Manuel Pérez Lourido
¡Lean a Munro!
"Lean a Munro" (pronunciado como aguda: Munró), exhortaba Jonathan Franzen desde la contraportada del ejemplar de "Las lunas de Júpiter" que le había cogido a mi suegra. Franzen y la academia sueca (que en 2013 le otorgó el Nobel de Literatura) me causaban desasosiego como valedores de la canadiense, pero tras hojear el libro decidí darle una oportunidad.
Fue como cuando te toca algo en una tómbola: tú estás allí medio de paso y de golpe y porrazo te llevas la Chochona para casa.
Sigo pensando que Franzen es un escritor sobrevalorado y que en Suecia se hace geopolítica con el Nobel (aburrrieron a Vargas Llosa antes de dárselo y tienen en el banquillo a Lobo Antunes, Philip Roth, Don de Lillo...) pero todo el mundo acierta alguna vez en la vida. Veamos:
Alice Munro tiene una voz literaria muy personal, muy poderosa y muy trabajada. Procede, por seguir la metáfora, de una garganta recia con unas cuerdas vocales que manejan a la perfección el "tempo" narrativo, algo especialmente complicado tratándose de relatos. Porque Munro es escritora de relatos, ella misma se descalifica como autora de novelas. Munro tuvo la lucidez de dedicarse al género en el que mejor cristalizaban sus dotes literarias; en ese sentido le ganó a gente como Borges o Cortázar, empecinados con la poesía o la novela.
Munro escoge como protagonistas de sus historias a mujeres maduras que atraviesan momentos difíciles en su vida doméstica o sexual. Sus heroínas son desdichadas y complejas, enredadas en un complejo universo de sentimientos, esperanzas y decepciones que Munro despliega con absoluta maestría y de un modo tan sutil como subyugante.
Munro es brillante en la captura de la emoción pasajera y de los pensamientos que se infiltran en la vida cotidiana y reflejando el crecimiento, las peculiaridades y el declinar de las relaciones.
"La vida de la gente es suficientemente interesante si tú consigues captarla tal cual es, monótona, sencilla, increíble, insondable" explica esta extradinaria autora.
Se ha convertido en un lugar común argumentar que sus cuentos se leen como si fueran novelas autónomas (y hay algo de verdad en eso). Sin embargo, sería más preciso y más justo reconocerlos como lo que realmente son: algunos de los más claros y brillantes ejemplos del relato corto en la era moderna.
Los cuentos realmente tienen, y siempre han tenido, la capacidad de conmovernos, y es sólo recientemente que su poder y valor han sido cuestionadas sistemáticamente. Obras como la de Munro ayudan a desmantelar esa idea errónea y de una forma muy "artística" por decirlo de algún modo (quizás el término más adecuado cuando se habla de su escritura).
Una lectura que recompensa, y mucho, a quien la emprende. Como certeramente expresa la prestigiosa revista norteamericana Publishers Weekly: "la memoria indagadora de la escritra nos proporciona agudos destellos de la realidad que son tan vívidamente recordados que nos permiten vivir otra vida por un momento".
De modo que, por una vez, hagámosle caso a Franzen y leamos a Alice Munro.