Kabalcanty
Dos mil veinte y dos
Llegó el nuevo año con el sello por bandera de la incertidumbre. Es indudable que esta pandemia que estamos sufriendo condiciona nuestras vidas sumiéndolas en una inquietud que nos angustia y disminuye. La salud, que siempre fue primordial, ahora es una duda que se enmascara en los demás. "Los otros contagian", nos dice nuestro instinto de supervivencia alimentado por los más sensacionalistas medios de comunicación y redes sociales. Cuando el año pasado creíamos que estábamos venciendo a la COVID 19, comenzamos el nuevo año temiéndolo si acaso más porque somos conocedores de su mensaje devastador.
Me gustaría comenzar este 2022 hablando de otra cosa, pero he decidido que dejar de lado este virus falsearía la síntesis de lo que de verdad nos preocupa. Y no es para menos. Muchos hemos perdido a seres queridos por el camino, mayoritariamente ancianos que fueron apartados de la primera línea de vida sin ningún tipo de miramientos, y eso nos ha dejado una huella indeleble y un afán de supervivencia vislumbrando la extrema fragilidad de nuestra existencia.
Sin embargo, no hemos salido reforzados ni somos mejores personas con el reinado viral como al comienzo de la pandemia predecían santones, sabios de medio pelo o galenos despistados que, ante el desconocimiento del ataque viral, decían arengando a la solidaridad o al sentido común. Nada de eso ha ocurrido. Incluso, me atrevería a decir, que en nuestras bocas se llega a traslucir ese colmillo retorcido, que tan bien ocultábamos con trabajada urbanidad, y nos importa un bledo obviar a nuestro semejante con tal de parecer más saludable que él.
En esta nueva espiral de la mutación del virus no tienes nada más que acercarte a cualquier calle, comercio o lugar social para darte cuenta de que "los enfermos son los otros" (alterando la frase de Sartre), huir de los demás importándote un bledo si contagias o no, o incluso, para colmo, auparte y colocarte el mandil de asceta para comunicarnos que la subordinación al orden establecido viaja líquida en jeringuillas de vacunación. Todos, de una forma u otra, intentando ser omnipresentes para que les observemos desde abajo con admiración. La comedia humana que, aunque nunca dejó de serlo, ahora se reivindica en algo que debería unirnos a todos: la salud global.
Tampoco los políticos ponen mucho de su parte haciendo de sus mensajes alentadores o detractores meras proclamas partidistas. Dicen llevar la buena nueva pero ni es buena ni nueva, sólo es un precepto al servicio de los ideales de sus partidos. No todos los políticos son iguales, por lo menos para mí, pero sí minoría microscópica. Lo cierto es que no deberíamos extrañarnos ya que son el puro reflejo de lo que ocurre en la sociedad boba. Señalamos a los políticos por no mirar que alrededor de nuestros ombligos crece también el moho y la herrumbre de la indiferencia y la hipocresía.
Me decía el otro día un amigo que había leído en un periódico que los más poderosos y ricos del planeta estaban construyendo a marchas forzadas algo así como búnkeres en lugares poco frecuentados y muy bien vigilados, con toda clase de lujos y necesidades básicas en virtud de una más que posible extinción de la raza humana. Sonreí sin efusión, como casi siempre, y le contesté: "Pues no me gustaría ni un pelo sobrevivir entre ese puñado de sinvergüenzas. Casi que me consuma la jodida COVID". Él se rio como si lo dijese en broma, sin embargo lo dije en serio por completo. Sólo me faltaba que, tras salvarme de una hipotética catástrofe planetaria, me encontrara para rehacer otro lugar habitable con los mismos que habían ayudado a destruir el mundo anterior. Ni de coña, prefería no participar en esa aventura aunque fuese con dejar de existir.
Siento de veras que esta primera entrega del año sea tan oscura. Me gustaría comenzar de otra forma contando lo maravillosos que somos y la solidaridad que desprenden todos los poros de nuestro cuerpo, sin embargo no me sale, queridos lectores. Mi paso por la vida, en la que he encontrado cosas magníficas que me han emocionado y llevado a pensar que serían duraderas y fértiles, me ha forjado de esta manera. He conocido a una escasa docena de personas diferentes por bondadosas que sufrieron el escarnio, la envidia, la injusticia y la marginación por ser así y nadie salió perjudicado por lo que les infringieron. Nadie les señaló, nadie les afeó su conducta vil. Sería poco honesto por mi parte decir que todo tiene un color de rosa cuando en realidad veo y vi que los miserables y necios campan a sus anchas dándonos impunes lecciones desde sus púlpitos pertinentes. Me aburren, y más ahora embadurnados con la grasilla infame que les proporciona esta pandemia que no nos deja ni a sol ni a sombra.
Escarbando en mi recodo más optimista, espero que el año 2022 sea tan auténtico que acabe por repartir salud a todo lo largo y ancho del planeta. Que aquellos más pobres que sólo cuentan como carne de cañón tengan, a lo sumo, unos litros de antídoto para que sigan sudando para otros, pero que, en cualquier atardecer o alborada, sigan sintiendo que esa luz rojiza que se filtra desde el cielo, esa lluvia mansa que les moja, ese viento insolente que alborota sus ropas, sigan apagando y encendiendo sus días. Salud y suerte para todos dos mil veinte…. y dos veces.