Carlos Regojo Solla
Bip, bip, bip...
Todo tiene su explicación razonable, aunque haya ocasiones en que parezca no ser así. En un tiempo veloz, con los caprichos expuestos en el escaparate de las novedades, quien quiera ser pionero en algo, si su fortuna se lo permite, encontrará la posibilidad de tener en su haber una estrella en el Paseo de la Fama, o de entrar en una página del Guinness, aceptar una de esas ofertas de viajar a Europa, la Europa cósmica, satélite de Júpiter y ponerse a la cola, o modestamente soportar cinco o diez minutos de ingravidez en un avión "corriente" hecho para experimentar G=0 y dejarte en la mismísima gloria mientras dure el efecto.
Así pues no es de extrañar que bajar hasta el Titanic sea una realidad, una posibilidad tentadora cuando menos a la espera de su reflote seguro.Mientras tanto se van probando materiales y se le saca algún dinerillo, pero...
Salvo un milagro, el Paquebote al que tocó de muerte un iceberg hace tantos años, aquella maravilla de acero llamada Titanic, cargado de soberbia en su época y ruina patètica hoy, cobra su frustración al viento de la irresponsabilidad de un inventor de sueños que contaba con bajar y subir a modo de cápsula Otis , pero que nos ha sorprendido con añadir nuevos náufragos que añadir a los viejos pasajeros del lujo a los que nadie deja en paz de una puñetera vez porque todo es un circo.
Es un derecho, claro. Cada uno se gasta su dinero como le da la gana, pero ello no excluye fijarse y meditar un poco en lo difícil que es movilizar los medios necesarios para dar fe de un naufragio más cercano.
Suerte y a por ese milagro.