Carlos Regojo Solla
Prima Vera
Tocando los primeros brotes en los magnolios; las espigadas y amarillentas floraciones en los sauces negros -tempranos anticipos, más vistosos, de una flora variada que emerge tímida por doquier-, en tiempo de escuchar los primeros ronroneos de amor en las tórtolas -que ya no regresan a los cuarteles de invierno-, con los días creciendo a ojos vistas; estas heladas de enero me llevan a la nostalgia y acercan los recuerdos alguno de los cuales obtiene el apoyo de objetos visibles hechos u obtenidos precisamente para eso: recordar.
Siempre quedan cosas atrás, es más, yo diría que la vida está llena de las cosas que han quedado perdidas, abandonadas, olvidadas…
Tras el sofá aparece una figurilla del Belén recién desmontado: un pastor de barro que lleva sobre sus hombros un cordero. Se trata de una pieza adquirida -hace lo menos sesenta y cinco años- en una diminuta tienda que había en la Plaza de la Verdura donde de niño, llegada la época y a costa del dinero del bocadillo diario, compraba todo lo que pudiese para aquellos primeros Misterios con ríos de papel plata y un vidrio por encima o para el árbol adornado con las cintas del carnaval anterior que mi amigo recogía y enrollaba de nuevo.
Hay que guardar la figurilla en la caja del desván a no tardar, antes que nos sorprenda el nuevo Nadal .
En dos paredes de casa cuelgan sendos cuadros, ambos regalo de un amigo. Llevan conmigo porrada de años y montón de traslados, pero por su vinculación a una fuerte amistad, jamás han sido sustituidos. Se trata de un óleo de 30x25 y un carboncillo de 30x50. El primero representa una rosa con su tallo metido dentro de un vaso con agua y dos enigmáticas y perladas gotas sobre una mesa. El segundo, más personal, es la ampliación de una fotografía de una guapa morena de ojos “verdes” , color que solo el artista fue capaz de plasmar jugando con un chispazo de blanco y negro.
Su persona, la de mi amigo el pintor, y su habilidad artística, caminaban juntas de la mano de un carácter alegre y sincero. Fernando Mollá Cardona había hecho Bellas Artes en Barcelona, pero trabajaba a sueldo para un afamado pintor extremeño, asentado en Barcelona, que firmaba cuadros de renombre.
- Cuando regrese- me decía- montaré un estudio.
Apareció en el destino tres meses después que yo cuando ya me había hecho cargo de la Biblioteca y traté de buscarle un espacio adecuado reasentando algunas mesas, cosa que hice por mi cuenta sin consultar con ningún superior y sé que fue comentado aunque a mi nunca nadie me dijo nada . Era la "Mili" en una época difícil. La gente se buscaba la vida y quien sabía hacer algo remunerado, lo hacía sin dudar. Recuerdo en este aspecto a un cacereño que modelaba en barro unas cabezas humanas de variadas razas llenas de detalles o a un par de andaluces que confeccionaban con unos bastidores de tamaños y formas variadas manteles, tapetes o mantillas de seda de lo más vistoso. Todos ellos conocían bien lo que hacían y no les faltaban encargos.
Mollá, en la comodidad de la biblioteca, en su tiempo libre realizaba encargos de más o menos envergadura llegando en ocasiones a tener que decir no por exceso de pedidos.
Un día me invitó a su boda… y pasó el tiempo.
Para aportar a una determinada hermandad de veteranos encontré no hace mucho unas fotos que me trasladan a las viejas lomas de Viator, en Almería, en otra primavera fría como ésta con la piel de las manos pegadas al hierro del CETME.
No creais, cuando recuerdas intensamente reconoces aquel aire exacto de la vivencia y el corazón te da un vuelco durante unos segundos.
Enseguida daran sombra los sauces