Carlos Regojo Solla
Funambulismo
Grazna la gaviota en una de sus múltiples lenguas: las tengo oído llorar como bebés humanos, gritar como seres desesperados enfrascados en una batalla cuerpo a cuerpo, susurrar venganzas en conversaciones soterradas o ladrar como perros, entre otras. Pese a lo desagradable de sus manifestaciones admiro esa facilidad ventrílocua de su gregarismo que nunca entenderé en esta especie en particular porque su decir rompe su belleza.
Esta vez, en este caso concreto que llama mi atención, la voz de su mensaje incluye, en un grito breve, una escala de graves y agudos estridentes que realiza una argéntea en lo alto de un edificio, estirando el cuello y levantando la cabeza hacia el cielo exponiendo como puñales afilados las dos cachas de su pico amarillo.
Se pasea nerviosa por el mismo borde de la cornisa, a más de cuarenta metros de altura. Tan al borde que coloca mal una pata y esta le falla , desequilibra y el ave parece caer. Se equilibra al momento abriendo las alas, restablece su posición y sigue un caminar torpe con andares de artefacto autómata dieciochesco. Se nota que no tiene vértigo lo cual la hace poseedora de la ventaja del funambulista jefe de troupe al que ya ni el circo le es suficiente porque en el mástil más alto que sustenta la carpa ni siquiera corre un poco de aquel viento desafiante que amenaza la estabilidad en la pértiga arrancando un ¡¡ohhh! angustiado del observador
¿Qué hace aquí, en la ciudad, lejos de las estelas de los barcos que regresan de la faena? ¿Acaso intuye que ya las embarcaciones vienen camino del varadero definitivo?