Manuel Pérez Lourido
Telefonía móvil
Todos somos conscientes de la proliferación de los teléfonos móviles en esta sociedad de consumo. Todos hemos mordido el anzuelo de que su posesión y manejo resulta imprescindible para seguir teniendo apariencia de vida. Resultan casi invisibles precisamente debido a que están por todas partes. Y resulta interesante detenerse a observar nuestra forma de manejarlos.
Me tienen embelesado las personas que van por la calle sujetando el móvil como si fuesen camareros portando una minúscula bandeja a la altura de la oreja (no he conseguido esquivar la rima). Descarto que sea por incipiente sordera, como descarto caer en la tentación de imitarlos. Es algo que suele ocurrirme: termino copiando comportamientos que despiertan mi curiosidad solo porque primero la han alimentado.
Luego tenemos a aquellos elementos (proliferan más que las elementas) que avanzan bramando frases, que más que emitir sonidos parece que los descoyuntan, hacia nadie exactamente. Si uno se fija con atención acaba descubriendo un artilugio de nombre horroroso (pinganillo) en una de las dos orejas (cuando no en ambas). El elemento del que hablamos no está loco, se dirige a un interlocutor (meu pobre) con el que se comunica de modo inalámbrico y vociferante. Usted dirá, y con razón, que hay usuarios de esa modalidad de comunicación con telefonía móvil que hablan con más comedimiento. ¿Y esos a quién le interesan?
Y luego están aquellos que ponen el modo altavoz y van hablando con un altavoz. Esa gente debe pensar que su vida es más interesante que la de sus congéneres y tienen a bien compartir con ellos un trocito de la misma. Debíamos pararnos a darles las gracias. A reírles las gracias (suelen ser muy chistosos. O no). O tal vez es que piensan que viven dentro de una burbuja, inmunes al contacto con el exterior, de la que pueden salir a voluntad cuando les interesa (pedir una caña en un bar, comprar el periódico, etc) pero no cuando desean hacer partícipe de su maravillosa existencia a un ser humano mediante una llamada telefónica.
En otro orden de cosas, está esa forma de llevar el móvil que se ha puesto de moda recientemente y contra la que no tengo nada, salvo que me parece una mierda. Me refiero a llevar el móvil colgado del cuello como si fuese un escapulario (porque lo es, entre otras muchas cosas).
De los saltimbanquis que van por ahí sorteando farolas, viejecitos y niños a escape libre mientras teclean furiosamente mensajes en el móvil, mejor otro día.