Valentín Tomé
Res publica: El buen patrón
Si ha existido en la historia de la filosofía un pensador cuya obra haya girado casi por completo en el estudio de todas las subestructuras de Poder que son consecuencia directa de otras macroestructuras normativas mayores como puede ser el Estado, el capitalismo o la religión, ese es sin duda Michel Foucault. Para el francés, conocer la genealogía del poder en todas sus manifestaciones se convirtió en la mayor de sus obsesiones. Su trabajo es reconocido principalmente por sus estudios críticos de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas o el sistema de prisiones. No se trataba de describir tan solo el Poder con mayúsculas sino todas las redes de asimetrías, humillaciones, sumisiones, sometimientos que de manera cuasi silenciosa e inconsciente de él se derivan. Es decir, de estudiar lo que con gran acierto denominó la microfísica del Poder. Y sobre eso precisamente versa la última película de Fernando León de Aranoa, El buen patrón, apoyado en una excepcional interpretación de Javier Bardem.
Aranoa es, sin duda, un director con una clara vertiente social y política en toda su obra, lo que le aproxima, por ejemplo, a otros colegas de profesión de prestigio internacional como Ken Loach o Costa-Gavras. Si bien, a mi juicio, existe una diferencia fundamental que separa al cineasta griego del británico o del propio Aranoa, y es su tendencia mayoritaria a tratar temáticas que versan sobre las grandes estructuras del Poder, mientras que los segundos son más foucaultianos en ese sentido, y centran su atención en los micropoderes. Así como veremos, el ultimo film de Aranoa es, en contra de lo que pudiera parecer en un superficial visionado, más foucaultiano que marxista, incluso, más hegeliano que marxista.
El director español no elige para su retrato del capitalismo español un personaje representante de la alta burguesía internacionalista. No hablamos aquí de un Amancio Ortega, Ignacio Sánchez Galán o Florentino Pérez. No, eso no sería ni mucho menos lo más representativo de nuestro ecosistema empresarial. El 95,4% de nuestro tejido productivo está conformado por pequeñas y medianas empresas. Por ello, si uno desea que su obra se convierta en un retrato reconocible, en un arquetipo, había que elegir para ello como protagonista a un digno representante de la pequeña burguesía.
Y eso es precisamente Julio Blanco, el buen patrón, dueño de una empresa familiar, Básculas Blanco, un pequeño burgués cuya fábrica está situada en alguna capital de provincia aún por nombrar de la España vaciada. En la búsqueda de aspectos universales, León de Aranoa evita entrar en detalles espacio temporales. El señor Blanco representa un paradigma, al espectador le resultará, sin duda, conocido y reconocible. Es ese pater familias al que todo el mundo guarda respeto en su lugar de nacimiento pues su fábrica ha dado de comer a medio pueblo, y el otro medio suspira por trabajar en ella. Ocupa titulares y espacios publicitarios en la prensa local, y siempre se le puede ver acompañado de los poderes fácticos en los grandes eventos sociales de la localidad. Un elemento ideal de la alta sociedad pequeño burguesa.
Desde Marx, sabemos que las características psicológicas a priori de los representantes de la burguesía carecen de importancia para estudiar las dinámicas del capitalismo. Se traten de buenas o malas personas, es el propio sistema el que les empujará inevitablemente a tomar decisiones que fuera de toda lógica economicista solo pueden ser calificadas de inmorales. Si uno desea sobrevivir en la jungla de los negocios, debe dejar la compasión y la empatía a un lado y actuar de manera despiadada. Solo así, a través de la explotación del trabajo ajeno y de la acumulación, puede llegar a no ver amenazada su posición dentro del mercado. No hace falta caricaturizar a un capitalista como un malvado villano, serán las dinámicas propias del capitalismo las que le empujen en esa dirección.
Es por ello que si el señor Blanco desea acallar esa voz moral que según Kant habita en todos nosotros, debe recurrir a una práctica mental característica de nuestra especie: el autoengaño. Así, si el buen patrón asiste atónito al malestar de uno de sus empleados por haber sido despedido o incluso al despliegue de una lágrima por parte de una joven becaria al no haber visto renovado su contrato, tendrá que concluir ante su proletariado, su gran familia como le gusta decir, que se trata de una reacción lógica pues no es fácil romper una relación cuando se les ha tratado con tanto cariño. También podrá argumentar que a él nunca nadie le ha regalado nada, aunque a continuación su mujer le recuerde que la empresa la ha heredado de su padre (otro universal de nuestro ecosistema empresarial, la herencia es la principal fuente de riqueza). Si contrata jóvenes y bellas becarias, dirá que lo hace por darle un necesario toque femenino a la empresa, aunque en realidad se trate de contratos temporales y precarios, momento en el que alabará entonces las virtudes de la movilidad laboral para adquirir una buena formación. Si su empresa cuenta cada vez más con la presencia de trabajadores inmigrantes, la razón de ello habrá que buscarla no en un intento de reducir los costes laborales sino en una estrategia destinada a adaptarse a los nuevos tiempos y favorecer la multiculturalidad… El autoengaño del personaje acaba afectando incluso a la memoria de su infancia cuando recuerda agradecido a su empleado más longevo el haberse presentado voluntariamente ante su padre como el autor del escopetazo que terminó con la muerte de un galgo durante una cacería, cuando en realidad el autor del disparo había sido él mismo; a lo que su jefe de ventas le responde que él no se había mostrado voluntario a nada, que lo que había hecho el niño Blanco era haberle puesto rápidamente la escopeta en sus manos ante la llegada del padre y acusarle a él del disparo.
