, ¡queda también tanto por hacer! Novelas y novelas que aún no han sido escritas, ensayos, libros de divulgación, poesías, obras de teatro, composiciones musicales… Un número astronómico de combinaciones de palabras, de notas musicales, de imágenes… llenas de belleza o sabiduría que aún no han sido puestas por escrito, ni leídas, registradas o interpretadas por nadie.
En fin, decir que nos encontramos ante el fin del trabajo es un absurdo. Ahora bien, es fácil notar que la gran mayoría de las cosas enunciadas en los párrafos anteriores carecen de utilidad alguna para el Mercado, pues resulta difícil extraer de ellas algún valor de uso por el que alguien este dispuesto a ofrecer un valor de cambio. Entre otras cosas, porque parece obvio que muchas de ellas no son en realidad de nadie, sino que son patrimonio de todos, universales, y por lo tanto no atienden a los intereses particulares y egoístas de nadie. Es por ello que, a pesar de ser "inútiles" en términos mercantiles, parecen ser las cosas más fundamentales del mundo, aquellas por las que la vida merece la pena de ser vivida: la búsqueda del conocimiento, la verdad, la belleza, la justicia… ¿Cómo llevar al Mercado una teoría que explique los secretos de lo ocurrido en los instantes iniciales del Universo? ¿O la restauración de la representación pictórica de una figura antropomorfa de más de cinco mil años hallada en un abrigo rupestre? ¿O un programa de investigación que dé cuenta de cómo deben organizarse las sociedades para que sean más justas e igualitarias? ¿O una poesía sobre la soledad de la que se desconoce incluso quién es su autor? Nos encontramos entonces ante una paradoja, resulta que en una economía de Mercado las cosas que resultan inútiles, y estas son, como acabamos de ver, prácticamente infinitas, son las que mejor nos definen como especie, y por lo tanto las más valiosas.
Con todo esto, si existe una disciplina que es la base de todos esos saberes inútiles esa es sin duda la Filosofía. La más inútil por lo tanto de las materias. Inútil, pues además de carecer de valor de uso (a lo máximo que puede aspirar un filósofo es a enseñar filosofía), no se encuentra al servicio de nadie. Su único amo y señor es la Razón. Es por ello también que es la más peligrosa de las disciplinas. De hecho, no existe filósofo digno de llamarse así que no haya experimentado en el pasado la persecución o incluso el intento de acabar con su vida por parte de los poderosos del momento.
Es por ello que, en un sistema educativo al servicio del neoliberalismo, dominado por la categoría del homo faber frente al homo sapiens, donde lo importante es ahora no tanto el conocimiento per se sino la habilidad o destreza en su aplicación, es decir el conocimiento como valor de uso, no hay lugar para la Filosofía. Así, con la nueva Ley, cualquier alumno podrá finalizar su etapa educativa obligatoria sin haber oído una sola palabra sobre el más fundamental de los saberes. Por ello, resulta descorazonador que en la manifestación convocada este sábado frente al Ministerio de Educación para protestar por ello hubiera menos de 200 personas. Se podría pensar que eso es así pues lo único que está en juego con la nueva Ley es el futuro profesional de los profesores de Filosofía, pero como acabamos de ver, en realidad, lo que está en juego son todas aquellas cosas por las que la vida merece la pena: la Verdad, la Justicia y la Belleza. Se puede vivir sin filosofía, es obvio, pero sería, sin duda, una vida menos digna.
Una vez en el aula una alumna me preguntó para qué servía la filosofía, le respondí rotundamente: "para nada, por eso es la más peligrosa de todas las materias". Poco tiempo después me encontré con ella, había terminado sus estudios en Química y hasta el momento no había encontrado ningún trabajo (en realidad, como acabamos de ver, empleo) relacionado con su especialidad. Me confesó que en aquel momento no había entendido mi respuesta, solo con el paso del tiempo y las experiencias vividas, se había dado cuenta de la importancia de aquellas palabras.