Kabalcanty
¡Cronch! (3ª parte)
No le concedieron las vacaciones. "Comprende que sin una baja médica la empresa no puede concederte un permiso. Sería algo así como una frivolidad.", le dijo Cosme harto de coherencia. "¿Frivolidad?", a eso le daba vueltas tumbado en la cama sin haber llegado a la fase del sueño rem. Había dormido unos sesenta minutos, plácidamente, de un tirón, pero llegado a ese punto se despertó y una angustia, que esa noche se aferraba a las vacaciones perdidas, se apoderaba de su mente y de su cuerpo. Sentía la agitación de su corazón como un compás que le marcaba los segundos desperdiciados en vigilia. Mañana tendría que levantarse pronto, como todos los días laborables, y era sencillo imaginarse soñoliento, cansado. "Hasta el verano tendré que levantarme y acudir a trabajar haya dormido bien o mal", pensaba una y otra vez al tiempo que escuchaba a su lado la pausada respiración de su mujer. No le había dicho nada de su nuevo estado por esa razón que le impedía explicar razonablemente su circunstancia. "¿Quién podría entender que alguien, de la noche a la mañana, sienta dolor en todas las partes de su cuerpo y que en su cabeza albergue una roca?", se decía inmerso en su vorágine sicosomática.
Logró conciliar el sueño media hora antes de que sonara el despertador.
— Lleva un buen rato sonando. -comentó su mujer airada tras apagar el aparato.
Había tenido que abalanzarse sobre él hasta parar el zumbido.
— Puede que sea mejor que cambies de lado el despertador.
Le dijo, mientras se zambullía de nuevo entre las sábanas.
Se encontraba horrible. El reflejo frente al espejo del baño le devolvió una mueca grotesca de abatimiento.
Optó por coger tres autobuses para evitar otra vez la angustia del metro. Todo fue mejor hasta que el autobús se detuvo en un atasco pocas paradas antes de la suya. La aglomeración del tráfico, unida a las protestas vacuas de los viajeros que veían peligrar su puntualidad laboral, terminaron por apearle en la parada inminente. Llegó tarde otra vez. "Parece que esto se va a hacer rutina", comentó el encargado antes de darle los buenos días. Nada le ayudaba menos que el agobio que experimentaba al asumir lo que en su vida nunca había hecho. Le agitaba hasta el límite. Una cascada de sensaciones negativas que se transformaban en sudoración y una intensa sequedad en la boca que le impedían hablar con normalidad.
En el intervalo de la comida, sin apenas probar bocado de nuevo, se armó de valor y trató de darle pistas a Adrián.
— ¿Nunca te has sentido cómo si fueses ajeno a tu cuerpo? -dijo tratando de buscar las palabras adecuadas- ¿Cómo si tu vida hubiera dejado de pertenecerte?
El compañero, masticando con feroz apetito, alternó la mirada entre su plato y el rostro atento que esperaba su respuesta.
— Dicho así, la verdad es que no. -contestó, abriendo desmesuradamente la boca para engullir un trozo de lechuga.
Le puso más ejemplos, rebuscando entre el manojo de malestares que le asediaban desde el sábado de marras.
Adrián, ya degustando el café con leche, parecía concentrado dándole vueltas a la cucharilla.
— Creo que tienes los típicos problemas de pareja -dijo al fin, torciendo la boca y buscándole los ojos- Yo me divorcié hace cinco años ya y si no llego a hacerlo hoy estaría loco de atar. Todo lo que dices desapareció cuando dejé de vivir con mi ex. Es eso, créeme.
Pero pensaba en su vida sin ella y no se encontraba. Tal vez su matrimonio, con el estrés de criar a los hijos y las estrecheces de fin de mes, no fuera idílico, pero no concebía una existencia lejos de ella. Los hijos les habían arrebatado pasión, tiempo para ellos, ocasiones para disfrutar de la vida, sin embargo así lo eligieron con todas sus consecuencias. El que ahora se sintiera agobiado no parecía tener su núcleo en la vida conyugal. ¿Entonces?
Contemplaba a Adrián, explayándose en los obstáculos de su vida en pareja, sin identificarse. Su mujer le amaba, sí, incluso más que él y nada tenía que ver con la mujer que describía su compañero. Hablaría con ella sin más tardanza. ¡Claro! El paso de contárselo a Adrián tenía que servirle para intentar contarle con palabras la desazón que le asolaba. Sólo ella podría ayudarle. No tenía verdaderos amigos con los que apoyarse, los escasos eran fantasmas del pasado, así que la opción de su esposa pasaba por ser la mejor y única.
Aquello parece que entonó el resto de la tarde. Con la certeza de que su mujer podría defenderle de su apatía integral, regresó del trabajo. Observó, como lo hizo las tardes anteriores, que la vuelta del trabajo no le causaba malestar alguno en el transporte. Llegaba bien a su parada sin incomodarse por nada, agitado, sudoroso, extraño, pero sin tener la urgencia de caminar para liberarse de la sensación de opresión.
Se la encontró haciendo los deberes con sus hijos, juntos los tres sentados sobre los cojines en el suelo del salón, como tantas veces. Él se fue a la ducha, tras saludarles más efusivo que otras veces, y sin demora, se encerró en la cocina para tomarse su primera dosis de ginebra. Tendría el tiempo suficiente para "entonarse" y afrontar el tema cuando ella hubiese terminado con los deberes. No es que le hiciera una falta imperiosa, se decía voluptuoso viendo caer el líquido transparente a través del vaso, pero le facilitaría para hallar la precisión en la descripción de su problema. No sería fácil, como no lo fue hasta entonces y por ello se negó a contarlo, mas, tranquilos los dos, cómplices (le prepararía a ella su bebida preferida antes de que viniera), convictos para encontrar la solución, todo se iría resolviendo. Si de algo se arrepentía era de no haberla tenido en cuenta antes. Incluso algo culpable, traidor, por ocultarle su nuevo estado de ánimo. Ella siempre estuvo a su lado y tuvo que ser el bueno de Adrián el que se la redescubriera, aunque no fuera su intención. "Estúpido", se dijo mientras inclinaba el vaso e intimaba con la ginebra.