Kabalcanty
Literatos (7ª parte)
— ¿No te parece que ha llegado el momento de vivir juntos?
La pregunta de Patricia que nunca quise tener que escuchar surgió en un fin de semana que pasábamos en una casa rural. Su pregunta se basaba en que mi nivel económico, gracias a lo que pagaba Batuecas, estaba equilibrado, además de una prometedora novela que vería la luz pronto y que me daría el acomodo total. Esto último se lo dije por decir. Sí que le entregué mi manuscrito al gordo, sin embargo apenas lo miró, lo dejó en el estante donde dormían multitud de folios de otros escritores.
Tardé en responderla, disimulando estar obnubilado con el paisaje campestre que se veía por la ventana, y luego le di mil y una excusas asegurándole que cada vez estaba más cerca nuestra vida en común. Lo cierto es que era mentira. No me apetecía en absoluto tener a alguien fisgoneando mi vida privada y mucho menos organizando mi casa y su acomodaticio desorden. Desde ese fin de semana nuestra relación comenzó a enfriarse descaradamente.
Ya hacía seis meses que trabajaba para Gil Batuecas y su sueldo, aunque corto, me daba para vivir como nunca. Necesitaba poco y eso me resolvía todos los problemas cotidianos para conmigo mismo. No deseaba complicarme con relaciones, me bastaba con follar lo necesario e ir al cine un par de veces al mes.
En ese tiempo se produjeron algunos cambios. Lourdes fue despedida del servicio de Batuecas porque alguien (sospeché que el gordo tenía contratada alguna agencia de detectives, o algo similar, para controlar al personal que trabajaba en su casa, lo cual me predispuso a ser más sigiloso fuera de mi trabajo) le contó que ella salía con Justino. Este, con los favores de su padre para que accediera a las tertulias y actos del Ateneo, le era muy desagradable a Batuecas. "Ese muerto de hambre con aspiraciones literarias es el último hombre que deseo que se entere de la vida de mi casa. ¡Faltaría más, repámpanos! ", decía el gordo, con gesto de repugnancia, refiriéndose a la relación de Justino con Lourdes.
Me veía con Pepe Luis, Justino y ahora, inevitablemente, con Lourdes atrincherándonos en la casa del fallecido padre de Pepe Luis, en un pueblo cercano a la ciudad. Íbanos cada uno por separado y entrabamos en la casa individualmente todos los sábados por la tarde. Les contaba lo poco que avanzaba en el descubrimiento del secreto de Batuecas para terminar bebiendo cerveza a cascoporro mientras cenábamos pizza fría.
También como novedoso estaba mi "amistad" con Sixto, el ayudante-amante de Batuecas. Debí de gustarle desde el primer día que entré a trabajar puesto que noté sus miradas voluptuosas y su acercamiento "con roce" en la primera vez que fuimos a desayunar juntos. Yo le dejaba hacer, guardando la ropa, por supuesto, al tiempo que le sonsacaba todo lo que podía sobre el gordo.
Sixto era un gay excesivamente amanerado llegando su teatralidad al absurdo. Vestía ropa muy cara y ostentosa que embadurnada con colonias de fuerte aroma y risitas y aspavientos exagerados y escandalosos con la resultante de un cóctel esperpéntico. Él se creía muy moderno y culto, no faltando ocasión en que te restregara que era licenciado en filosofía por la Universidad parisina de La Sorbona.
— Ceux d'entre nous qui ont étudié à la Sorbonne ont ce petit plus qui nous différencie de l'ordinaire.
Solía decir juntando mucho los labios y haciendo gorgoritos con la garganta.
Gracias a nuestros desayunos diarios y alguna que otra comida, supe que estaba encaminado al deducir que la habitación clausurada del despacho de Batuecas guardaba un misterioso secreto.
Por otro lado, mi trabajo era bastante aburrido. Llenaba unos cinco o seis folios diarios dentro de una novela que pretendía abarcar unos trescientos. Nadie repasaba nada del texto: se lo entregaba a diario a Sixto y este lo pasaba al despacho del jefazo sin que nadie me dijera nada nunca. El tema, me dijo Batuecas tras pensárselo brevemente, "algo con tintes de novela negra; me apetece probar fortuna en ese campo". Recuerdo que se echó una risita enigmática tras esas palabras. Metidos en invierno, di por acabado el texto. Un par de días después, Sixto me comunicó que Batuecas daría una fiesta multitudinaria en su casa para presentar su nueva novela entre sus más selectas amistades y afines del ámbito cultural. ¡Me parecía increíble la velocidad para su corrección y publicación inmediata! Era evidente que olía a chamusquina.
La semana de antes del evento, reunidos en la casa del difunto padre de Pepe Luis, les comuniqué la noticia de la fiesta.
— Bueno, eso siempre lo hace el gordinfla. Le gustan más la jarana y el postureo que a un tonto un lápiz.
Dijo Lourdes en cuanto les comuniqué la novedad.
— De lo que se trata es de aprovechar el jaleo para que le des un tiento a esa habitación donde debe guardar la cajita de marras. ¡Es la oportunidad idónea! ¿Te das cuenta? El lio, la confusión, la relajación, lo "cocidos" que andarán más de uno. ¡Joder, todo a tu favor!
A Pepe Luis le chispeaba la mirada. Hablaba con esa vehemencia y convicción que te da el haber ingerido más de cuatro birras con el estómago vacío.
Justino, con los ojos medio entornados, hipó un "sí" entrecortado.
— ¿Todos pensáis haceros literatos con la pócima mágica? -pregunté un tanto de broma.
— En cierta manera, sí. Lourdes escribirá la crónica novelada de los avatares de una chica del sur buscándose un futuro prometedor. -dijo Pepe Luis levantándose y señalando a cada uno.
Asintió la ex sirvienta mojándose los labios con regocijo.
— Justino publicará al fin su antología poética en un grueso volumen y con la glosa de un ilustre poeta contemporáneo. -se detuvo unos instantes. Llenó el pecho de aire y continuó- Y yo escribiré un tratado de jurisprudencia que será manual sine qua non para impartir justicia.
Lourdes y Justino aplaudieron enardecidos.
— Y, sin duda, tú -dijo acercándose a mí a lomos de un halo profético- publicarás esa novela a la que tantos años has dedicado con éxito desbordante.
Me dejé llevar por la emoción comunitaria y me levanté para abrazarle con todas mis fuerzas.
Terminamos la noche bastante borrachos de cerveza y de ínfulas literarias.