
David Darriba Pérez
¡Si me das, te doy!
—¿Me da unas moneditas, caballero?
—¡No, no y no! ¡Tajantemente, no! ¿Para qué quieres ese dinero? Seguro que para drogas. Como si lo estuviera viendo… ¡Si no hay más que verte las pintas de yonqui!
—No, en absoluto. Se equivoca de pleno. Únicamente es para condones.
Bueno, con uno me apaño, la verdad. No creo que vaya a dar tanto uso al…
—¡Ah, para eso sí te doy, angelito! Tal vicio sí merece mi beneplácito. Toma, no monedas, sino billetes, para que quedes bien saciado. Abre la mano que es todo tuyo. Agarra, agarra bien ése, que se te escapa y es de los gordos… Con la de enfermedades que uno se puede encontrar por ahí. Y que le den por saco a lo de la natalidad. ¡Ya somos demasiados! No es más que un invento de los de ahí arriba para tener más hormiguitas que no mantienen precisamente ellos. ¡Toma, cógelo y compra, alma de Dios, no uno, sino cajas enteras y goza a mi salud! Disfruta, disfruta, hijo mío, que la vida son dos días.
—No, por favor. Si ya le digo que con uno me basta. Guárdese la mosca, caballero. Sólo le aceptaré el billete más chico y, con lo que me sobre, para un bocata de calamares. Hace tres días que no meto nada al buche y si no como, no rindo y de nada me servirá el dinero invertido en el condón.
—¡Pues eso no lo he de permitir, desdichado! Venga, abre la mano y coge todo lo que tengo. Vacía de calamares los mares, los bares y revienta las costuras hasta que vomitares.
—Quite, quite, que ya hay pocos y no quiero que se extingan. Coja sus talegos que con un billete mediano me contento para ir a la pescadería. Si algo me dan de vuelta, pues para unos cafeses. ¿Sabe que la última vez que tomé un cafelito los nacionales iban de marrón? Y sin churros ni nada para mojar. La última vez que mojé un churro, se lo mangué en una cafetería al menda de al lado. Claro, ya que estaba metido en el lío, lo mojaba en su café mientras él atendía a la caja tonta. La cara del pardillo era un poema al regresar la vista a la manduca. Incluso miraba debajo del platito y…, ¡hasta luego cocodrilo! Ni el camareta se coscó. Estos descuidos me han hecho sobrevivir en más de una ocasión, pero en los tiempos que corren, la gente se ha vuelto más recelosa.
—Esa manita, por favor. Para cafés, churros, porras, tostadas de mantequilla y mermelada o de aceite con tomate. Y si gustas una de aceite con un ajo untado, acércate y apesta a aquellos que te han dado tan mala vida.
—¿Dónde va con semejante pastizal? Tenga en cuenta que no estoy acostumbrado a tanto café y podría ponerme nervioso. Sin embargo, aceptaré algo para poder desayunar durante unos días al igual que un marqués. Si bien cierto es que hace décadas no afano en la mansión de uno de estos marqueses. Las cerraduras de sus puertas necesitan de unas ganzúas especiales que cuestan lo que no hay escrito y…
—Vaya, que tarde se me ha hecho… Y mis bolsillos se han quedado más vacíos que las mansiones que visitabas. Bueno, recupero este billetito para el autobús. A ver si me lo cambia el conductor que ésa es otra.
—Pero, ¿qué hace? ¿Qué confianzas son éstas? Aparte de inmediato esas manazas de mi dinero o llamo a un guripa. La excusa del autobús está muy vista. Si ya no hay ni imaginación…, ¡ni vergüenza!
—Si no es una excusa. Mis piernas están ya tan cansadas que no soy capaz de andar dos kilómetros. Qué vergüenza, qué descortesía la mía… así, sin avisar, metiendo la mano como un vulgar ratero.
—Tome, ande. Y llévese también estos otros billetes para comprar un bastón. Sus piernas se lo agradecerán como habrá de hacerlo el dependiente de la ortopedia.