Valentín Tomé
Res publica: Gladio y el huevo de la serpiente
«Lo sé. Sé los nombres de los responsables de lo que llaman golpe (y en realidad es una serie de golpes instaurada como sistema de protección del poder). Sé los nombres de los responsables del atentado de Milán (…) Sé los nombres de los responsables de los atentados de Brescia y de Bolonia…» Pier Paolo Pasolini, un año antes de su asesinato.
En 1990, en el curso de una investigación acerca de sus conexiones con la mafia, Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia y uno de los popes del partido conservador Democracia Cristiana, confirmó, en sede judicial, la existencia de una red terrorista conocida como "Gladio". Es decir, la creación desde mediados del siglo XX en Europa occidental de una organización que, auspiciada por la OTAN, ciertas élites políticas, y con la inestimable colaboración de la CIA y los servicios secretos de diferentes países europeos occidentales, había instigado, financiado y colaborado abiertamente con el terrorismo de extrema derecha.
¿Cuál era el objetivo de esta trama? Impedir por todos los medios la entrada de los partidos comunistas occidentales en el poder (en este sentido, hay que recordar que terminada la II Guerra Mundial, en el caso de Italia, el partido comunista, PCI, surgió como la mayor organización política del país, con más de dos millones de afiliados y un gran prestigio entre las clases populares por su lucha antifascista). Los múltiples atentados de extrema derecha que asolaron Italia aquellos "años de plomo" tenían como finalidad generar un clima de paranoia que propiciase la represión y la autocensura (como ocurrió con la ley Reale de 1975, que permitía los arrestos sin mandato judicial e interrogatorios sin presencia de un representante legal; o el decreto-ley Cossiga de 1979, que autorizaba las escuchas telefónicas indiscriminadas y aumentaba el tiempo de prisión preventiva) y, al mismo tiempo, atribuir desde el poder político y mediático la responsabilidad de los mismos a grupos armados de extrema izquierda como las Brigadas Rojas próximos al movimiento comunista.
De la falsa atribución en aquellos años de los atentados sirva como ejemplo el ocurrido en Peteano el 31 de mayo de 1972, en el que tres policías fallecieron tras la explosión de un Fiat 500. Nada más producirse el atentado, las autoridades no dudaron en responsabilizar de la matanza a las Brigadas Rojas, lo que supuso una importante campaña de represión contra el PCI y la detención de 200 comunistas. En 1984, el juez Felice Casson decide reabrir la investigación acerca del atentado para realizar un sorprendente descubrimiento: no sólo el atentado no había sido perpetrado por las Brigadas Rojas, sino que la policía no había hecho absolutamente nada por investigar el asunto. Es más, el informe acerca de las bombas utilizadas era una falsificación realizada por un experto en explosivos y militante de Ordine Nuovo, organización política y terrorista de ultraderecha, Marco Morin. Y el Gobierno, además, era conocedor de la falsedad del mismo. Finalmente, es detenido Vincenzo Vinciguerra, militante de Avanguardia Nazionale, grupo político neofascista, quien declara ante el juez: «Con la masacre de Peteano, y con todas las que siguieron, debería quedar claro que existió una verdadera estructura, oculta y escondida, con la capacidad de dar una dirección estratégica a los ataques… (La estructura) yace dentro del Estado mismo».
