Manuel Pérez Lourido
Comienzos detestables
Nada hay más detestable que comenzar un artículo escribiendo: "nada hay más detestable que..." Si alguna vez leyese algo así, interrumpiría la lectura inmediatamente y me haría un sandwich de espinacas. O algo por el estilo. Y luego no continuaría leyendo. Y tomaría buena nota del sinverguenza que escribió tal cosa para evitar futuros textos suyos, de los que escaparía como de los testigos de Jehová en el rellano de una escalera.
Es insoportale la prepotencia que emana de las palabras precedentes. Bueno, igual no emana, como si fuese lo que sea que sale de las chimeneas de Celulosas, pero lo parece. A veces uno no acierta con el verbo adecuado, se queda corto o se excede. Los verbos los carga el diablo, una vez que se elige uno hay que atenerse a las consecuencias. Los adjetivos son otra cosa: fíjese usted en la ligereza con la que nuestros políticos se obsequian con epítetos unos a otros. En cuanto a los suntantivos, nada hay más objetivable. Los sustantivos son fiables, un remanso de paz, un hijo mayor responsable, un disco de los Beatles. Con los adverbios regresamos a terreno minado, te puedes fiar hasta cierto punto pero en cualquier momento un párrafo puede saltar por los aires. En cuanto a las preposiciones, lo natural es acertar en el blanco pero, ojo, para alguna gente es como tener en las manos una escopeta de feria: se piensan que son intercambiables, pero no.
En general, un artículo siempre guarda una sonrisa burlona para su redactor. Escondida en la gramática, o en el andamiaje sintáctico o tal vez detrás de un dato equivocado o un nombre incorrecto. Es bueno que así sea, en el sentido de evitar el endiosamiento, una tentación cercana cuando se consigue construir un edificio perfecto, aunque sea un pajar. Es extensa la lista de escritores atacados por el virus de la soberbia tras haber dejado patente su habilidad como arquitectos de las más variadas armazones narrativas.
Esta pieza quiere ser un homenaje a los humildes canteros de la palabra, los pequeños mercachifles del tedio, los obreros de la frase, los habitantes de las callejuelas del lenguaje en busca de relleno para sus zaguanes y buhardillas. Podríamos seguir enumerando sintagmas similares pero no tendría sentido alguno. Ojo, que el sentido está también sobrevalorado si hablamos de escribir. Existen unos cuantos "ismos" que han sobrevivido tras defenestrarlo. Todo lo que se pueda quemar, todo lo que arda, es bien recibido en la hoguera de las letras pues, como es sabido, el único requisito es que sea inflamable el material empleado.