Manuel Pérez Lourido
Salúdame siempre 2
Esta mañana, en un intervalo de veinte minutos, me he cruzado con tres conocidos que no me han saludado. Tuve que echar una mirada a la ropa que llevaba puesta, buscando alguna explicación, no fuese a ir arreglado sin darme cuenta: nada, las pintas desastradas de siempre.
Más que la ausencia del saludo, me fastidia ignorar la razón. Siempre puede ir uno despistado, pero cuando la cosas se produce tres veces, o sea, deja de producirse tres veces… ya estuve barrenando todo lo que quedaba de mañana. ¿Llevo el pelo demasiado largo? ¿O son mis gafas de sol, que envían un equívoco mensaje de "no estoy para saludos hoy"?
Me gusta escribir sobre saludos, pero sobre todo sobre su omisión. Lo estoy convirtiendo en un género articulístico y espero ser reconocido y saludado por ello. De hecho, acabo de caer en la cuenta de que ya publiqué aquí una columna con el mismo título, por lo que acabo de añadirle un "2" al mismo. Tampoco es que vaya a hacer de esto mi objetivo en la vida, aunque nunca se sabe.
Lo cierto es que los saludos, como es público y notorio, los carga el diablo. Hay mucha gente que se molesta por no ser saludada pero existe también un cierto tipo de personas que se enfandan por lo contrario. Un saludo inesperado, de alguien de quien no lo esperas (por eso es inesperado) provoca en individuos sensibles una irritación importante. Se quedan con la boca semiabierta, incapaces de reaccionar y eso alimenta su disgusto. Acaban echándole la culpa al imbécil o la imbécil que no supo pasar por su lado con la boca cerrada, que total no se habían saludado nunca, hay que ser cretino o cretina.
Luego está la gente que saluda a lo loco, sin reparar en gastos. Van por ahí saludando a diestra y siniestra, a poco que sus meninges detecten un rostro que pudiesen llegar a reconocer con el tiempo y la suerte de cara. Saludan como matando marcianitos en un videojuego, sin piedad. Es una forma de estar en el mundo como otra cualquiera: aquí estoy yo, no pasa nada. Te saludo y punto. Me importa un rayo que me devuelvas el gesto o no. Está clarísimo que a estas personas les importa un pimiento que les devuelvan el saludo. Su acción es un fin en si mismo: no busca reciprocidad, es un ataque preventivo, es una forma de pasar la guadaña social a cuanta cabeza sospechosa se les ponga delante.
En fin, en un asunto como este, siempre está mejor pasarse de frenada que quedarse corto. Como decían los Tonechos: "salúdame siempre!".