Kabalcanty
Literatos (12ª y última parte)
Aunque el auto de Pepe Luis era un Seat espacioso, el nerviosismo que invadía a mis tres compañeros de fatigas les apiñaba en torno a mí acosándome a preguntas. Me senté en la parte trasera, junto a Lourdes, y les pedí calma en un gesto con las manos.
— Joder, ¿cómo puedes pedirnos tranquilidad? -dijo Pepe Luis con la cabeza volcada en la parte trasera del coche- Dinos por lo menos si lo conseguiste o no.
Saqué a Mask cuidadosamente del bolsillo para mostrárselo yerto en la palma de mi mano.
— ¿Nos tomas el pelo, tío? -añadió Lourdes mirando el cadáver del gnomo.
— Sí, vale, es cojonudo para el árbol navideño, pero…..
A Justino le cortó Pepe Luis alzando la voz.
— ¡Pero qué leches significa ese enano! ¡Habla claro de una vez!
Les conté todo punto por punto. Veía sus caras incrédulas, a medida que avanzaba en el relato, y tuve que tragar saliva varias veces cuando les expliqué su muerte violenta.
— Vaya cuento de la madre Celestina. ¿De verdad crees que nos tragamos la historieta esa del enano? -Pepe Luis sacudía la cabeza hacia adelante a escasos centímetros del volante- No puedo creérmelo, me parece que te ríes de nosotros en nuestra jodida jeta.
— Y mi padre metiéndose de por medio ¡La hostia!
— Se jodió el plan, señores. Busquemos un trabajo de mierda que nada tenga que ver con magias de enanos.
Dijo Lourdes recostándose en el asiento con dejadez.
Insistí en que la historia, por muy rocambolesca que pareciera, me la había contado ese pequeñín que yacía en mi mano. "Comprendo vuestra incredulidad, yo mismo tuve unos segundos de desconfianza mientras sacaba al enano de debajo de la puerta pensando que se me había ido la olla, pero cuando le vi moverse espasmódico y hablar tan claro como lo hacemos ahora mismo nosotros, no tuve duda alguna: era un jodido enano del bosque, Mask el gnomo siberiano de la inspiración", terminé diciéndoles con toda la persuasión que pude desarrollar.
— ¡La madre que me parió! -exclamó Pepe Luis dando un manotazo al volante- Montamos un circo y nos crecen los enanos. ¡Cagoendiez!
— Jamás mejor dicho -aseveró Justino, el cual buscaba ávido la mirada de Lourdes en la parte trasera del vehículo.
Ella parecía estar menos decepcionada que los otros. Observaba alternativamente el techo del coche y la noche urbana por la ventanilla transportada a un lugar diferente al que nos encontrábamos. Excepcionalmente, cruzaba una mirada indolente con Justino. Los ojos de Lourdes y los míos también se encontraron en un par de ocasiones constatando el rostro fatuo de los perdedores vitalicios. Justino y Pepe Luis se arroparon con un silencio mortuorio, uno tironeándose del pañuelo del cuello como si quisiera desentrañar un nuevo misterio por resolver, el otro asintiendo mudo en un monologo interno que se marcaba en la tensión de sus mandíbulas. Al final, Pepe Luis nos fue dejando a cada uno en la puerta de nuestras casas lanzándonos un lacónico "adiós" sin fuelle que apenas pudimos contestar.
Obviamente, el aura literaria de Gil Batuecas se fundió. Su novela negra, esa que engordé a base de páginas vanas, fue un rotundo fracaso. Decidió dejar de publicar, ausente esa "inspiración siberiana", pero siguió viviendo a cuerpo de rey a costa de su fama acumulada. Supongo que la ausencia de Mask la identificó con una huida del gnomo aprovechando el jaleo del evento. No comentó lo más mínimo de lo que pasó en aquella habitación cerrada a cal y canto, como era natural, y tan sólo se le notó más cabizbajo y solitario que antes. Tampoco le quedaron ganas de denunciar a Tobías, ya que, pienso, sin su pequeño talismán todo el resto era baladí. Me despidió una semana después de la infausta fiesta de presentación. Me pagó religiosamente lo que me debía y me proporcionó una carta de recomendación por si probaba suerte con otro literato, cosa que no estaba entre mis prioridades.
Sixto siguió convaleciente en el hospital tras la morrocotuda paliza que le propinó su ex amante. Nunca supe si volvió a su relación con Batuecas.
Justino se fue a vivir con Lourdes al pueblo de esta, allá por la costa este, y no volví a saber de ellos.
Pepe Luis dejó la sociedad con Patricia, ya que esta cambio el miserable bufete que compartían por la prestigiosa firma Pombo & De La Fuente Abogados, gracias a un antiguo compañero de universidad que medió por ella. Daba un salto cualitativo y cuantitativo en su profesión que le haría olvidar a todos los muertos de hambre con los que lidió.
De Pepe Luis lo último que sé de él es que se dedicó por entero a la bebida después de pifiarla en una estafa con criptomonedas que le tuvieron al borde de la pena carcelaria. Falleció tres años después de que le dejara plantado su esposa.
En cuanto a mí, regresé a mi relación con Patricia. Hicimos las paces, sin que se llegara a enterar del asunto en torno a Batuecas, y acomodamos nuestra relación y nuestra rutina de forma similar a la de antaño. Seguía escribiendo inútilmente, viviendo del ahora generoso sueldo de Patricia, y llegué a hacerme medio famoso en el mundillo vacuo de las redes sociales. Vivía por el número, mayor o menor, de likes que clicleaban en mi cosmos virtual y, hasta en ocasiones, se desbordaba mi vanidad creyéndome un orondo Gil Batuecas de nuevo cuño.
A Mask le enterré en un bosquecillo a pocos kilómetros de la ciudad, el cual creo que habría elegido el enano para su descanso eterno. Le metí en un estuche de madera que conservé de los tiempos en que iba a la escuela. Tenía unas labores curiosas en la tapita deslizante que ofrecían una especie de follaje en colores azules y verdes, bastante gastados como era natural. Acudo una vez al año a ese sitio, bajo un centenario fresno al que hice una señal con esa navaja multiusos Leatherman de los tiempos suizos de mi padre, para recordar a aquel gnomo de la inspiración. Toco el montículo donde yace, cierro los ojos unos instantes y declamo en voz baja: "¿Qué se hicieron tus pullas, tus brincos, tus cantares y aquellas chispas de gracejo que de ordinario animaban la mesa con estrepitosas carcajadas?" *
(*): Acto V, primera escena de "Hamlet", Shakespeare.