Pedro De Lorenzo y Macías
Santiaguiño del Burgo en los años 1950
Los veranos de antaño eran parecidos al que nos acaricia. El sol, rabioso y cruel, se ensaña con los inquietos bañistas, que buscan la belleza de la morena piel. A veces sufren quemaduras…, ¡No importa!
Esta preciosidad de Puente del Burgo, posiblemente dio origen al nombre de esta villa Pontevedra, nos retorna a esos recuerdos de infancia. ¡Hay tristura! Este recuerdo histórico lo han maquillado, desconocemos en qué estilo arquitectónico se han basado.
En los cincuenta vestíamos pantalones cortos, algunos de tercera y segunda generación; con un remiendo y zurcido en el trasero; muchos, de dos tirantes; unos pocos, de uno. Acompañaba una camiseta o camisola, con sandalias o zapatillas de esparto. Esos tiempos difíciles no nos borró las ansias de vivir. Fuimos los precursores de la moda actual.
Las fiestas se celebraban por iniciativas de barrios o parroquias, transmitidas de generación a otra. Añoramos las de Santiaguiño del Burgo con nostalgia y agradecimiento a aquellas personas que nos enseñaron valores humanos.
Eran tres días de fiesta. Nos sentábamos en la barandilla derecha del Puente. Pasaba un turista y lanzaba una moneda blanca y grande de cinco pesetas al río. Volábamos todos, teníamos que atrapar la moneda antes que el fondo claro y de pura limpieza del Lérez, lo atesorara. A veces conseguíamos trofeo y lo compartíamos.
Al lado del puente, colocaban un poste horizontal con una bandera al final. Breaba la mitad del mástil. Todos a la aventura. Se aglomeraba mucha gente; se divertía y aplaudían nuestras esperpentas caídas. Volvíamos a intentarlo, y otra.
Soltaban patos y el que lo atrapase era su dueño. Nos organizábamos en grupos. A los dos lados del puente, había barcas amarradas. Cada grupo elegía a dos, los mejores buceadores. La estrategia era nadar en semicircunferencia para obligar al pato ir hacia las barcas.
No tenían un pelo de tontos; olían la tostada, se encaraba sobre le semicírculo de nadadores y los pasaba en un vuelo. Vuelta a empezar. Ya agotados, los patos buscaban refugio entre las barcazas. Los agazapados buceadores los agarraban por las patas…., y pato a la olla.
Tengo recuerdo que habíamos atrapados algún pato y una señora del Burgo los cocinaban y todos juntos compartíamos tan original manjar. Había fuegos artificiales, verbena. El 25 celebración litúrgica en la antigua capilla y procesión. Los típicos puestos de rosquillas y otras degustaciones. A nosotros lo que más nos atraía era la fiesta de los abuelos, San Joaquín y Santa Ana.
El veintiséis era la competición de baile gallego. Sonaba la gaita y nuestra sangre hervía y nos trasladaba a sueños escondidos por las circunstancias.
Allí estaba Manilo, bailando la muiñeira con una abuela. Estaba sobrado de energías, después de agotar a varias, se quedaba solo bailando. Murmuraban que siempre vencía. ¿Quién era Manilo? Era un profesional de limpieza en hogares y comercios. Los maridos lo acogían con agrado; tenían fe en él y no veían peligrar su honorabilidad. Su presencia atemorizaba la suciedad, telarañas e insectos molestos. Tenía unas manos divinas, lo que tocaba quedaba de un brillo de patena. Era muy querido y solicitado. ¡Qué encanto verlo limpiar un escaparate! Cantaba, se fijaba en las minucias y nos saludaba cariñosamente.
En el Estadio Pasarón, en la época “Hai que roelo”, se asentaba en lo alto de preferencia; con su megáfono generaba un ímpetu combativo: “PontevedriiiiiiiiiiiÑA”. Animaba más que Manolo del Bombo.
Era una persona humana y culta. Muy respetuosa con los demás, siempre de buen humor y muy servicial. Fue un tío fenomenal. Solo tuvo un enemigo. El ebanista que fabricaba armarios. Le quedó uno sin vender.
Estos días El Burgo se engalana de fiesta, ya con un nuevo templo y una gran referencia en el Camino Jacobeo. Se hermanan las tradiciones de nuestros antergos, mixturadas con el humanismo cristiano.
¡Ya han pasado años! Se maquilló el duende de este barrio. El río Lérez está de negro oscuro. Apoyado en el puente, ahora mancillado, emanó este poema.
Aguas de mi adorado Lérez, envidiado,
puro, cristalino. Orgulloso de tu cuna,
elegante en tu recorrido; acogedor, cariñoso
con otras aguas.
Llegabas inmaculado a las puertas de la Ría,
a tu descanso eterno; sin mancha, puro, limpio.
Los chiquillos te adoraban, se sumergían en tus
entrañas, lanzándose del Puente del Burgo. Eras
feliz, brillante y claro. Ibas a tu destino alegre,
con tus metas bien realizadas.
¿Qué te hicieron los hombres? ¿No Hablas, no dices
nada? Ahora hueles a podrido, estás opaco, sucio y
muy triste. Te han contaminado la civilización, las industrias,
Los vertidos fecales, contaminantes antinaturales.
Te vas avergonzado a tu meta, la muerte. ¡Recuerda!
Tú eres inocente, leal; llegas con andrajos por culpa
del hombre, egoísta, explotador, aniquilador.
¡Salud, Fortuna y Felicidad! ¡Felices Fiestas!
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografía: © Miguel Selas Canga.