Jeannette Ramos Vega
27 días: Ellos me rescataron
Alguna vez sentí que el mundo flotaba debajo de mis pies. Yo era un ave libre. No era mujer, no era hombre. No tenia color en la piel. No importaba cómo era mi cabello. Era un poco de todo. No sentía tristeza y las alegrías eran hijas del corazón. No era noche, no era día. Abrí los ojos en un hermoso jardín lleno de colores y aromas a flores perfectas. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que no estaba sola. Caminé por veredas anchas que me inspiraban paz.
Me sentía viva.
A lo lejos vi mi reflejo. Estaba embarazada, llena de vida. Con una barriga que brillaba como el sol y resplandecía como la luna. Llegué a una montaña verde gigante y ahí encontré tres niños hermosos, parecidos pero distintos. Mi corazón inmediatamente se partió en tres pedazos iguales. Sangré... Mi ojos lloraban por amor y mi piel se erizaba de emoción. Los toqué y supe que eran míos, solo mìos. Siempre míos.
Entonces escuché por primera vez una melodía. Muchas melodías. Suaves, intensas, dulces, hermosas. Me dejé llevar. Bailé, caminé, aprendí, me caí, me levanté, sobreviví.
No era un sueño, era una memoria. Mi parto más importante, mi fruto anhelado.
Alguna vez sentí que el mundo dejaba de girar y se detuvo. Solo había caos y desesperación. Un día a la vez. Todo me dolía. Era hombre y era mujer. Padre y madre. Hogar y trabajo. Alimento y hambre. Enseñanza. Todo era importante, todo parecía solitario. Me hundía en océanos desconocidos. Sufría, no tenía paz. Estaba sola. Incrédula. Estaba desesperada. Tenía que ser casa y comida a la vez. Me consumía. Mi mente jugaba conmigo. Sentìa que tenía que ser perfecta.
Pero no existe la perfección.
Entonces. Caminé despacio. Sin rumbo. La vida me llevó de regreso a aquella hermosa montaña. Abrí los brazos, cerré los ojos y me tiré al vacío.
Me atraparon unos brazos. Sentí que me abrazaron, me acariciaron, me besaron. Sentí susurros suaves en mi oído. Estaba a salvo. Estaba viva. Me consolaron. Me hicieron sentir perfecta. Amada. Comprendida.
Abrí los ojos, y ví unas miradas parecidas a las mías. Eran mis tres hijos. Nunca estuve sola. Cuando más lo necesitaba.
Ellos me restacaron.