Tampoco podemos dejar de mencionar el más popularmente famoso suceso de aquellos años de plomo en Italia: el secuestro y asesinato del cuatro veces primer ministro Aldo Moro. El 16 de marzo de 1978, el auto en el que Aldo Moro se dirigía al parlamento es atacado, sus cinco guardaespaldas asesinados y él mismo secuestrado. Su intención en aquel momento era votar a favor de una moción de confianza sobre el nuevo gobierno de Giulio Andreotti, apoyado de manera externa por el PCI en el contexto del "compromiso histórico" (línea que defendía la colaboración entre democristianos, socialistas y comunistas para asegurar una cierta estabilidad en la política italiana). Moro había sido uno de los máximos defensores de esta política, sobre todo teniendo en cuenta que en las elecciones generales de 1976 los comunistas habían obtenido el mejor resultado de su historia con un 34.4% de los votos. El secuestro fue orquestado por las Brigadas Rojas, que exigían a cambio la liberación de su fundador, Renato Curzio, y varios compañeros detenidos. Finalmente, y ante la negativa del gobierno a negociar, el cadáver de Moro aparece a los 55 días en un punto equidistante entre las oficinas de Democracia Cristiana y el Partido Comunista. Como consecuencia directa, el gobierno fue disuelto, el "compromiso histórico" abandonado y los comunistas volvieron a la oposición. Durante los dos meses siguientes, se llevaron a cabo 40.000 registros en los hogares de militantes comunistas. Pocos años más tarde, el PCI, tras acumular múltiples fracasos electorales, desaparecía de la vida política italiana.
Un año después de aquel trágico suceso, el periodista Mino Pecorelli es asesinado cuando llevaba a cabo una investigación sobre el caso. En 2002, Giulio Andreotti fue encontrado culpable de haber encargado la muerte del periodista al mafioso Gaetano Badalamenti, condenado a 24 años de cárcel y exonerado de todos los cargos al año siguiente. Cuando la comisión senatorial encargada de investigar "Gladio" en 1995 reabrió el caso, varios documentos desaparecieron; y el papel de las Brigadas Rojas en el crimen acabó siendo definido como "el instrumento de un juego político más amplio". Vincenzo Vinciguerra expresó su convencimiento de que en la ejecución de Moro habían participado los servicios secretos de "Gladio".
En definitiva, con toda esa red terrorista paraestatal se trataba de evitar la aplicación de esa ley de hierro de la historia contemporánea que afirma que cada vez que la Izquierda accede al poder a través de las urnas se produce al poco tiempo una reacción por parte de las élites de Occidente que da el traste con sus aspiraciones de transformación social matando, de paso, a unos cuantos miles de sus ciudadanos (normalmente entre aquellos que se han "equivocado" al votar). Lo que el filósofo Alba Rico con agudeza da en llamar "la pedagogía del millón de muertos". Si bien, en el caso de Grecia, país estratégico para la OTAN (es decir, para Estados Unidos), a pesar de los esfuerzos, no quedó otro remedio que recurrir a ella. Así, en 1967, ante la posibilidad de que los comunistas entraran en el poder tras las elecciones celebradas aquel año, un golpe de Estado imponía una dictadura militar de extrema derecha que duraría siete años y que provocó el asesinato, encarcelamiento, tortura o exilio de miles de comunistas. Como es bien sabido, lo mismo ocurriría por aquel tiempo en Chile en 1973, si bien este caso se encuadra en la "operación Cóndor", homóloga de "Gladio" en el Cono Sur.
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"Yo pienso que Mussolini fue un buen político, que todo lo que hizo, lo hizo por Italia. No ha habido políticos como él en los últimos 50 años". Así se manifestaba Giorgia Meloni, la que con toda seguridad será la próxima primera ministra de Italia, cuando tenía 19 años. Meloni se acercó a la política a los 15 años cuando se incorporó al Frente de la Juventud, una organización juvenil vinculada al partido neofascista Movimiento Social Italiano (MSI), que había sido creado por exmiembros de la dictadura de los camisas negras de Mussolini.
El MSI tiene sus raíces en la misma entrada en Roma del ejército aliado. En aquel momento, nacían los Fascios de Acción Revolucionaria como una primera experiencia de lo que será el terrorismo neofascista en las décadas siguientes. Los FAR se dedicarán a ajustar cuentas con los partisanos comunistas, al asalto de emisoras de radio, a repartir propaganda y a dinamitar algunos barcos dirigidos a la URSS como compensación de guerra. Ya en 1951, desaparecidos los FAR por la acción decidida del nuevo Estado italiano, se reconvierten en un partido político de extrema derecha, el MSI, contando entre sus miembros con antiguos hombres fuertes del régimen como el almirante Rodolfo Graziani o Arconovaldo Bonaccorsi, el "Conde Rossi".
