Manuel Pérez Lourido
Disfrutemos del aburrimiento
Hacemos infinidad de cosas al cabo del día para olvidarnos de que está pasando el tiempo. Cada vez toleramos con más dificultad eso que llamamos aburrimiento, que no es más que la insoportable sensación de que no estamos haciendo nada mientras transcurre nuestra existencia. Se asocia con la falta de estímulos o la ausencia de interés por los mismos. Todos sabemos de qué se está hablando porque todos hemos estado escolarizados en un momento u otro de nuestra infancia, al menos. Esa pesadez insoportable que hacía que el reloj se convirtiese en un aparatejo que narraba la vida muy despacio cuando todo nuestro ser se cocía a fuego lento con las ganas de hacer explosión en otro lugar. A menudo el aburrimiento era producido por una extraordinaria sensación de monotonía, que convertía nuestro ánimo en una sopa absolutamente insípida. La dopamina de nuestro cerebro tomaba las de Villadiego y caíamos en una pendiente de desinterés por todo y por todos, era casi como estar muerto en vida. El estado de las emociones es calamitoso y, de prolongarse durante días y semanas esta situación, podríamos desembocar en un depresión, de dimensiones más preocupantes. Hagamos una pausa después de tanta negatividad y aprovechemos para anunciar buenas noticias: el aburrimiento puede tener un enfoque positivo.
Vamos a desarrollar esto: el aburrimiento, desde un ángulo constructivo, nos puede servir para desarrollar la creatividad, nos puede impulsar a la reflexión (una actividad del cerebro francamente en desuso), nos ayuda a desconectar de lo rutinario y, para quienes lo afronten con mucho entusiasmo, puede conducir al humor.
Vivimos en una sociedad en la que la presencia e influencia de la tecnología es abrumadora, en la que el tiempo se mide por su valor de mercado (como casi todo lo demás) y en la que disminuye a pasos agigantados la capacidad que nuestros niños y jóvenes tienen de realizar una tarea sin ser estimulados. El aburrimiento se ofrece como una herramienta contracultural que se puede aprovechar para aislarnos del ruido digital, aunque exija una inmersión controlada, una sabia dosificación. Por supuesto, solo adultos que hayan experimentado previamente ese contacto amistoso con el tedio sin ningún trauma serán capaces, mediante su ejemplo en primer lugar, de invitar a los sectores de población aún no formada al experimento. El objetivo sería conseguir transitar entre la exigente vorágine tecnológica y digital y el solaz del aburrimiento sin ningún tipo de complejo o conmoción. Como dijo Paul Éluard: "hay otros mundos pero están en este".