Beatriz Suárez-Vence Castro
Solamente entre dos
Está el mundo de la prensa rosa y no tan rosa, revolucionado con noticias de pareja, que no deberían ser siquiera noticia. El vídeo de Santi Millán, el cuarto de dormir de Antonio Resines y la separación, que no es tal, de Isabel Preysler y Vargas Llosa.
No creo que haya un solo molde para tratar las cosas entre dos y lo que pasa en los dormitorios de común acuerdo, no es delito. Por ahora.
Lo que sí es delito, es la intromisión en la intimidad de una persona . Y lo que es machismo es presuponer que su pareja, mujer en este caso y con nombre propio: Rosa Olucha, no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando. Otra cosa es que le guste a todo el mundo. Que no tiene por qué. Otra cosa es que se filtre públicamente como le ha pasado a Santi Millán.
También es cierto que si Rosa Olucha quiere que tengan respeto por ella no debía atacar a nadie que no sea de su cuerda, porque defenderse atacando es humano, pero te quita un poquito la razón . Con sus declaraciones de "mierda de sociedad católica y patriarcal" tampoco se ha cubierto de gloria. Se comprende el cabreo, pero ése, no es el camino. Si quieres que te dejen en paz, deja en paz tú también y llévate contigo tus juicios de valor que nadie te ha pedido, para no caer en lo mismo que te están haciendo ti.
Si la sociedad católica presume de superioridad moral, y estoy de acuerdo en que no debería, tampoco hace falta que se coloque ella misma en otro pedestal, distinto, pero igual de alto; mirando hacia abajo, más moderna que nadie, porque esto también es de creérselo mucho.
En cuanto a Santi Millán aunque tenga toda la razón y se deba investigar quién filtró el dichoso video, ya debería saber en qué país vive porque aquí el que sale en la tele hasta en la sopa, vende su alma al diablo.
Ahora bien, ¿en qué lugar deja esto a quienes han visto el dichoso vídeo con la boca abierta para luego poner verde al presentador y a la madre de sus hijos, que si ella es tonta y él un salido? Pues en el de la hipocresía, en el de simplificar y poner tibio al vecino que es algo que aquí entretiene más que el fútbol.
Por otro lado, está lo de Resines. Como no tiene bastante con arrastrar el COVID, ahora tiene que preocuparse de lo que las malas lenguas dicen, sabiendo que su mujer y él duermen en habitaciones separadas. Otro gran cisma: Se ha visto en la obligación de explicar que lo hace porque tiene un problema con los ronquidos y sus manías para dormir (como casi todo hijo de vecino, creo yo) y su mujer y él están de acuerdo en que así sea. Pues resulta que eso también es raro a los ojos de los demás.
Seguro que la mayoría de matrimonios de su edad, y más jóvenes también, que se han horrorizado, en el fondo están pensando: quién pudiera.
Si reflexionan, eso que nos han contado de que el lecho conyugal tiene que ser uno, ahora se ha demostrado que, con el COVID, igual no. Ya lo sabíamos de antes con las gripes, ronquidos como los de Resines o simplemente cuando uno o una quiere dormir sola y tener el edredón entero o dormir sin nada o tener la luz encendida mientras el otro aguanta todo sin rechistar porque eso, nos han contado es el amor y el amor es aguantar. Pues ole por Resines , por pionero. Y por Marisol de Mateo, su mujer. Han demostrado siempre y especialmente durante el ingreso hospitalario del actor y sus declaraciones posteriores, estar enamorados de verdad y estoy por apostar que, con habitaciones separadas, hacen el amor más a menudo que muchas parejas que comparten cama. O no. Tampoco me importa. Ni quiero decir con esto que no sea bonito dormir en una sola cama. Simplemente que no es requisito indispensable y que cada cual puede dormir y hacer todo lo demás, como crea conveniente.
Y ya la tercera y la vencida para escribir, ha sido lo de la Preysler y Vargas Llosa. Esto sí que me ha hecho tirarme al teclado del ordenador a una velocidad de taquígrafa judicial. La pareja ha decidido vivir en casas separadas, aunque continuando su relación sentimental. Él necesita tranquilidad para escribir una nueva novela, y a ella le parece bien que la escriba en su casa y se vean cuando les apetezca. Pues parece ser que esto es raro. Muy raro.
Estoy un poquito harta de tanta tontería y, saben que cuando eso me pasa, abuso de su paciencia lectora y me desahogo aquí, porque tanto los lectores como los directores del periódico, son tan fieles y tan pacientes que me hacen saltar las lágrimas.
Existe desde hace ya tiempo en EEUU una costumbre que se sigue en el resto de Europa como opción: L.A.T, las siglas de Living Apart Together en Inglés, en tradición libre, juntos pero no revueltos. Las razones son tantas como parejas hay, y solo a ellas les incumben: cuidar a un familiar enfermo, tener hijos cada uno de parejas distintas y no querer mezclarlos, o como Vargas Llosa: estar ya de vuelta de todo y poder escribir tranquilo sin escuchar los tacones y las risas de Tamara por los pasillos. Aquí tengo que decir que Tamara, aunque sea católica y seguramente patriarcal, se quede en blanco en las tertulias y hable como con un caramelo en la boca, a mí me cae fenomenal. Porque es auténtica y no finge.
Al final, en los tres casos de eso se trata, de ser como Tamara: a unos nos puede caer bien y otros no soportarla, pero ella no se mete con nadie. Vive su vida, deja vivir y da pocas explicaciones de la suya. A ver si va a ser más lista de lo que parece. Y menos hipócrita que muchos otros.
En las relaciones de pareja, como en todo, nos hemos olvidado de que no hay modelos a seguir; de que mientras las dos personas, sean del género que sean, estén de acuerdo, en el amor todo vale, con la importante salvedad, por supuesto, de los malos tratos que eso sí que es delito y no amor.
A ver si aprendemos que la vida de los demás es eso: la vida de los demás y que nuestro esquema de vida no es el mismo para todo el mundo.
La convivencia puede acrecentar el amor o por el contario, matarlo. Puede haber un amor y varias parejas todos están de acuerdo, o una solo si así lo quieren los dos. Una cama o tres, elástica o de agua, un cuarto o dos, suite o baño compartido. Nada de eso es una vara para medir si una relación funciona o no. No tiene importancia.
El amor, cuando es de verdad, puede tener mil formas, las más tradicionales, las más innovadoras y las que aún están por inventar. Y criticar eso, es equivocarse.
Respeto de ida y vuelta, consideración hacia el otro, querer mucho y bien: esa, sería en caso de haberla, la única fórmula magistral.