Carlos Regojo Solla
Adiós, poesía, adiós
Cuando el cirujano realizó aquella intervención desmitificó para siempre el poder que todos atribuíamos al músculo que trasiega, cual bomba aspirante impelente, los ideales más nobles de la poesía de la vida.
Lo impensable, hasta entonces experimentado en silencio por unos pocos, acabó siendo una realidad bajo el escalpelo de Barnard dejando al mundo estupefacto. Aquel bisturí se llevó para siempre el halo dentro del cual residía el sentimiento cuasi divino de sensaciones; el corazón era como la luna. Ambos estaban ahí intocables, poseedores de una influencia indiscutible en la vida de todos y cada uno de nosotros hasta que alguien quiso saber más y le dio el trato de pieza sustituible.
Un hombre llamado Louis recibe el corazón de una mujer joven en una operación exitosa y sin precedentes
Aunque mi cardiólogo no piensa igual, creo que no debiera haberse mancillado tal icono; ni siquiera con la disculpa de salvarte la vida, reconectando conductos en bay-pas, cambiando válvulas transgénicas, abriendo paso al flujo con stens, sustituyendolo completamente por otro, palpitando posiblemente ámbos en el transcurso de la intervencion en el sancta sanctorum de los ideales, del amor, la pureza…, y también del odio, la venganza el aborrecimiento.
Ya no es lo mismo.¡ Puaj! ¡Qué pobreza! Nuestros corazones no son lo mismo. Yo dudo ya eso que dicen que su energía se extiende hasta cuatro metros fuera de nuestro cuerpo. Ni se inmutan cuando crees sentir algo especial. ¡Un desastre! El individuo desmejora. Le falta pasar por la ósmosis del impacto recuperar la sorpresa, palpitar con locura...
Mandela que sabía más de corazones que nadie, dicen que convenció a Barnard de que los corazones de los negros y de los blancos eran todos ellos útiles para un mundo mejor allá por Sudáfrica en los sesenta.
Esperad a la incredulidad: cualquiera de estos días nos trasplantarán el alma.
Cualquier día trasplantan el alma