Kabalcanty
El Bar Prieto y la educación
"Hay torreznos de mi pueblo", me cruza el rostro la frase rotulada en la cristalera del bar "Prieto". Estoy sentado frente a la barra dando buena cuenta de una jarra de cerveza. El local está lleno de humo (en este bar se puede fumar por orden taxativa de Baldomero, dueño del negocio y único camarero a la vez) y se escucha el murmullo de la conversaciones con el entrechocar de la fichas de dominó, el golpeteo del cubilete al tirar los dados sobre las mesas o las palabras lacónicas y disparatadas de los corrillos del mus. De las paredes cuelgan fotografías enranciadas de los ídolos norteamericanos del western: John Wayne, Lee Van Cleef, Clint Eastwood, Eli Wallach, Franco Nero, Charles Bronson... , y una enmarcada, coronando una fila de botellas tras la barra, con una rúbrica de trazo alborotado. "Esa se la firmó a mi difunto padre el mismísimo Walter Brennan cuando rodaba en Almería "Tierras lejanas" en el año 54. Un lujazo.", dice Baldomero, inclinándose sobre la barra, a cualquier parroquiano novicio que posa su mirada sobre la sonrisa bonachona del actor. Delgado y alto, con un color de piel ceroso de tantos días poniendo copas bajo los neones grasientos, presume de su soltería y de haberse empapado a Marcial Lafuente Estefanía ( "Don Marcial", como dice él ) en sus años de juventud. Posee unos ojos azulados y acuosos, y la "mala leche necesaria para llevar un puñetero bar en este barrio".
Se escucha un griterío en la calle y entran en el bar varios jóvenes vistiendo unas camisetas verdes con un lema estampado en la pechera: "Escuela pública de todos y para todos". Hay un silencio escrutador en torno a los jóvenes y a la algarabía que se va perdiendo calle abajo. Piden a Baldomero diez botellas de litro y medio de agua mineral.
- Menudo bochinche - dice el Luis, acercándose a la barra y estirándose la camisa de cuadros sobre su prominente barriga.
Evidentemente tras de él llega su compañero de mus, Celestino Buey, excelador, "celata", según su jerga, de la sanidad pública, prejubilado por una enfermedad que aparentemente parece incomodarle muy poco. "Chilladles bien alto que estos politicastros sólo tienen oídos para la música financiera", dice en voz alta, cuando los jóvenes salen por la puerta del local. Los chavales le saludan desde la calle.
- Guapos, bien alimentados, con la buchaca forrada de billetes, y encima con el camino limpio de polvo y paja hacer carrera universitaria, el puñetero futuro para los de siempre -asegura Celestino, haciendo una piña con el Luis y conmigo. Baldomero, con su inseparable paño sobre el hombro izquierdo, también se acoda en la barra frente a nosotros- Son los chinos, hacedme caso, que intentan imponer una débil clase media dócil, sin formación, como la suya. Quieren que cuando terminen de expansionarse todo sea coser y cantar y lo primero es que el hijo del obrero siga siendo obrero por siempre. Que estudien los pobres no trae cuenta a la larga, ni a la corta, a los que dominan el cotarro. El poder quiere borregos y los estudios crían astutos lobos.
- La carne de cañón de to la vida -añade el Luis, asintiendo.
-Y ponnos una ronda de tercios, Baldomero, que tengo el gañote de secano y sin lubricar no hay charleta - termina diciendo con un gesto fraternal.
- Y los tercios de ayer y de anteayer, joder Celes.
Baldomero, plantado en jarras, escudriña a Celestino primero y luego a el Luis.
- A mí no me mires -dice este, simulando irse de la barra- que ando con la ayuda familiar y somos cuatro adultos en casa.
- Apúntame a mí la ronda, anda -digo yo, tratando de evitar los ojos azules de Baldomero.
- ¡ÿrdago a la grande! - exclama, yendo a por las cervezas- Pues menudo fiador nos ha salido: el señor K y su sombrero pagándome. No lo verán estos ojos que se han de comer la tierra.- apuntilla ya lejos de nosotros.
- ¿Y tú, que eres leído, que dices de todo este tinglao de la educación? Coño, que tú tienes dos hijos universitarios ¿no?.
Me pregunta Celestino Buey echándome su aliento agrio a cerveza. El Luis me observa con su aura de bodoque.
- El jodido eufemismo de los mercados, de los valores, de la crisis, y ahora de la educación o de la sanidad públicas; llamar a las cosas con nombre diferente, inventos para acogotarnos.
Digo al cabo. Después le pido un cigarrillo a Celes.