Pero como decíamos al comienzo, se trata sobre todo de una película sobre el micropoder que emana de una fábrica a través de la figura de su patrón sobre sus trabajadores, el cual no se ejerce únicamente entre los muros de la instalación, sino que acaba afectando incluso a las vidas privadas de los mismos. Deseoso de obtener ese premio a la excelencia empresarial que otorga el gobierno regional, el buen patrón ejercerá todo su poder para, como un demiurgo, disponer sobre las vidas y conflictos personales de sus empleados. ¿Y de dónde emana fundamentalmente ese poder?
Sabemos también desde Marx que un proletario está desde su nacimiento exento de aquello que Kant llamó independencia civil. Viene al mundo desprovisto de cualquier medio de producción, lo único que puede ofrecer al mercado es su propio pellejo, es por ello que depende enteramente del arbitrio de otro (el capitalista) para su propia supervivencia. De ahí emanan principalmente todas las humillaciones, manipulaciones y situaciones de acoso que presenciamos en la película, comunes, a veces de manera inconsciente o silenciosa, a tantos centros de trabajo.
Si hay un acontecimiento en el que se hace especialmente explícito toda esa asimetría relacional y esa micro violencia soterrada es durante una entrevista de trabajo. El aspirante no se encuentra en ese momento ante un igual, sino ante alguien del que su decisión depende su existencia. Para el empleador el solicitante es una contingencia de la que puede desprenderse, para este último la conformidad del empleador es una necesidad.
Por supuesto esta situación de poder del señor Blanco no surge en el vacío, además de haber heredado el medio de producción (con todo lo que esto sugiere en una época como la Dictadura y que nos remite incluso a la obra de otro cineasta referente para Aranoa como es Luis García Berlanga), se hace necesario cultivar estrechos lazos con estructuras de poder horizontales que garanticen la estabilidad del mismo. Así del buen patrón sabemos que tiene hilo directo con el alcalde, es decir, el poder político, con el que además comparte palco en el teatro de la villa, o con el director del periódico local, el cuarto poder, el cual ayuda a financiar a través de la publicidad de su empresa.
Sin embargo, hay un personaje en el film que logra escapar, a pesar de su condición de proletario, de la famosa dialéctica amo-esclavo enunciada por Hegel. Me refiero al contable que ha sido despedido y decide acampar a la puerta de la empresa para protestar por la injusticia (repárese también en como esta lucha es absolutamente individual; en un sino de los tiempos, los sindicatos han desaparecido). Hay un momento en que el señor Blanco pierde su condición de amo pues, como anunciaba Hegel, este solo puede existir si es identificado como tal en la conciencia de otro, el esclavo.
El ex contable, consciente del poder que ha ganado por la mala imagen que su presencia a la entrada de la fábrica puede causar en el comité evaluador del premio a la excelencia, máxima ambición de Julio Blanco, se rebela y desprecia incluso los ofrecimientos realizados por el buen patrón para su readmisión. Al igual que aquel famélico jornalero, al que en 1936 un cacique le puso una papeleta electoral en la mano mientras le lanzaba unas monedas, dijo aquello de: "En mi hambre mando yo". Tal grito de dignidad deja en suspenso la dialéctica amo-esclavo. Al señor Blanco, solo le queda un camino, el que siempre han usado las élites cuando la microfísica del poder de raíz hegeliana se revela insuficiente: la violencia. O en sus propias palabras: "A veces hay que trucar la balanza para que la medida sea exacta".
Es entonces cuando el film nos muestra una de sus más profundas y aleccionadoras metáforas: el buen patrón acaba usando una bala en la base de uno de sus platillos para lograr reequilibrar la balanza situada a la entrada de la fábrica. El orden natural de las cosas había sido al fin restaurado, aunque para ello hubiese habido que sembrar algunos cadáveres por el camino. La justicia, cuyo símbolo no olvidemos es una balanza, podía ahora volver a ejercer su ciego magisterio pues los micropoderes y los amos y los esclavos habían sido devueltos a la vida. O quizás no. La película nos regala un plano fijo final prolongadamente tenso que parece apuntar a terminar resolviéndose de la misma manera en el que el gañán Azarías vengaba la muerte de su milana bonita a manos del señorito Iván.