
David Darriba Pérez
El aburrimiento
Me aburre tener que abrir la tienda; me aburre permanecer allí toda la mañana; me aburre intentar convencer al cliente aquello que ni yo me creo. Es paradójico que precisamente venda objetos para combatir el aburrimiento. El artículo estrella consiste en un pequeño artilugio que cuelga del cuello y llega hasta el corazón. De detectar algún signo de aburrimiento produce una gran descarga eléctrica que podría provocar la muerte. La gente piensa que si lo compra tiene la distracción asegurada: ante semejante peligro, no cabe un posible fracaso. Es evidente que se equivocan... La mortandad se disparó hasta unos niveles que Sanidad se planteó prohibirlo en su momento; sin embargo, y no quiero ser mal pensado, los sobornos están al orden del día y ahí continúa el dichoso aparatejo.
Otro artículo con gran salida es un microchip, que si me lo pide el cliente y no tengo mucho trabajo, implanto yo mismo en su cerebro para que se lo lleve puesto. Está terminantemente prohibido el que lo haga alguien que no sea neurotecnólogo, pero los emolumentos son jugosos y la familia, numerosa. El microchip recrea a la perfección situaciones habituales de las películas cómicas y, el cliente, sale de la tienda tronchándose de la risa aunque haya creído vivir una caída desde un séptimo piso a causa de una cáscara de plátano.
Tampoco hay que olvidar los hologramas que tengo de los suegros de quien los compra, completamente personalizados y cuidando hasta el último detalle. Con muchos parientes es imposible aburrirse porque empiezan con las batallitas o las regañinas. Lo malo es cuando esas batallitas o regañinas crean tal sopor que hacen el efecto contrario al deseado. Más de un suicidio ha habido, bajando las ventas en picado.
En alguna ocasión me he planteado cambiar de negocio. A pesar de los beneficios, tengo la necesidad de desempeñar un trabajo más emocionante. No sé, tal vez una agencia de viajes de aventura a la Luna, Venus o Júpiter, estaría bien. En seguida aparco tal perspectiva. La voracidad de mis ocho hijos consigue limpiar la nevera mejor que cualquier producto específico para ello.
¡Hablando de neveras! También tengo unas que enfrían el tedio al punto de casi llegar a congelarlo. Con quedar un poco aletargado es suficiente. Si lo congelara, con él lo haría el divertimento, creando una sensación que ni para el uno ni para el otro, efecto indeseado al completo. La gente busca este divertimento y de no dárselo sería un auténtico revés para empresas como la mía. Sinceramente, no tiene mucha salida. Hay muchas cosas que no la tienen; por ejemplo, la que yo hago llamar la cámara acorazada. Consiste en un aislante del aburrimiento que queda en el exterior de un receptáculo, donde habrá que permanecer encerrado mientras se utiliza. El lugar es pequeño y a cierta gente le resulta fóbico. Además, tiene el inconveniente añadido de no poder hacer otra cosa, como sería el atender a la familia, charlar con los amigos o dar un paseo: tan pequeño es... De ahí que sea de los productos destinados a desaparecer del mercado. ¿Acaso no desapareció ese videojuego que consistía en arrancarse con unas pinzas los pelos de la nariz? La verdad que no me extraña, se volvía aburrido a los diez pelos. Eso sí, tan real, que te lloraba uno de los ojos al tirar. Al menos eso es lo que decían aquellos que se me presentaban para que les hiciese la devolución.
Yo, mientras tanto, me aburro igual que una ostra. Muchos de vosotros estaréis pensando cómo es posible que me aburra rodeado de tan magníficos aparatos, que si no los pruebo y, de ser así, cuál es el motivo. Pues os daré una respuesta muy escueta: tras tantas horas aquí…, ¡me gusta, deseo, aburrirme!