Y sí, como ya habrán imaginado, el MSI fue una de esas organizaciones políticas de extrema derecha vinculadas a la red "Gladio". E incluso su acción trascendió las fronteras italianas. Como ejemplo, la matanza de Atocha en 1977 en la que son asesinados cinco abogados laboralistas contó con la participación del que fuera militante del MSI Carlo Cicuttini, que había escapado de Italia tras ser uno de los cerebros del atentado de Peteano. La justicia italiana reclamó su extradición en 1987 tras ser detenido en España, pero el gobierno de Felipe González se negó, y lo dejó en libertad. Finalmente, fue detenido en Francia en 1998 y condenado a cadena perpetua. Había participado también en los GAL y en los Guerrilleros de Cristo Rey.
Meloni llegará al poder de la mano del ultraderechista Matteo Salvini y del multimillonario de 85 años, propietario de un imperio mediático (en España es el principal accionista y fundador de Mediaset), y condenado por evasión fiscal, corrupción y prostitución de menores, Silvio Berlusconi. Las filias en el pasado de estos dos últimos por Vladimir Putin han hecho saltar todas las alarmas dentro de la Unión Europea. Es por ello que dos días antes de las elecciones italianas, Ursula Von der Leyen, presidenta la Comisión Europea, manifestó, en una versión débil de la ley de hierro de la historia contemporánea, que la UE disponía de mecanismos como la sanción financiera "si las cosas van en una dirección difícil".
Los recelos de Von der Leyen resultan del todo comprensibles. No sería la primera vez que una organización creada o apoyada en su día por la OTAN, o en su defecto, por Estados Unidos, decidiera matar al padre y pasar a engrosar las filas del Eje del Mal. Véase, por ejemplo, lo ocurrido con Sadam Hussein, quien recibió el apoyo norteamericano en su guerra con Irán pese a su uso de armas químicas contra civiles iraníes, las mismas que, años más tarde, fueron esgrimidas como argumento por George W. Bush para justificar la Guerra de Irak; o con Osama Ben Laden que, como un muyahidín talibán más, fue financiado por la OTAN para poder convertirse en un luchador por la libertad en su cruzada contra la URSS en territorio afgano.
Pero, en mi humilde opinión, la presidenta de la Comisión Europea no tiene razón alguna para preocuparse. El fascismo predicado por Meloni, más allá de lo que puedan opinar sus dos camaradas de bloque ideológico (cuyos partidos suman, juntos, menos votos que los logrados por Hermanos de Italia) no es de corte clásico en lo económico, es decir, no tiene como objetivo la autarquía predicada por el Duce. Como se puede leer en el programa electoral de su partido, heredero político del MSI, su fascismo es de corte posmoderno, esto es, totalmente compatible con los principios del neoliberalismo económico, y en él, la permanencia en la UE y en la OTAN es incuestionable (como por otra parte ya la propia Meloni se ha dedicado a transmitir al presidente de Ucrania nada más producirse su victoria electoral).
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El huevo de la serpiente es una expresión que se popularizó desde finales de los 70 y procede del título de una película de Ingmar Berman estrenada en 1977. En ella, se cuenta el ambiente desencantado y desesperado que se vivía en Alemania en los momentos previos al auge del nazismo. Uno de los personajes, el Dr. Vergerus, dice: "Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado". Es decir, la cáscara transparente del huevo de la serpiente nos permite observar un pequeño reptil aparentemente insignificante y que puede llegar a inspirar compasión. Por eso, en esa fase de la gestación cuesta tanto destruirlo e impedir su nacimiento.
Hace exactamente cien años ese huevo eclosionó en Italia con la llegada al poder de Benito Mussolini. Hoy, tras largas décadas siendo incubado por la OTAN, otro huevo de serpiente acaba de eclosionar. Roto el cascarón, solo queda esperar que el sabio de Tréveris tenga razón cuando afirmó aquello de que "la Historia siempre se repite dos veces, la primera vez como una gran tragedia, la segunda como una miserable farsa".