Pedro De Lorenzo y Macías
La bruja del negro ropón y su vaca inglesa
Doña Claudia era de estatura baja, huesuda y mirada de mala bruja. Vestía todo de negro, que le cubría su endemoniado cuerpo; su calzado era unos zuecos descoloridos. Las uñas, largas y sin manicura, eran sus armas felinas; tenía cubierta su esquelética cabeza con un trapo de negro descolorido; era desdentada, con unos pocos dientes sucios y de mal agüero.
La faz de su rostro era de esperpento; una nariz flaca y puntiaguda, un bigote de varios pelos de misterio, los cuales decoraban su faz.
Su casa era enigmática, sucia, de planta baja, que servía de cuadras y elementos desconocidos. El abuelo y unos amigos le construyeron un aledaño que era lo mejor conservado; daba salida a su pequeña finca que lindaba con nuestro caserío.
Tenía una cabra hechizada y de mal talante; un gato horroroso negro, de ojos de brillo maligno y embrujado; un cuervo negro domesticado y satánico; una vaca de contagio inglés.
Después de esas guerras por ambición política, en nuestra Galicia muchos niños quedaron sin familia; gobernando Franco, subvencionó a familias que prohijaran a uno de estos niños.
La desdentada bruja prohijó a un niño, de nombre Gerardo; la muy ladina vio un gran negocio: unos dineros caídos del cielo y un esclavo para realizar sus caprichos. Le obligaba a realizar trabajos de labranza, cavar sus pequeñas huertas, pastar a su detestable vaca y la cabra, que era de armas tomar.
Le gritaba y lo martirizaba; a veces ni le daba de comer y no se preocupaba de su vestimenta. Los zuecos estaban roidos y tenía aberturas como los calcetines de Carpanta. Mi abuelo la puso a caldo y Gerardo comía varias veces en nuestro caserío; le vistieron y calzaron con lo poco que tenía en aquellos tiempos. El siempre tuvo un gran cariño a mi familia y era mi custodio en mi natural estancia en ese valle de naturaleza real, y no ficticia como la que diseñaron los políticos de esta era.
En julio del año 1952 vinieron a Fragoso mis dos hermanos mayores. El abuelo siempre acogedor y serio, les dijo la normativa que había seguir. Nos dejaba escoger las faenas a realizar.
Gerardo era de complexión fuerte, mayor que nosotros, afable y buen amigo. Nos enseñaba muchas cosas: cazar grillos, trepar a los árboles para observar nidos con sus crías y no hacerles daño, apuntar con el tira-piedras a las culebras y lagartos, no a los pájaros y otros animalitos.
La bruja tuvo que bajar a la “Vila” (Pontevedra) para arreglar unos papeleos. Gerardo nos invitó a entrar en aquella casa. El demoniaco gato negro nos recibió con unos “Fu-fu” de amenaza. Un cuervo negro nos observaba con mal de ojo. Todo estaba en un desorden monumental.
¡Todo era horrible, monstruoso! Las habitaciones llenas de telarañas, de bichejos, de pulgas. Todo en desorden y amontonado. De pronto, las pulgas invadieron mi cuerpo y disfrutaban picando a rabiar.
Salí como un foguete y me introduje en el estanque de nuestra finca. Recordé cómo se libraba de las pulgas “el raposo”, gracias a mi abuelo. Fui hundiéndome despacio; los bichejos subían alocados por mi cuerpo. Ya llegaron a la cabeza; me hundí y aguanté lo que pude. Todo el estanque quedó invadido de pulgas muertas y yo liberado.
Tuve suerte. En la eira estaba secando un pantalón, el del remiendo en el trasero, junto a una blanca camiseta. Me desnudé e hice el cambio.
Ya era hora del xantar ; en el comedor estaban todos esperando por mí. Me senté al lado del abuelo. Hoy tocaba bacalao cocido con patatas de nuestra huerta.
Empezaron las pullas contra mí: ¿por qué me había escapado? ¿a dónde fuiste? Y otras.
Mi abuelo miró a los inquisidores y hubo silencio. Gerardo comía con nosotros. Y le dijo al abuelo sí podíamos acompañarle a pastar su vaca. Mis hermanos se apuntaron y no tuve más remedio que ir con ellos.
El pastizal estaba a las faldas del Arcibal; una buena caminata. Delante iban Gerardo y mis hermanos guiando a la vaca. ¡No me fiaba de ella! Iba detrás y tomando serias prevenciones.
La finca era pequeña; tenía un cañaveral al norte; al oeste, un pequeño muro pétreo era testigo de propiedad; medio metro abajo, había un riachuelo que abastecía una pocilga de ranas.
Gerardo y yo cortamos una caña e iniciamos a elaborar una flauta. Él ya tenía veteranía en este evento y llevaba en el bolsillo una pieza de madera pequeña.
Finalizado este empeño, iniciamos a probar sí sonaba la flauta. Sus notas brotaron con falta de armonía.
Esta melodía enloqueció a la vaca; empezó a correr por la finca, amenazando a todo lo que encontraba, como un abordaje inglés. Pasó al lado de mi hermano Manolo y lo arrojó a la pocilga de las ranas.
Gerardo le gritó y con su palo la fue calmando. Ya atardecía y regresamos. Delante iba Gerardo, llevando atada a la demoniaca vaca; detrás, los tres. Mi hermano Manolo iba de un enfado….., le resbalaban unas lágrimas de furia contenida. Olía a sapo y eso le fastidiaba. ¡Me apenó! Para alegrarle, me dispuse a tocar la flauta.
Me chillaron y la guardé.
Doña Claudia estaba esperando nuestra llegada; de su sucia boca salieron muchos pecados e insultos. ¡Claro, era amiga del diablo! Entramos en nuestro corral y la cabra estaba soñando en sus montes; le toqué una melodía y la muy cara se enfadó y empezó a embestir a lo bestia. ¡Menos mal que estaba atada con la cuerda!
Me arrebataron la flauta y recibí bronca de todos del caserío, menos de mi abuelo que sonreía al ver semejante espectáculo.
¡Pasaron los años y me queda añoranza de aquella vida de naturaleza! Hoy, nos quieren encerrar en una burbuja ficticia. Lo llaman progreso.
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografías: @Sofía Lorenzo Gómez.