Juan de Sola
Escuelas Sin Racismo
La escuela es un lugar donde el conocimiento trata de pasear a sus anchas. Como si se tratase de una lustrosa pasarela en la que mostrar las últimas novedades de la temporada. Aunque lo más curioso del caso es que en el campo del aprendizaje la asimilación de conceptos y materias resulta insaciable para quienes desean prestar su inteligencia a estos menesteres.
Abrir la puerta de un escuela siempre produce la misma reflexión: "Por qué no habré aprovechado más el tiempo, en el pasado". No creo que sea un pensamiento muy original y exclusivo por mi parte. El olor y los recuerdos son inmortales. Nunca cambian. Ahí están, esperando a que, un buen día, vuelvas a recuperarlos donde los dejaste.
El pupitre, ese lugar donde pasamos horas y horas de nuestras vidas, aplicados en las enseñanzas básicas, nunca cambia de forma o color. Incluso, parece que aquellos libros que guardábamos apelmazados debajo de la mesa, para abrir con pereza en la clase siguiente, todavía permanecen encajados a pesar del inevitable paso del tiempo. Matemáticas, literatura, gallego, lengua española, historia, geografía o ciencias naturales marcaban un horario, de lunes a viernes. Y una sucesión de profesores a los que, por norma, se les bautizaba con un mote o un 'cariñoso' apelativo.
Pero, esa práctica de la mofa infantil o adolescente también solía ampliarse a los compañeros y compañeras de clase más vulnerables, débiles de carácter o diferentes a los miembros del grupo dominante. Por mucho que pasen los años, algo nos dice que estas actitudes se antojan difíciles de variar en el ADN de los centros educativos. En ocasiones, el abuso o la burla ha logrado construir un invisible muro que separa la integración y exclusión en el ámbito escolar.
El extraño sentía que, cada día, era un poco más extraño por su cultura, color de piel, capacidades físicas/psíquicas o modelo familiar, entre otros. Elementos, todos ellos, que han llevado a muchos niños y niñas a sentir la mayor de las frustraciones humanas: "No ser aceptado por el resto con la máxima normalidad". A partir de aquí comienza un confuso camino que hace deambular al menor por un laberinto vital de insoportables experiencias.
Afortunadamente, al despertarnos una mañana, escuchamos una utopía en forma de proyecto de Comunicación para el Desarrollo: Escuelas Sin Racismo. Al parecer, la comunidad educativa del Instituto Gonzalo Torrente Ballester de Pontevedra y las ONGD´s Agareso y ACPP insistieron en la participación de los menores en programas de televisión y radio (de producción propia) con el hermoso objetivo de que abrazasen valores como la tolerancia e integración, ahuyentando el racismo y xenofobia de su campo de visión.
Hace unas horas, esta iniciativa ha recibido el prestigioso reconocimiento 'Vicente Ferrer' de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID). Esto evidencia que la educación en valores y la comunicación con criterios de desarrollo reivindican más oportunidades sociales para equilibrar y normalizar la convivencia colectiva.