Manuel Pérez Lourido
Colgado en el rellano
El vecino del decimoquinto F a veces deja una frase en el aire, se calla y, sin despedirse, se aleja caminando (claro, no iba a estar hablando montado en una moto). Bueno, igual alguno de los datos anteriores está inventado, pero es por el bien de la narración. Por el bien de la narración se puede hacer de todo, literalmente, de todo. Luego igual uno se la carga, la narración, pero allá cada uno con su libertad narrativa.
La pregunta es si qué se debe hacer en estos casos, cuando alguien te deja con la palabra en la boca. Y no solo eso: con el pensamiento en el aire. En esto que estabas dándole vueltas a una respuesta ingeniosa para una mierda de pregunta que te habían hecho y ahí te quedas, colgado como un colgajo. Como una excrecencia de la realidad una tarde cualquiera a las cinco menos veinte. Y tú ahí contemplando cómo se aleja tu interlocutor sin decirte ni hasta luego. Hay leyes para todo, pero para estas cosas no, como si no importaran.
La pregunta es qué somos: una secuela no abortada de un intercambio amoroso, un conjunto de células amontonadas en forma de persona, una excusa para que existan cosas como Amazon... alguien a quien puedes abordar en el rellano para usarlo como un pañuelo de papel que ni siquiera se deposita en el lugar de la basura (menos mal).
La pregunta es si apurar el paso, tocarle en el hombro al vecino, recriminarle suave pero firmemente su actitud y de paso preguntarle si está como una chota o qué, son conductas que lo situarían a uno en un lugar próximo al del propio vecino, en una posición colindante con su excentricidad, o lo que sea.
La pregunta es si es legítima, tras varios episodios de índole parecida, una respuesta que consista, basicamente, en la locución de las siguientes palabras, en cuanto el sujeto en cuestión nos dirija la idem (sin mediar excusa o acto de contricción): "querido vecino del decimoquinto F, impelido por la necesidad de poner fin a esta incómoda situación que siempre termina usted forzando, me veo obligado a mandarlo gentilmente a la mierda". "Tenga usted un buen día". Esta última frase sería opcional y dependería de cómo nos haya sentado la merienda.
En la mayoría de las ocasiones, ante un dilema como el que hemos planteado, todo se percibe más claro poniéndolo por escrito. Esta ha sido la razón última de todo el texto precedente. Lamentablemente, puestos a ser honestos, no solo no ha servido para aclarar nada sino que la respuesta apropiada se antoja un misterio envuelto en toda clase de sombras.