Alexander Vórtice
Café solo largo
Pasamos el tiempo leyendo la vida de otros mientras que otros escriben las nuestras.
Ahora que nos vemos rodeados de malas noticias día sí y día también, hoy quisiera contarles una historia que es noticia real como la vida misma: Manolo era una de esas 1300 personas que hay en Galicia sin hogar. Él tenía un bar en A Costa da Morte en el cual trabajaba, sobre todo, en verano. La suya era una vida normal y corriente, como la de casi todo el mundo.
Pero las cosas se complicaron y el bar cerró. Tiempo después, tal vez porque el dicho ese que dice "contigo pan y cebolla" es falso, también su matrimonio acaba. A consecuencia de su divorcio su vida se transforma completamente y decide irse a Santiago de Compostela. Durante más de un año busca incansablemente trabajo, pero no lo encuentra. Acaso se debiera a que ya tenía más de 50 años o porque su experiencia laboral se reducía al sector de la hostelería. En este punto es cuando Manolo se abandona en todos los aspectos: no había para él un horario fijo a la hora de despertarse, dormía en la calle por falta de recursos y no tenía apenas para comer.
Sin embargo, cierto día, Carmen, trabajadora de la Xunta de Galicia, decide acercarse a Manolo para preguntarle que qué tal estaba (y eso que en estos tiempos preguntar "qué tal" puede llegar a ser un riesgo dadas las tantísimas calamidades que están sufriendo tanta gente). Carmen, sin duda, le cambió la vida. Ella se paró a ayudar, resolvió hacerlo sin reproches, le invitó a un café solo largo y a charlar.
Este fue el comienzo de una historia, por desgracia, atípica dentro de la egocéntrica sociedad en la que vivimos. Aquella funcionaria de la Xunta se involucró totalmente con el caso de Manolo. Lo animó a tramitar las pertinentes ayudas sociales, a estudiar y, gracias a esos ánimos y pasado el tiempo, Manolo consiguió el Ingreso Mínimo Vital.
Las palabras de aliento continuaron por parte de Carmen y también le sugirió que se apuntase a una formación que imparte Cáritas. Él así lo hizo y, día tras día, se iba esforzando un poco más. Finalmente, y pasados los años, consiguió un trabajo en ARROUPA, la empresa de inserción laboral en materia de reutilización textil de Cáritas.
Así fue que Manolo pasó de estar en la calle, durmiendo en la estación de autobuses de Santiago, a tener un trabajo, un techo y las comodidades necesarias que toda persona debiera tener. Ahora tiene ya 65 años y una buena historia que contar, un relato de superación que jamás hubiera sucedido sin la bondad de Carmen.
La realidad apunta que en España las personas sin hogar han crecido en casi un 25% en los últimos diez años. Más de 5.600 personas han tenido que buscar refugio en centros asistenciales. La vida en la calle es inimaginablemente dura, y tras cada una de esas personas que sufren, hay una sin fin de sentimientos, y muy pocos son positivos. Carmen ha sido el pilar básico de un caso que ha acabado con final feliz.
Y es que a veces la ayuda surge de donde menos uno se lo espera, en esta ocasión de la mano de una completa desconocida, cuando lo normal sería que hubiese llegado de la familia, de los amigos, de la gente más cercana a la persona afectada.
Mi enhorabuena, así pues, a Carmen, por su humanidad y su empatía, y a Manolo, por luchar sin descanso cuando ya todo parecía estar perdido.