Manuel Pérez Lourido
El paseíllo de la Infanta
Es este un asunto inane, como quien se pone a admirar el dedo que le señala la luna, pero puede dar pie a unas cuantas reflexiones.
En una democracia consolidada (especimen en vías de extinción) ninguna persona debería de gozar de privilegios a la hora de acudir a declarar al juzgado. Aunque esta persona sea un infante o una infanta. Si se tiene que caminar un tramo a pie para acceder a la puerta principal del mismo, que no lo hagan algunos por la parte trasera parece lo más apropiado para cumplir el principio de igualdad entre los ciudadanos. Esto se ha querido contestar argumentando que no todo el mundo es igual ante los medios de comunicación. Y eso es verdad: ni para lo bueno ni para lo malo.
Esta cosa de tolerar los privilegios de los privilegiados nos viene a los peninsulares de la edad media, cuando los "hidalgos" (hijos de algo o hijos de alguien) gozaban de eximentes tributarias. El liberalismo del XIX supuso su desaparición, pero no la de la nobleza.
Es decir, que llevamos más de ocho siglos tolerando ciertas prebendas de gente que goza de ellas desde la cuna. Esto explica que un asunto tan sencillo como el del llamado "paseíllo" se preste a debate en lugar de a la aplicación de la cordura elemental. Hasta el ministro de Justicia defiende la inmunidad peatonal de la infanta, metiéndose donde no le llaman para pisotear el mismo nombre de su ministerio, por tratarse de una "infanta de España". La disculpa: la seguridad. Claro, todos vimos el grave peligro que corrió su marido, por culpa del cuál según su abogado y cierta prensa, se halla la pobre mujer en un estado de profundo enamoramiento con efectos obnubilatorios pertinaces.
La cosa pinta mal, se huelen las presiones a kilómetros de distancia. Nadie da un duro por el duque igual que nadie duda de la exoneración de su esposa. Cómo estará la cosa que los mayores esfuerzos por defenderla los está haciendo un fiscal.
Politólogos bragados como Xosé Luis Barreiro rompen una lanza (y el fiel de la balanza) argumentando que en este país hemos visto irse de rositas a ministros, mangantes, digo, magnates de la banca, presidentes de la generalitat, y hasta algún presidente del gobierno, por lo qué no ha lugar el rasgado de vestiduras: siempre habrá un pagafantas, o pagainfantas, que en este caso va a ser el ex-balonmanista. La pelota está en su tejado, qué duda cabe.
Sin embargo, a los que nos puede el sentido común, que además es lo que nos ha hecho anti-monárquicos, nos parece que sería bueno por una vez hacer en este país algo a derechas. Bueno, ustedes ya me entienden.