Alexander Vórtice
Paradojas de la vida
Rareza es ver que el que menos tiene es el que siempre está dispuesto a dar, y raro también es saber que cuando le dices la verdad a quien la reclama la suele rechazar, ya que las certezas siempre son muy duras de asimilar.
Paradoja es saber que mientras estás vivo muy pocas personas están a tu lado, sobre todo mientras atraviesas un gran problema y, sin embargo, cuando falleces, esas mismas personas se agolpan en la puerta del tanatorio para darte el último adiós y decir entre sollozos "cómo pudo suceder esto".
Paradoja es que casi nunca aprendemos a apreciar lo que en verdad nos favorece hasta que es demasiado tarde. No logramos disfrutar el momento, valorando lo esencial de la vida, estimando a las personas a las que realmente le importamos, dejando la simulación a un lado. Olvidamos que actuar en este preciso instante es absolutamente necesario, ya que el futuro es incierto y, acaso, mañana sea demasiado tarde para luchar por lo que consideramos fundamental en nuestras vidas.
Allá por el año 2002 conocí a Juan Vidal Fraga, escritor, filósofo y político pontevedrés. Nuestra amistad fue una amistad sincera, nunca basada en el engaño o en las apariencias. Juan llegó a mi vida en un momento absolutamente crucial: yo estaba mal ubicado en términos existenciales y él me enseñó a salir del abismo para así purgar las ideas y continuar adelante.
Juan, principalmente, era un hombre bueno. Podías charlar amigablemente con él durante horas y horas y el tiempo siempre era insuficiente; necesitabas más, ansiabas escuchar toda la sabiduría que él poseía y que el narraba a base de anécdotas, vivencias personales, y datos con los que se había topado en los libros que formaban su amplísima biblioteca.
Viene muy al caso, a la hora de hablar de paradojas, la anécdota que él me narró en su día: en cierta ocasión, estando Juan con una buena amiga, ésta le convidó a ir a comer "de manera gratuita". Juan se preguntó cómo podía ser eso, pero aceptó. Ambos llegaron a una robleda donde se encontraban cientos de personas: aquello era, nada menos, que una reunión del Partido Popular donde las tapas de pulpo se exhibían sin tapujos, siendo éstas uno de los principales puntos de unión de todas aquellas personas.
La amiga de mi amigo le fue presentando a Juan todo tipo de personas allí presentes, hasta que se toparon con un señor de baja estatura y entrecejo abundantemente poblado. La amiga de Juan se acercó a dicho sujeto con una sonrisa y dijo: "Fulano, este es Juan Vidal, un conocido abogado de Pontevedra".
Entonces, aquel señor de talante desconfiado miró muy atentamente a Juan Vidal Fraga, lo hizo de arriba a abajo, sin perder ni un solo detalle de la persona que le estaban presentando. Acto seguido, mascó con fuerza el palillo que tenía en su boca y afirmó: "¿Abogado? Mala persona". Ante esto, la amiga de Juan, estando evidentemente sorprendida por la respuesta de aquel viejo hombre curtido en más de mil batallas, aclaró: "No, no… Juan es muy buena persona".
Entonces, el señor de corta estatura y mirada esculpida por dioses menores, volvió a mirar a Juan con mucha más atención, como procurando toparse con esa certeza que reside más allá de lo establecido. Y al acabar de revisar por segunda ocasión a aquel recién llegado, concluyó diciendo: "¿Buena persona? Mal abogado".
Paradojas de la vida, estimados lectores, con las que uno se encuentra en esta existencia carente de lógica y repleta de altibajos.