Carlos Regojo Solla
Un vil trueque
Aquella tarde de finales de junio del último verano aún flamante, con el curso escolar recién acabado,charlábamos en Tamadaba mientras degustábamos unas sabrosas costillas de cerdo recién asadas, tocadas de la mano divina de uno de los compañeros de quien se aseguraba componía el mejor mojo picón de todo el archipiélago escuchando a Los Sabandeños causantes, decía el mismo, de que la gigantesca sombra que proyectaba el Nublo pasaba, como en un rito religioso, por una de sus pequeñas finquitas donde se le daban a rabiar la mejor cosecha de ajos de la isla.
Trasegábamos la carne con abundante Artemi bajo aquellos pinos indestructibles rebrotados más de una y dos veces tras los incendios, lo que no explicaba como aún no habían prohibido utilizar las parrillas en fin de semana en aquel lugar lleno de una pinocha muerta y abundante de tres acículas grandes por rama que nada tenía que ver con aquella otra menuda y suave que nacía de las plantas jóvenes con la que protegían los plátanos enviados a la Península en cajas de cartón; pinocha que, una vez en destino, vendidas ya las frutas, tenían reservada algunos criadores de lechones para mantener calientes las camadas antes de ser vendidas en las ferias de ganado.
El ron hacía su efecto y nuestra charla pasaba de una temática a otra, desde el envidiado "Pajero" recién adquirido por uno de nuestros compañeros hasta uno de los últimos actos propiciado por una iniciativa que mantuve en secreto hasta que no tuve otra opción que descubrir y que consistió en que el Ejercito insular destacara a nuestro colegio con la entrega solemne de una bandera nacional.
-Chacho, -exclamó José Luis llevando la mano a la cabeza -por esa bandera me quedé sin pelo en el 75. Casi no salimos.
Nuestro compañero se estaba refiriendo a su presencia en el Sahara español en cumplimiento de su servicio militar cuando lo de la Marcha Verde.
Allá en el cincuenta y seis, el inolvidable profesor Manuel Gülias inauguraba la Academia Cervantes donde preparábamos por libre nuestro ingreso en el Instituto para iniciar de forma oficial el bachillerato elemental. Un compañero llamado Casalderrey, un chaval alto y delgado procedente de Lérez, recitaba de un largo tirón el nombre de cada pedazo de tierra continental o islote bajo jurisdicción española en el norte de África y en el África Occidental. Nos gustaba escuchar aquella larga letanía de nombres que con frecuencia le solicitábamos. Con nueve años, los conocimientos exigidos para un ingreso oficial al Bachillerato Elemental de cuatro años eran serios y amplios (a tenor de las exigencias del currículo actual), pero no se pedían cosas como aquella pormenorizada y exhaustiva relación . Supongo que el compañero Casalderrey, de quien guardo un grato recuerdo, habría sido especialmente motivado por alguien para memorizar semejante lista que a todos nos maravillaba. Recabo de Internet algunos nombres, muy pocos, de cuyo conocimiento tenía nuestro compañero; así, de Guinea Ecuatorial: Colonia de Rio Muni, Fernando Poo, Annobon, Corisco,...en el norte: Peñón de Velez de la Gomera, Islas Chafarinas, Isla del Congreso, Isla de Isabel II, Isla del Rey Francisco, Peñón de Alhucemas (mas tarde formó parte de mis vivencias al estar bajo protección de mi Tabor de Regulares), Isla de Mar. Isla de Tierra, Perejil, el Sahara español, ...
En el transcurso de los años, España no ha hecho más que perder vidas y ceder, tragándose ofensas y presiones, abandonando en África no solo los territorios sino los derechos a la opción de una entrega con acuerdo a la inglesa tipo Commonwealth lo que hoy día permitiría beneficiarnos por derecho y sin abusos de las riquezas petroleras y de gas guineanas o de la abundante pesca y ricos fosfatos del Sahara, territorio este último perdido recientemente por segunda vez en base a un acuerdo que, en boca de responsables políticos del gobierno español (en clara alusión, bajo mi punto de vista, a Ceuta, Melilla, Canarias y lo poco que quede de aquella interminable lista de nuestro compañero Casalderrey), favorecerá la consolidación del territorio nacional.
Una entrega frustrante, una perdida mayor que, no lo olvidemos, no sacrifica un territorio cualquiera sino que entrega a Marruecos nuestra provincia número cincuenta y uno.