Lucía Lourido
Que tenga muy buen día
-Buenos días, ¿qué tal? -me dice el dueño del bar, mientras atiende a otro cliente, cuando entro a desayunar.
-Caray -pienso para mí. Había aprendido a saludar a cada cliente que entra en tu local o incluso que asoma la cabeza por la entrada... pero trabajando en una tienda o en un hotel en recepción, ¡no en un bar a cada uno de los que entran al tiempo que atiendes la barra!
Escojo para sentarme un sitio tranquilo, un poco apartado. A pesar de ello, el atento dueño se fija:
-¿Está sucio? Me pregunta al verme pasarle una servilleta a la mesa.
-No ¡qué va! Sólo la estaba secando un poquito por unas gotas que tenía.
Enseguida me viene a atender. Como no lo pido, me pregunta si voy a tomar café (había pedido un zumo y churros).
Le digo que no... pero tras su pregunta del café enseguida te das cuenta de que te falta algo calentito... Decido entonces pedir un té.
Me recordó a una historia que leí una vez. Era sobre dos empresarios que tenían sendos bares en la misma calle. Si llegabas al bar de uno de ellos y le preguntabas:
-¿Qué tal te va el negocio?
Te respondía:
-Buf, con esta crisis, fatal. Y aún por encima no hago más que pagar impuestos aquí y allá.
Si en cambio le preguntabas al otro:
-¿Qué tal el negocio?
Te decía:
-¡Pasa y siéntate! Tómate un cafecito y enseguida te cuento... ¿un croasán calentito?
Y al final acababas tomándote el croasán, el café y lo que te pusiera delante.
Estos dos son ejemplos de mentalidades que te encuentras día a día: los que se quejan de que no hay trabajo y ni lo buscan... y los que se dedican a ver lo positivo y sacar el máximo partido a pesar de las circunstancias.
-¿Algo más, bonita? -me pregunta el dueño tras dejar zumo, té y churros en mi mesa.
¡Es que aún por encima te hace sentir bien! Y ya me diréis, añadir "bonita" qué trabajo costará...
Claro, eso es fácil decírtelo porque eres una niña mona -opinaréis.
Pues no, me fijé en que lo decía por costumbre. Así que mira, si con una palabra le alegras a la gente el día...
Y a los señores les decía:
-Buenos días caballeros. ¿Algún churrito o croasán?
-No.
-¡Muy bien! -Añadía igualmente contento, sin hacer sentir mal al cliente.
Y cuando se iban:
-¡Que tengan muy buen día!
Además, ¿sabéis qué? Me recuerda a mis vecinos del taller, los del relato "Siempre riendo", no solamente por la actitud ¡físicamente y con esa cara sonriente también!
¡Que tengáis muy buen día!