Milagros Domínguez García
Al amor de mi vida
No creo que sea la única persona que un día se imaginó cómo sería conocer al amor de su vida y quizá en ese momento, debido a la temprana edad, no era capaz de percibir la importancia y dimensión del significado de esas dos palabras, seguramente, producto de lo que percibía a través de las películas y algún que otro libro donde se describe esa experiencia. Ni siquiera era consciente de que cabía la posibilidad de que nunca sucediese. Pero sucedió y fue hace casi veintitrés años que por fin lo conocí y puedo decir que superó todas mis expectativas. Es el ser más especial que podría haber imaginado nunca. Recuerdo con emoción y precisión el momento en el que lo vi por primera vez y supe lo que es el amor a primera vista. Sus ojos eran de una belleza increíble y transmitía una ternura con su presencia desconocida para mí.
Tenía yo treinta y un años y fue una madrugada del 16 de noviembre de 1999. Las cinco de la mañana eran cuando, después de nueve meses, nació mi primer hijo. Un chico que llegó a mi vida a ponerlo todo patas arriba y a enseñarme que nada de lo que hasta entonces conocía era importante.
Su carita, su olor, su manitas que movía sin apenas tino pero que cuando se acercaban a mi cara depositaban en ella las mejores caricias que nunca antes había sentido, sus piecitos, su pequeña nariz y aquella mueca con la que su rostro sonreía y que me hacía sentirme tocar el cielo… El amor de mi vida había llegado para instalarse y aunque años después llegó su hermana, el otro gran amor de mi vida, él fue el que me enseñó el camino de la maternidad y eso lo hizo siempre especial.
Se instaló e hizo las delicias de todos los que estábamos cerca, pero creció, más rápido de lo que hubiese querido, y sí, juntos aprendimos que eso sucedería y lo asumimos con normalidad. En ese tiempo, mientras él aprendió a caminar, a hablar, a leer…, yo a ratos fui cosiendo sus alas, las que sabía que más pronto que tarde usaría para volar y que yo le entregaría cuando llegase ese día.
Hoy ha volado y me siento feliz por ello. No creo que nada exista más grande que la tranquilidad de que si es así es porque ha tenido a su alcance las herramientas necesarias para ello, las que lo han convertido en quien es, una persona educada en el amor, en los valores y el respeto; que por donde va deja un rastro de bondad, honestidad y honradez que le hacen ser acreedor del afecto de los que lo van conociendo.
El mundo es mucho mejor con él y me podría marchar mañana mismo con los ojos cerrados porque, junto a su hermana, dejo a unos seres humanos valiosos para la sociedad.
Hoy escribo para él, para el niño que fue y el hombre en el que se ha convertido. Le escribo desde el amor que siento por él y deseándole que en su nueva etapa busque ser feliz.
La vida, mi cariño, es eso que hemos hablado mil veces y que tú tienes la fortuna de disfrutar. No dejes de hacer lo sientas porque es corta, demasiado corta como para preocuparse del qué dirán o si están o no conformes con tus decisiones. Vive con la verdad siempre, honestamente y si tiene que llover, que llueva, y si has de mojarte con esa lluvia, mójate, pero como siempre te dije, no te cobijes nunca bajo el paraguas de la conveniencia que es mala compañía para vivir. Siente y vive cada emoción con la intensidad que a ti te complazca. Si te ven llorar, no te preocupes más que de soltar eso que te pesa; y si te ven reír que sea de felicidad y nunca de nadie que no seas tu mismo.
No olvides que todo lo que emprendas requerirá de tu esfuerzo y que incluso esforzándote puede suceder que no lo logres, pero, a pesar de las dificultades, no dejes de intentarlo una y otra vez.
Sobre todas las cosas, Sergio, no dejes de sentir mi admiración siempre por ti, mi amor y mi felicidad al ver que vuelas alto y libre ya que ese fue mi sueño y mi meta: verte ser quien quieres y estar donde decidas.
Te quiere, mamá.