Pedro De Lorenzo y Macías
¡El encanto, el duende, el misterio de mi tierra gallega!
¡Ya mi existencia está en el invierto! La última etapa de nuestro caminar. Tengo nostalgia de aquellos tiempos que éramos hijos de la Naturaleza; nos criamos en su verde de ensueño, que nos susurraba leyendas de belleza, de ilusión de futuro.
Por las corredoiras, los senderos, subíamos a la cima de nuestros bucólicos montes y nos acariciaba ese aire fresco de olor a pino, a eucalipto.
Observábamos a las bestas con sus potrencos. ¡Una visión mágica! Corrían y jugaban a sus peleas, Un relincho de mamá yegua; todos volvían al orden, a la disciplina. Volaban los cuervos, negros de embrujo, ladrón de maizales.
Llegaba el águila, en lo alto del azul celeste; expectante observaba el suelo. Todos los animalillos y avecillas buscaban refugio en sus habitáculos.
Nos internamos en el misterioso bosque; lleno de antiguas piedras, que encierran muchas vivencias, testigo de la evulución humana; los verdes helechos y el árbol del misterio, el silencio, el suave viento, nos guiaba al rio, caprichoso y engatusador.
Zapateros surcaban sus aguas; en su interior, pececillos que nos desafiaban en sus juegos. Intentábamos cogerlos a mano; los muy pillos nos hacían burla y buceaban en busca de sus sustentos.
Ya en nuestro valle, lleno de maizales, de verdes prados, saludamos a las vacas, a las ovejas. A la cabra y burra, no. ¡Eran nuestras enemigas!
Llegamos a nuestro caserío. Mamá gallina cuidaba de sus polluelos; el escandaloso gallo estaba vigilante.
Las personas iban llegando a sus hogares y seguía con sus tareas. En mi tierra siempre había trabajo, pero muy relajante, de acuerdo con la Madre Naturaleza.
Tocaba ordeñan las vacas; las de mi abuelo eran mansas, gallegas y juguetonas; intentamos ordeñarlas y ellas, con su rabo, nos acariciaba con mimo.
Se celaba la cabra, que estaba muy cabra. Solo temía a mi tía, que era la que la atendía; a nosotros, intentaba cornearnos, la muy traidora.
Finalizadas las tareas, nos sentábamos en la lareira y mientras preparaban la cena, cada uno contaba sus historias. Nos embelesaban las del abuelo; nos hacía soñar e imaginar nuestro futuro: fortaleza, honor, respeto y luchar por la supervivencia.
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografías: Sofía Lorenzo Gómez.