Kabalcanty
¡Cronch! (6ª parte)
Tras dos días sin acudir al trabajo, Néstor le comunicó la noticia nada más llegar.
— El jefe de personal te espera -le dijo envuelto en un gesto fúnebre- Las cosas están alborotadas, tío, no juegues con tu puesto de trabajo que ya sabes lo que hay afuera.
Asintió sin contestarle.
Terminó de ponerse la ropa laboral con la somnolencia abotagándole la cabeza. Sin embargo, iba considerando su estado como una disposición habitual. Por las mañanas, cuando se afeitaba, apuraba la barba con una dedicación absoluta sopesando que, en cualquier momento, tendría alguna crisis que le llevaría al hospital. Incluso, en esos instantes en los que su ansiedad parecía desbordada, pensaba en la muerte. Un ictus, un infarto, una subida de tensión, podían acabar con su vida. En esos días que llevaba padeciendo su alboroto psicosomático, daba por hecho que la muerte le había elegido para torturarle antes de acabar con él. "Una broma macabra que tiene que troncharla de risa mientras enluce su guadaña", se decía imbuido en su silente desesperación. ¿Era necesario mortificar a una persona de 42 años? ¿No era más lícito fulminarle de una vez en vez de ir suprimiendo, de forma perversa, los alicientes de la vida?
— Buenos días.
El jefe de personal estaba tecleando algo en el ordenador y le hizo una seña diligente para que tomara asiento frente a su mesa.
El castañeo de las teclas se fundió al unísono con los azotes de su corazón. Se había acostumbrado en cierta manera a ese diapasón que mediaba entre su existencia e inexistencia. Se fijó en cómo la sudoración de sus manos, apoyadas en sus muslos, mojaba las perneras de su uniforme. Las cambió de posición dejándolas caer a ambos lados de la silla.
— Muy bien, -dijo con resolución el jefe de personal levantando de forma elegante las cejas- me han informado de tus reiteradas abstenciones. ¿Qué puedes decirme de ello? Tú siempre nos has parecido un trabajador serio y cumplidor. ¿Problemas?
¿Qué podía responderle? Sus compañeros hablaban sobre el campechanismo del jefe de personal, empatía con los problemas cotidianos de los trabajadores de la empresa, pero a él, en ese momento, le parecía un ser odioso. Le preguntaba desde la cima que le procuraba su despacho, en su escritorio pomposo repleto de premios y títulos que le acreditaban como un ingeniero de renombre, y eso intimidaba. Y lo sabía de sobra. ¿Bajaría la mirada y le diría aquello "no volverá a ocurrir más"?
— No paso por una buena racha -dijo en voz baja, notando el comienzo de la pastosidad en la boca- Pienso que será algo pasajero.
El jefe de personal torció los labios para chasquearlos.
— Pero sabes que ahora tenemos un pico de trabajo muy importante. Nos faltan manos para llevar a buen puerto nuestra producción cara al verano. No podemos permitir que alguien, sea quien sea, quiebre la línea productiva ¿Comprendes?
Sus preguntas encerradas en una sola palabra le exasperaban. Quería salir de aquel cuarto porque seguir hablando también le enervaría. Todo o nada. Una profusión de sonidos desagradables comenzaba a zumbarle por la cabeza. Estruendos que se combinaban con pitidos cortos y repetidos. Una furia que hubiera deseado desatar pateándole la cabeza a aquel arrogante.
— Además, ¿te ha dado el médico la baja? -le preguntó, arrellanándose sobre el asiento giratorio y entrelazando los dedos- No debe ser nada serio si un facultativo no te receta un descanso medicado. ¿Un exceso de trabajo? ¿Una depresión?
¡Depresión! Le resultó insultante que manejara la palabra con tanta ligereza. Deseaba chillarle, emprenderla a golpes con él, ridiculizarle, sin embargo sólo dijo que sí. Empequeñecido, concluyó vomitando la frase maldita de "no volverá a ocurrir".
—… problemillas caseros casi solucionados.
Al dejar la oficina fue directamente al vestuario, se cambió y salió por el portón raudo y decidido dejando estupefacto a Néstor que lustraba en ese momento el logotipo de la empresa a la entrada.
— ¿Te han largado?
Le oyó preguntar a sus espaldas.
Camino de su casa pensó en ir a buscar a sus hijos al colegio y llevarles a comer al Papa John´s que había en la esquina de la plaza. Comerían pizzas en vez de la comida basura que les daban en el comedor del colegio. Al bajar del autobús compró un balón de reglamento y una caja de chicles de sabor frambuesa.
Los niños le recibieron primero recelosos, extrañados porque viniera su padre a buscarlos a esa temprana hora, pero luego, engatusados por los regalos, se pusieron a juguetear por la acera cargándole con las mochilas. "Subiremos a casa las mochilas y después….¡iremos a comer al Papa John´s! El estallido de júbilo fue ensordecedor.
— Papá, ¿hoy no trabajas? -le preguntó su hijo mayor al tiempo que engullía un trozo demasiado grande de pizza.
— Papá ya no irá más a trabajar -contestó alborozado- Estaré con vosotros más tiempo. Juagaremos y haremos las tareas juntos. ¿Qué os parece?
Los niños celebraron la noticia elevando alegres las manos.
Después de jugar al balón en el parque, fueron a esperar a la madre a la parada del bus.
— Pero ¿qué hacéis aquí?
La madre hizo la pregunta fijándose, sobre todo, en el rostro acalorado y optimista de su marido.
— ¡¡Papá ya no va a trabajar más!! -gritaron los niños, abrazándose a las piernas de la madre.
Ella le miró interrogante. Trataba de esbozar una sonrisa e interpretar la noticia en la cara de él a la vez que caminaban contentos a casa.
— Cambiaros, niños -dijo ella nada más llegar en la casa- Luego id a la mesa baja para hacer los deberes.
Entró en la habitación tras de él. Se estaba poniendo un chándal mientras canturreaba por lo bajo.
— ¿Me puedes explicar qué pasa? -preguntó ella con severidad- Acaso ¿te han despedido?
Los alfileres de su ilusión se fueron cayendo como una hilera de naipes. A medio vestir, apareciendo la sudoración excesiva, sentía cómo unos aldabonazos nacían en su cabeza y descendían hasta su pecho. ¡¿Nadie escuchaba los golpazos?! Levantó la cabeza hasta el rostro confundido de ella y cerró los ojos de la misma manera que cedía a la oscuridad de su desaparición. Ella se sentó a su lado en el quicio de la cama. Después, mientras le abrazaba, le dejó llorar.
— Me encuentro fatal -articuló sollozando- Necesito beber.